La respuesta de Luciana tardó casi una hora en llegar. Cuando lo hizo, no fue una llamada desesperada ni una súplica. Fue un mensaje de audio cargado de irritación, como si mi decisión fuera una molestia menor en su ajetreado día.
"Máximo, ¿estás de broma? ¿Divorcio? ¿Por un coche y una rabieta de tus alumnos? Madura un poco, por el amor de Dios. No tengo tiempo para tus dramas ahora mismo."
Su voz continuó, mezclada con risas y música de fondo.
"Es el cumpleaños de Leon. Le he organizado una fiesta sorpresa en la bodega. Algo que, por cierto, nunca pude hacer por ti."
Eso era cierto. Luciana siempre me había dicho que odiaba los cumpleaños. Afirmaba que un trauma infantil relacionado con una fiesta desastrosa le impedía celebrarlos. Durante siete años, mis cumpleaños habían pasado sin pena ni gloria, con una cena tranquila en casa como máximo festejo. Una mentira más. No era que odiara los cumpleaños, odiaba los míos.
"Hablamos cuando se te pase el capricho," concluyó, y el audio se cortó.
La miré fijamente, a la pantalla del móvil. ¿Un capricho? Mi decisión de terminar con siete años de mentiras y desprecio era un simple capricho para ella. En ese momento, cualquier duda que pudiera albergar se disolvió. No había nada que salvar.
Dejé el teléfono sobre la mesa y me dirigí al viejo baúl de madera que guardaba al fondo de mi armario. Dentro, bajo partituras antiguas y fotos de mis primeros años como bailaor, estaba el documento que Luciana había olvidado por completo: nuestro acuerdo prenupcial.
Lo firmamos al principio de nuestro matrimonio. Ella era la heredera rica, yo el artista sin un céntimo. Su padre insistió en ello para proteger el patrimonio familiar. El acuerdo era simple: en caso de divorcio, cada uno se quedaría con lo que era suyo antes del matrimonio. La academia, aunque construida con mi talento, estaba a su nombre. Pero mi nombre, "El Corazón Gitano", mi reputación y mi arte, eran míos. Y lo más importante, había una cláusula que sus abogados añadieron para protegerme, una que yo mismo había sugerido: cualquier bien adquirido durante el matrimonio a nombre de ambos se dividiría, pero los regalos personales de gran valor hechos a terceros sin consentimiento explícito del otro cónyuge podrían ser reclamados como parte de la división de bienes.
El coche de Leon.
Con el acuerdo en la mano, llamé a mi abogado.
"Miguel, soy Máximo. Quiero iniciar los trámites de divorcio. Inmediatamente."
Mientras mi abogado se ponía en marcha, recibí otra llamada. Era de Ricardo Vega, el dueño de "El Duende", el tablao más prestigioso y respetado de Sevilla, el eterno rival de la academia de Luciana.
"Máximo," dijo Ricardo con su voz grave, "he oído lo que ha pasado con tus chicos. Una vergüenza. El talento siempre debe ser respetado."
"Gracias, Ricardo. Lo aprecio."
"No te llamo solo para darte el pésame. Te llamo para hacerte una oferta. Quiero que seas el director artístico de 'El Duende'. Te ofrezco el doble de lo que ganas ahora y control creativo total."
La oferta era increíble, pero mi mente estaba en otro lugar.
"Ricardo, te lo agradezco, pero no puedo irme solo. Tengo un grupo de bailaores, jóvenes con un talento inmenso. Son leales y Luciana los acaba de castigar por defenderme. No los dejaré atrás."
Hubo un silencio al otro lado de la línea. Esperaba una negativa, pero la respuesta de Ricardo me sorprendió.
"Máximo, por eso te llamo a ti. Sé la clase de hombre que eres. Tráetelos a todos. A Patrick, a los demás. Les haremos contratos profesionales a todos y cada uno de ellos. 'El Duende' no solo quiere a un maestro, quiere el alma del flamenco. Y esa alma está contigo y con tus discípulos."
Colgué el teléfono sintiendo una oleada de alivio y poder. Luciana creía que me tenía acorralado, que yo no era nada sin su academia. No se daba cuenta de que la academia no era nada sin mí y sin el talento que yo había cultivado.
Esa tarde, reuní a Patrick y a los otros bailaores sancionados. Les expliqué la situación, la oferta de Ricardo. No hubo dudas. Uno por uno, redactaron sus cartas de renuncia. La desbandada fue masiva y silenciosa.
Cuando Luciana volviera de la fiesta de cumpleaños de Leon, se encontraría con una academia vacía. Un cascarón sin alma, dirigido por un modelo de Instagram.