No Te Merece Mi Amor
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Capítulo 4

Pasaron dos semanas. Dos semanas de un silencio denso por parte de Luciana. Supuse que seguía pensando que mi amenaza de divorcio era una pataleta. Mientras tanto, mi nueva vida en "El Duende" florecía. Ricardo nos había dado el mejor estudio de Sevilla, con un suelo de madera que sonaba a gloria y espejos que reflejaban cada matiz del movimiento. Mis discípulos, liberados de la atmósfera tóxica de "Alma de Fuego", bailaban con una energía renovada.

La burbuja de negación de Luciana finalmente estalló una tarde, no por una llamada mía, sino por la cruda realidad de su negocio. Sin su elenco principal, los espectáculos de "Alma de Fuego" se habían convertido en una parodia. Las críticas online eran demoledoras. El público, que pagaba por ver arte, se encontraba con las poses ensayadas de Leon y un cuerpo de baile sin experiencia. La taquilla se desplomó.

Su primera llamada fue furiosa.

"¡Máximo! ¿Qué has hecho? ¡Todos los bailaores principales han renunciado! ¡La academia es un caos!"

"Yo no he hecho nada, Luciana. Ellos tomaron su propia decisión. Quizás no les gustó que les recortaras el sueldo por ser leales."

"¡Esto es por tu culpa! ¡Estás intentando arruinarme!"

"Yo solo estoy siguiendo mi camino. Te pedí el divorcio. Deberías haberlo tomado en serio."

Colgué. Pero ella no se rindió. Empezó a llamarme sin cesar, sus mensajes pasaron de la ira a la súplica.

"Máximo, por favor, vuelve. Te daré la bonificación. Te daré lo que quieras."

"Máximo, te necesito. La academia te necesita."

Ignoré cada llamada, cada mensaje. El dolor inicial se había transformado en una indiferencia fría. Ya no sentía nada.

El enfrentamiento inevitable llegó una noche, a la salida de "El Duende". Estaba despidiéndome de Patrick cuando el deportivo rojo de Leon frenó bruscamente frente a nosotros. Luciana bajó del asiento del copiloto, con el rostro desencajado. Leon la siguió, con una sonrisa arrogante.

"Así que aquí es donde se esconde la rata," dijo Leon, su voz goteando desprecio.

Luciana intentó mediar. "Máximo, tenemos que hablar. Por favor."

Pero Leon la apartó. Se acercó a mí, sacó un fajo de billetes del bolsillo y me lo arrojó a los pies. El dinero se esparció por la acera.

"Toma, para que no digas que mi mentora no te da nada. Esto es más de lo que vales. Ahora, arrodíllate y pídele perdón a Luciana por el daño que le has hecho. Quizás ella te acepte de vuelta como limpiador de suelos."

El mundo pareció detenerse. La humillación pública, el desprecio absoluto. Todo el dolor y la ira de los últimos siete años se concentraron en mi puño. No pensé. Simplemente actué.

El golpe fue seco y certero. Leon cayó hacia atrás, tropezando con sus propios pies y aterrizando de forma patética en el suelo, con la nariz sangrando.

Luciana gritó. Corrió hacia Leon, ignorándome por completo.

"¡Animal! ¡¿Cómo te atreves a tocarle?!", me gritó, ayudando a Leon a levantarse. Se volvió hacia mí, con los ojos llenos de furia. "¡Se acabó, Máximo! ¡Te vas a arrepentir de esto! ¡Yo misma te pediré el divorcio y te dejaré en la calle!"

La miré, sin una pizca de emoción en mi rostro. Saqué un sobre de mi chaqueta y se lo tendí.

"No hace falta que te molestes," dije con calma. "Ya lo he hecho yo."

Abrió el sobre con manos temblorosas. Dentro estaba la copia del certificado de divorcio, finalizado y sellado por el juzgado esa misma mañana. La ley permitía finalizarlo sin su presencia después de repetidos intentos fallidos de notificarle.

Su rostro palideció. Miró el papel, luego a mí, luego de nuevo al papel. La arrogancia se desvaneció, reemplazada por un shock puro y absoluto.

"No... no es posible," susurró.

"Es muy posible," respondí. "Eres una mujer libre, Luciana. Disfrútalo."

Me di la vuelta y me alejé, dejando atrás a una mujer rota, a un bailarín sangrando y a un fajo de billetes esparcidos por el suelo como hojas muertas. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí verdaderamente libre.

                         

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