Máximo reapareció en el hospital al día siguiente, con Isabella a su lado.
"Pobre Lina", dijo Isabella, su voz llena de falsa compasión. "Máximo estaba tan preocupado por mí que no pudo quedarse. Tuve un ataque de pánico".
"Isabella se quedará conmigo por un tiempo", anunció Máximo, sin mirar a Lina. "Su apartamento está en remodelación después del incidente".
Lina no dijo nada. Su indiferencia pareció irritar a Máximo, que esperaba lágrimas o una escena de celos.
Él intensificó sus demostraciones de afecto hacia Isabella, besándola y abrazándola frente a la cama de Lina.
Durante la cena en el apartamento esa noche, a la que Lina fue obligada a asistir, Isabella sufrió una reacción alérgica grave a los mariscos. Su rostro se hinchó y luchaba por respirar.
Máximo reaccionó con una preocupación extrema, llamando a su médico privado y gritando órdenes.
Más tarde, el chef privado, un hombre leal a Máximo, acusó a Lina. "La señorita Salazar insistió en que añadiera camarones al plato. Dijo que era el favorito de la señorita Ramírez".
Máximo la confrontó, sus ojos brillando con una mezcla de decepción y una extraña satisfacción. "Sé que estás celosa, Lina, pero esto es ir demasiado lejos".
Mientras él la acusaba, Lina vio una sonrisa fugaz y casi imperceptible en sus labios. Se dio cuenta de que él no creía que ella fuera culpable. Estaba disfrutando del drama, de la idea de que ella estaba tan desesperada por su amor que recurriría a tales actos.
"Como castigo", dijo Máximo con calma, "vas a experimentar lo que sintió Isabella".
La obligó a beber una botella entera de pisco, un licor al que ella era alérgica. La reacción fue inmediata y violenta. Su garganta se cerró y luchó por respirar.
Él la observó, con esa misma sonrisa casi imperceptible, antes de llamar tranquilamente al médico para que le administrara una inyección.
En ese momento, Lina comprendió la verdadera naturaleza de su crueldad. No se trataba de Isabella. Se trataba de él. Disfrutaba de su poder, de su capacidad para hacerla sufrir y luego salvarla, manteniéndola en un ciclo interminable de dolor y dependencia.
Con una claridad aterradora, reafirmó su decisión. La relación tenía que terminar. Se dio un plazo: el día en que su período de separación legal expirara. Ese sería su último día con él.