Cuando el Sufrimiento Baila un Tango
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Capítulo 4

Máximo organizó una fiesta en su bodega para celebrar la "milagrosa recuperación" de Isabella.

Fue un evento lujoso, lleno de gente importante del mundo del vino y la alta sociedad de Mendoza.

Lina, obligada a asistir, se mantuvo en un segundo plano, ignorando las miradas de lástima y los susurros de los invitados sobre el fin de su relación con Máximo.

Isabella, disfrutando de ser el centro de atención, se acercó a Lina. "Parece que tu tiempo ha terminado", se jactó. "Máximo finalmente se dio cuenta de quién es la mujer adecuada para él".

Más tarde, mientras Lina estaba de pie junto a una fuente ornamental en el jardín, Isabella la empujó.

Lina cayó al agua fría, el impacto la dejó sin aliento.

Máximo, que estaba al otro lado del jardín, reaccionó con un pánico instintivo. Saltó al agua sin dudarlo, sus ojos llenos de un miedo genuino mientras la sacaba.

Por un momento, mientras la sostenía en sus brazos, la esperanza volvió a florecer en el pecho de Lina.

Pero en cuanto ella estuvo a salvo en el borde de la fuente, tosiendo y temblando, la máscara de frialdad de Máximo volvió a su lugar.

"Siempre tan torpe, Lina", le dijo, su voz gélida.

"¡Fue ella!", gritó Lina, señalando a Isabella. "¡Ella me empujó!"

Isabella puso una expresión de inocencia herida. "¡Yo nunca haría algo así! Lina, debes estar confundida".

Lina sacó su teléfono, dispuesta a llamar a la policía. "Voy a denunciarte".

Máximo le arrebató el teléfono de la mano. "No vas a hacer nada. Estás haciendo una escena".

En ese momento, Lina se dio cuenta de que para Máximo, su vida, su seguridad, valían menos que su "juego" de manipulación y poder.

"Basta de historias", dijo él, su voz peligrosamente baja. La agarró del brazo y la arrastró hacia la bodega.

La encerró en una cava oscura y húmeda, un lugar que desencadenó su claustrofobia infantil. La oscuridad la envolvió, y los recuerdos de haber sido encerrada en un armario por su padre abusivo la inundaron.

Sufrió un ataque de pánico, golpeando la puerta y gritando hasta que su voz se quebró.

Se negó a comer o beber lo que el personal le trajo. Solo quería salir.

A la mañana siguiente, Máximo abrió la puerta. La encontró acurrucada en un rincón, pálida y temblando.

"¿Vas a seguir inventando historias sobre Isabella?", preguntó, su voz desprovista de emoción.

Exhausta y desesperada, Lina finalmente cedió. "No", susurró. "No diré nada. Solo déjame salir".

Una extraña expresión, casi de decepción, cruzó el rostro de Máximo por un instante, pero la ocultó rápidamente. "Bien", dijo, y se hizo a un lado para dejarla pasar.

                         

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