Agarró el bolso y lo apartó de su alcance.
"Espera un momento," dijo con la voz melódica de Sofía, pero con una astucia en los ojos que no era de ella. "¿Para qué quieres mi teléfono?"
"¡No es tu teléfono, es el mío! ¡Y necesito llamar a Ricardo!"
"No, no, no," dijo Mateo, sacudiendo la cabeza y sonriendo. "Este es el teléfono de Sofía. Y tú eres Mateo. ¿Por qué Mateo querría llamar al esposo de Sofía? Es sospechoso."
Sofía lo miró, incrédula.
"¿De qué estás hablando? ¡Tenemos que solucionar esto!"
"Tranquila, mi amor," dijo Mateo, imitando el tono cariñoso que usaba con ella minutos antes. "Ya encontraremos una solución. Pero por ahora, hagamos las cosas bien. Yo soy Sofía, tú eres Mateo. Actuemos como tal."
Había un brillo codicioso en sus ojos que Sofía nunca había notado antes.
"Usa tu propio teléfono," añadió Mateo casualmente, mientras comenzaba a revisar el contenido del bolso de Sofía.
Sofía metió la mano en el bolsillo del pantalón de Mateo y sacó un teléfono viejo y con la pantalla rota.
Marcó mi número frenéticamente.
Una, dos, tres veces.
El teléfono sonaba y sonaba, pero nadie contestaba.
"¡No contesta! ¡El maldito no contesta!"
Por supuesto que no contestaba.
En ese momento, yo ya estaba en un taxi camino al aeropuerto.
Apagué mi teléfono, lo guardé en la maleta y me dispuse a disfrutar de unas merecidas vacaciones en la playa, lejos de todo.
Ya había puesto en marcha mi plan, solo tenía que esperar a que los frutos maduraran.
Mientras tanto, en el hotel, la desesperación de Sofía crecía.
"Tenemos que ir a la empresa," dijo finalmente, resignada. "Tal vez esté allí. O al menos podré usar uno de los teléfonos de la oficina."
Mateo, que había estado examinando las tarjetas de crédito de Sofía con una sonrisa de satisfacción, levantó la vista.
"¿A la empresa? Suena bien. Tengo curiosidad por ver el lugar que diriges, mi amor."
La forma en que decía "mi amor" ahora le provocaba náuseas a Sofía.
Se vistieron y bajaron al lobby.
La gente los miraba de forma extraña.
Veían a una mujer hermosa y elegante, Sofía, seguida de un hombre de aspecto desaliñado y que cojeaba, Mateo.
Nadie podía imaginar la verdad.
Llegaron al imponente edificio de oficinas de la empresa.
Mi empresa.
En cuanto entraron, mi secretaria, Laura, una mujer eficiente y leal que había contratado yo mismo, los recibió.
"Señora Sofía, qué bueno que llega. El señor Ricardo me llamó hace un rato. Me pidió específicamente que cuando usted llegara, le mostrara los informes de ingresos del último trimestre."
Yo no había hecho tal llamada, por supuesto.
Pero el sistema me había dado un nuevo poder: la capacidad de influir sutilmente en las acciones de personas clave para facilitar mi plan.
Laura no sabía por qué sentía la necesidad de hacer eso, simplemente lo hizo.
"¿Los informes?" dijo Mateo con la voz de Sofía, tratando de sonar profesional. "Claro, por supuesto. Muéstremelos."
Laura los condujo a la lujosa oficina de la presidencia.
La oficina que había sido mía.
Puso una carpeta sobre el enorme escritorio de caoba.
Mateo la abrió.
Sus ojos, los hermosos ojos de Sofía, se abrieron como platos al ver las cifras.
Cientos de miles, millones de pesos en ganancias.
No pudo ocultar su asombro.
Empezó a contar los ceros con el dedo, sus labios moviéndose en silencio.
Una sonrisa de pura codicia se extendió por el rostro de Sofía, una expresión que nunca había visto en ella, porque no era de ella.
Era la avaricia desnuda de Mateo, finalmente encontrando su paraíso.
Sofía, de pie en un rincón con el cuerpo de Mateo, observaba la escena con un creciente sentimiento de horror.
Empezaba a comprender la verdadera naturaleza del hombre por el que estaba dispuesta a dejarlo todo.