Mi primera reacción fue un impulso ciego de llamarla y gritarle, de exigir una explicación que sabía que no recibiría. Pero me contuve. En lugar de eso, con un nudo en el estómago, le di un "me gusta" a la publicación de Leon. Un simple clic, un acto pasivo-agresivo que decía más que cualquier palabra.
No pasaron ni cinco minutos. Mi teléfono sonó. Era Luciana.
"Máximo, ¿qué significa ese 'me gusta'? ¿Estás intentando provocarme?"
Su voz no era culpable, sino acusadora.
"Solo aprecio un coche bonito," respondí con una calma que no sentía.
"No juegues conmigo. Sé lo que estás pensando. Es solo un coche, una inversión de negocio. Leon es el futuro de la academia, necesita proyectar éxito. Tú eres un maestro consagrado, no necesitas esas cosas."
"Necesito un suelo decente para no lesionar a mis bailaores. Necesito espejos que no distorsionen la imagen. Necesito lo que me prometiste."
"Y lo tendrás," dijo ella, su tono suavizándose en una falsa promesa. "Cuando la bodega se recupere, te compraré el mejor suelo de toda Sevilla. Ten un poco de paciencia, por favor. No hagas un drama de esto."
Paciencia. Siete años de paciencia. Siete años de "más adelante", de "cuando sea el momento". Me di cuenta de que su "más adelante" significaba "nunca".
Colgué y me dirigí a un pequeño bar de Triana, el barrio que vio nacer mi arte. Necesitaba aire, distancia, un vaso de vino que ahogara el sabor a traición. Mientras estaba allí, mirando la calle sin verla, mi teléfono se iluminó con notificaciones.
Eran mis discípulos.
Patrick Brooks había comentado en la publicación de Leon.
"¿Bailarín principal? ¿Por posar en fotos? El verdadero arte se demuestra en el tablao, no en Instagram. Algunos ganamos campeonatos nacionales para la academia, otros reciben coches deportivos. Qué curioso."
El comentario de Patrick abrió la veda. Otros bailaores le siguieron, criticando la falta de técnica de Leon, llamándolo "modelo de Instagram" y cuestionando la decisión de Luciana. No eran insultos, eran verdades dichas con la frustración de artistas que veían su trabajo menospreciado.
La respuesta de Luciana no se hizo esperar. A la mañana siguiente, había un comunicado oficial en la página web de la academia.
"La dirección de 'Alma de Fuego' no tolerará la falta de respeto entre sus artistas. Debido a los comentarios poco profesionales y maliciosos vertidos en redes sociales, los salarios de los bailaores implicados, incluyendo a Patrick Brooks, serán reducidos en un 30% este mes como medida disciplinaria. En 'Alma de Fuego' valoramos la lealtad y una imagen positiva por encima de todo."
Luego, en un acto de cinismo supremo, añadió un segundo comunicado.
"Defendemos a nuestro bailarín principal, Leon Castillo, de los ataques infundados. Su talento y su valor comercial son un activo inestimable para el futuro de nuestra marca."
Leí aquello y sentí cómo la última gota de esperanza se evaporaba. No solo me había humillado a mí, ahora castigaba a los jóvenes que me eran leales, a los que yo había formado, por decir la verdad.
Ese fue el punto de quiebre. El momento en que la tristeza se convirtió en una fría y clara determinación. Siete años de humillaciones, de ser el segundo plato, de ver cómo mi pasión era utilizada como una herramienta de marketing. Se acabó.
Tomé mi teléfono y le escribí un mensaje corto y directo a Luciana.
"Quiero el divorcio."