Creía que eras gigoló
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Capítulo 2

El silencio que siguió a la orden de Marco fue más pesado que cualquier grito.

Sofía se detuvo en seco, justo en el umbral del dormitorio, su espalda rígida.

Sintió la mirada de Isabella sobre ella, una mirada burlona, divertida, disfrutando del espectáculo.

El hombre que supuestamente la amaba, que le pedía que lo esperara, ahora la trataba como a una sirvienta delante de su nueva mujer.

La humillación era un sabor amargo en su boca.

Isabella soltó una risita, un sonido agudo y desagradable.

"Cariño, no seas tan duro con ella," dijo, aunque su tono no tenía nada de compasivo, "quizás no sabe dónde está la cocina, después de todo, parece un poco perdida."

Se acomodó en el sofá como si fuera la reina de un castillo, cruzando las piernas y acariciando su vientre apenas abultado.

Marco, envalentonado por el aparente apoyo de Isabella, insistió.

"Sofía, ¿no me oíste? Un vaso de agua para Isabella, ahora."

Sofía se giró lentamente, su rostro estaba pálido, pero sus ojos ardían con una luz fría que Marco no reconoció.

Lo miró directamente, ignorando a Isabella por completo.

"Si tu 'esposa' tiene sed," dijo, su voz peligrosamente calmada, "creo que tú tienes dos manos perfectamente funcionales para servirle agua, o quizás ella misma puede levantarse y conseguirla."

La sonrisa de Isabella se congeló en su rostro.

La mandíbula de Marco se tensó, una vena palpitaba en su sien.

"¿Qué acabas de decir?" siseó, dando un paso hacia ella.

"He dicho," repitió Sofía, levantando la barbilla, "que no soy tu sirvienta, ni la de ella."

Isabella se levantó del sofá, su rostro ahora una máscara de furia.

"¿Pero quién te crees que eres para hablarnos así, empleaducha de cuarta?" espetó, su voz subiendo de volumen, "¡Marco, haz algo! ¿Vas a dejar que esta don nadie me falte al respeto en nuestra propia casa?"

"Nuestra casa," repitió Sofía con una risa sin alegría, "¿Desde cuándo es esta 'vuestra' casa? Hasta donde yo sé, el contrato de alquiler está a mi nombre, y pagué la mitad del depósito."

Marco se quedó sin palabras, su rostro enrojeciendo de ira y vergüenza.

Isabella lo miró con furia.

"¿Es eso cierto, Marco? ¿Todavía compartes gastos con esta... mujer?"

"Isabella, mi amor, es complicado, yo..." tartamudeó Marco, buscando una excusa.

"¡No quiero tus excusas!" gritó Isabella, "¡Quiero que la saques de aquí ahora mismo! ¡No quiero volver a ver su cara!"

Señaló la puerta del dormitorio.

"¡Ve a por tus porquerías y lárgate! Tienes cinco minutos."

La arrogancia de Isabella era monumental, actuaba como si fuera la dueña y señora no solo de la empresa, sino también de la vida de Sofía.

Marco, atrapado entre las dos, tomó el camino del cobarde.

Se volvió hacia Sofía, su rostro endurecido por la humillación que Isabella le estaba haciendo pasar.

"Ya la oíste," dijo con frialdad, "recoge tus cosas y vete, no quiero más problemas por tu culpa."

"¿Por mi culpa?" Sofía lo miró, incrédula, "¿Tú me engañas, embarazas a tu jefa, me despiden, intentas echarme de mi casa y el problema soy yo?"

"¡Cállate!" gritó Marco, perdiendo el control, "¡Todo esto no habría pasado si fueras un poco más ambiciosa, si me hubieras apoyado en lugar de conformarte con tu miserable sueldo!"

"Mi miserable sueldo," repitió Sofía en voz baja, "el que usábamos para pagar este alquiler, para comprar la comida que comías, para pagar las facturas que también eran tuyas."

Cada palabra era un golpe, y Marco retrocedió como si lo hubiera abofeteado.

Isabella observaba la escena con los brazos cruzados, una sonrisa satisfecha volviendo a sus labios.

"Ya basta de dramas," dijo con displicencia, "Marco, cariño, estoy cansada y el viaje será largo, deshazte de ella de una vez."

Se acercó a él y le dio un beso en la mejilla, un gesto de posesión.

"Te espero en el coche, no tardes."

Y con eso, se dio la vuelta y salió del apartamento, dejando a Marco y Sofía solos en medio de la tensión.

Marco evitó la mirada de Sofía, su cobardía ahora expuesta en toda su magnitud.

"Sofía, por favor," murmuró, "solo vete, no hagas esto más difícil."

Sofía no dijo nada más, simplemente se dio la vuelta y entró en el dormitorio, el sonido de la puerta cerrándose con un clic suave fue el punto final de su relación de siete años.

Abrió el armario y comenzó a meter su ropa en una maleta de forma mecánica, sus movimientos eran rápidos y eficientes, sin sentimentalismos.

No había mucho que empacar, la mayoría de sus pertenencias estaban en la casa de sus padres.

Mientras doblaba una blusa, escuchó a Marco moverse por el apartamento, abriendo y cerrando cajones.

Unos minutos después, él apareció en la puerta del dormitorio.

"Toma," dijo, extendiendo un fajo de billetes, "esto debería ayudarte a encontrar un lugar por unas semanas."

Sofía lo miró, luego miró el dinero en su mano.

Era el último insulto.

Después de la traición, la humillación y el abandono, ahora intentaba comprar su silencio, aliviar su conciencia con un puñado de dinero sucio.

Ignoró el dinero y cerró la cremallera de su maleta.

La levantó del suelo y caminó hacia la puerta, pasando junto a él como si no existiera.

Marco la agarró del brazo, su agarre era fuerte, desesperado.

"Sofía, por favor, no te vayas así," suplicó, su voz rota, "piensa en todo lo que hemos vivido, en nuestros siete años..."

Sofía se detuvo y lo miró a los ojos, y por primera vez, él vio la inmensa distancia que se había abierto entre ellos.

"Esos siete años," dijo ella, su voz desprovista de toda emoción, "son exactamente la razón por la que me voy así, Marco."

Se soltó de su agarre con un tirón firme y salió del apartamento sin mirar atrás, dejando a Marco solo con su dinero, su cobardía y el eco de una puerta cerrándose para siempre.

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