La puerta de la oficina se cerró, pero las paredes de la escuela eran delgadas y los chismes viajaban rápido. Más tarde, supe lo que había pasado. El director les había mostrado el historial de asistencia de Carlos, sus calificaciones desastrosas y las múltiples quejas de otros profesores.
Llamaron a Carlos a la oficina.
Según me contó mi compañera de cuarto, cuya amiga trabaja como asistente en la dirección, la escena fue un completo desastre.
-¡Es que no lo entienden! -gritaba Carlos, su voz se oía hasta el pasillo-. ¡La escuela es inútil! ¡Yo tengo un plan! ¡Voy a ser un éxito, más grande de lo que puedan imaginar! ¡No necesito estas clases estúpidas!
Su padre, un hombre de aspecto trabajador y cansado, tenía el rostro contraído por la furia y la vergüenza.
-¿Un plan? ¿Tu plan es faltar a clases y gastar dinero que no tenemos en esa chica? ¡Mira tus notas, Carlos! ¡Eres una vergüenza!
-¡Esa chica, como tú la llamas, será mi esposa! -replicó Carlos, inflando el pecho con una arrogancia delirante-. ¡Y yo voy a ser el mejor de esta generación, con o sin sus estúpidas reglas!
El director, un hombre paciente pero ahora visiblemente irritado, intervino.
-Carlos, tu actitud es inaceptable. Mira a tus compañeros. Mira a Sofía, por ejemplo. Ella ha mejorado notablemente, se está esforzando...
La mención de mi nombre fue como echar gasolina al fuego.
-¡Sofía! -escupió Carlos, y la asistente dijo que su rostro se deformó por el odio-. ¿Esa pájara aburrida que solo sabe esconderse detrás de los libros? ¡Ella no es nadie! ¡Es una simple rata de biblioteca sin talento real! ¡Solo espera a ver! ¡Yo la aplastaré! ¡La dejaré en el polvo!
La malicia en su voz era tan cruda, tan llena de un veneno irracional, que incluso el director se quedó atónito por un momento.
Fue entonces cuando su padre no pudo más. La vergüenza, la ira, la frustración acumulada explotaron. Se levantó de su silla, y el sonido de su mano chocando contra la mejilla de Carlos resonó en la oficina.
¡Zas!
Un silencio sepulcral.
Carlos se llevó una mano a la cara, más por la conmoción y la humillación que por el dolor. Sus ojos se llenaron de una furia asesina.
-Me pegaste... -susurró, incrédulo.
Luego, sin decir una palabra más, se dio la vuelta y salió corriendo de la oficina, empujando a su madre que intentaba detenerlo.
La noticia del "cachetadón en la dirección" se convirtió en la comidilla de toda la escuela. Algunos lo veían como un drama familiar bochornoso. Otros, increíblemente, lo romantizaron.
-Wow, qué rebelde -escuché decir a una chica en la cafetería-. Lucha contra el sistema y su familia por su amor. Es como de película.
Yo solo podía negar con la cabeza ante tanta estupidez. No era una película, era el patético derrumbe de un idiota arrogante.
Carlos no volvió a la escuela ese día. Tampoco al siguiente. Laura parecía preocupada, pero más por su propio estatus que por el bienestar de Carlos. Su fuente de regalos y atención había desaparecido.
La noche del segundo día, la situación se intensificó. La policía llegó a la escuela. Estaban buscando a Carlos y a Laura. Los padres de ella habían denunciado su desaparición, temiendo que Carlos se la hubiera "llevado".
El escándalo explotó. La búsqueda duró hasta la madrugada. Finalmente, los encontraron.
No estaban en una escapada romántica. Los encontraron en un pequeño motel de paso a las afueras de la ciudad, de esos que se rentan por horas. Según el informe que se filtró, la habitación era un desastre, olía a alcohol barato y, para colmo de la sordidez, estaban en un estado "comprometedor".
La policía los llevó a la comisaría, donde sus familias los esperaban. Ahí fue donde todo terminó de estallar.
Cuando el padre de Laura, un hombre corpulento y de mal genio, vio a Carlos, perdió el control.
-¡Tú, maldito mocoso! ¡Arruinaste a mi hija!
Antes de que alguien pudiera reaccionar, el padre de Laura agarró una silla de metal de la sala de espera y, con un grito de rabia, se la estrelló a Carlos en la pierna.
Se escuchó un crujido horrible, seguido de un grito de dolor de Carlos. La sangre empezó a brotar de su pantalón.
El caos se desató en la comisaría. Gritos, llantos, policías tratando de separar a las familias.
Carlos, el "futuro genio", el "gran triunfador", yacía en el suelo, llorando de dolor y humillación, con una pierna rota. Su gran plan se había hecho pedazos, igual que su hueso, en el sucio suelo de una comisaría de policía.