Había invertido siete años de su vida en un hombre que la consideraba un obstáculo, una carga.
El día siguiente lo pasó en una neblina de dolor, apenas comió, apenas se movió de la habitación.
Por la noche, mientras intentaba dormir, el insomnio la torturaba, su mente no dejaba de reproducir las escenas, las palabras, las miradas.
Cansada de dar vueltas en la cama, se levantó y caminó descalza hasta la puerta, necesitaba aire.
Abrió la puerta que daba a un pequeño balcón y salió, pero se detuvo en seco.
Desde su balcón, podía ver parcialmente el interior de una de las suites de lujo del hotel, cuyas cortinas no estaban completamente cerradas.
Y allí estaban ellos.
Marco e Isabella.
Al parecer, su vuelo se había retrasado o cancelado, y habían decidido pasar la noche en el mismo hotel.
El corazón de Sofía se detuvo.
Se escondió rápidamente en la sombra, su cuerpo presionado contra la pared fría, pero no pudo evitar mirar, no pudo evitar escuchar.
Isabella estaba sentada en un sillón, con una copa de lo que parecía ser jugo en la mano, Marco estaba de pie frente a ella, masajeándole los hombros.
"Esa perra de Sofía," dijo Isabella con veneno, "realmente me sacó de quicio, no puedo creer que tuvieras el mal gusto de estar con alguien tan corriente y sin clase."
Marco suspiró, su voz sonaba cansada.
"Ya te lo dije, Isabella, fue un error de juventud, era cómodo, eso es todo."
"¿Cómodo?" Isabella se burló, "Siete años de 'comodidad', Marco, no me hagas reír, dime la verdad, ¿qué le veías?"
Hubo un largo silencio, Marco dejó de masajearla y se alejó hacia la ventana, dándole la espalda.
"No lo sé," dijo finalmente, su voz era un murmullo bajo que Sofía apenas pudo oír, "supongo que al principio me gustaba su... simplicidad, no pedía nada, no esperaba nada, era fácil."
Hizo una pausa.
"Pero luego... me empezó a cansar, su falta de ambición, su conformismo, siempre hablando de sueños estúpidos como abrir una pequeña librería en la playa, ¡una librería! ¿Te imaginas? Era patético."
Cada palabra era un puñal en el corazón de Sofía, un veneno lento que se extendía por sus venas.
"Siempre la tuve que empujar," continuó Marco, su voz ganando fuerza, como si se estuviera convenciendo a sí mismo, "empujarla a que pidiera un aumento, a que se vistiera mejor, a que intentara relacionarse con gente importante, pero no había manera, era como arrastrar un peso muerto."
Isabella sonrió, satisfecha con la respuesta.
"Bueno, al menos te diste cuenta a tiempo, cariño, ahora estás conmigo, y yo te llevaré a la cima."
"Lo sé," dijo Marco, girándose para mirarla, una sonrisa falsa en su rostro, "y te estoy muy agradecido, Isabella, por todo."
"Eres un buen chico, Marco," dijo ella, dándole una palmadita en la mejilla, "un poco débil a veces, pero con potencial, solo necesitas a alguien fuerte como yo que te guíe."
Sofía se retiró del balcón, cerrando la puerta con un cuidado infinito para no hacer ruido.
Se apoyó en ella, su cuerpo temblando incontrolablemente.
Peso muerto.
Patético.
Esas eran las palabras que el hombre que amaba usaba para describirla a sus espaldas.
De repente, un torrente de recuerdos la inundó.
Recordó todas las veces que Marco se había burlado de su ropa, diciendo que era demasiado simple.
Recordó las cenas con sus compañeros de trabajo, donde él la menospreciaba sutilmente, haciendo chistes sobre su "trabajo sin importancia".
Recordó cómo él siempre desestimaba sus sueños, su deseo de una vida tranquila y significativa, llamándolo "poco realista".
En ese momento, todo encajó.
No era que él se hubiera convertido en un extraño, era que ella nunca lo había conocido de verdad.
Había estado enamorada de una ilusión, de una versión de Marco que solo existía en su cabeza.
El dolor se transformó en una ira fría y lúcida.
Ya no había lágrimas que derramar, solo una determinación helada que se asentaba en su alma.
Se acabó.
Se había acabado de verdad.
Cogió su teléfono y miró el billete de avión que había comprado hacía semanas, un viaje a Cancún, un viaje que se suponía que iban a hacer juntos para celebrar su aniversario.
Él siempre había puesto excusas para no ir, diciendo que era demasiado caro, que no tenía tiempo.
Ahora entendía por qué.
Él no quería ir a una playa a leer libros con ella, él quería ir a reuniones de negocios en hoteles de lujo con Isabella.
Sin pensarlo dos veces, entró en la aplicación de la aerolínea y confirmó su vuelo.
Se iría sola.
Se iría a Cancún y se sentaría en esa playa, y por primera vez en mucho tiempo, respiraría aire puro.
Justo cuando guardaba el teléfono, este vibró.
Era un mensaje de Marco.
Sofía, sé que estás enfadada, pero por favor, entiende mi situación, te he transferido 50,000 pesos para que te las arregles, no te preocupes por mí, estaré bien, cuando vuelva de este viaje, hablamos, no tomes ninguna decisión precipitada, espérame.
Sofía miró el mensaje, la hipocresía era tan descarada que casi le dio risa.
Le enviaba dinero para callarla mientras la destrozaba a sus espaldas en la habitación de al lado.
No respondió.
Simplemente borró el mensaje, borró su número, borró cualquier rastro de él de su teléfono.
Luego, se metió en la cama y, por primera vez en días, se durmió profundamente, soñando con el sol, la arena y el sonido de las olas.
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