Cambio El Novio En La Boda
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Capítulo 1

La víspera de mi boda, el aire en la Ciudad de México estaba cargado de una emoción casi eléctrica, una mezcla de los nervios típicos y la alegría desbordante que sentía. Mi vestido, una creación mía que había ocupado mis sueños durante meses, colgaba como un fantasma resplandeciente en mi habitación, esperando el gran día. Sofía Pérez, la diseñadora de moda en ascenso, estaba a punto de casarse con Mateo, el influencer del momento, el hombre que yo había ayudado a construir desde cero.

Decidí darle una última sorpresa. Él estaba en su estudio, probablemente terminando los detalles para una transmisión en vivo sobre nuestra "boda de ensueño". Con una sonrisa cómplice, tomé las llaves de mi auto y conduje hacia el edificio moderno donde había instalado su centro de operaciones, un lugar que yo misma le había conseguido gracias a los contactos de mi padre.

Al llegar, la puerta del estudio estaba entreabierta. Qué raro, siempre era muy cuidadoso con la seguridad. Me asomé, esperando gritar "¡Sorpresa!", pero las palabras se me atoraron en la garganta. La escena que encontré me heló la sangre y detuvo mi corazón en seco.

Mateo no estaba solo. Estaba con Esmeralda, la aspirante a modelo que él "patrocinaba", y no estaban precisamente trabajando. Él la tenía acorralada contra el escritorio, sus manos recorriendo su cuerpo con una familiaridad que me revolvió el estómago. Sus labios se encontraron en un beso desesperado, hambriento, un beso que nunca me había dado a mí. Era una traición cruda, descarada, sucediendo en el nido que yo le había ayudado a construir.

El shock inicial dio paso a una náusea amarga. Me quedé paralizada, observando en silencio, cada segundo una tortura. Era una ironía cruel, la mujer que iba a prometerle amor eterno mañana, descubriendo que su amor era una farsa monumental. Retrocedí sin hacer ruido, mi mente en blanco, mi cuerpo moviéndose por puro instinto. Regresé a mi auto y me quedé ahí sentada, temblando, sin poder procesar la magnitud del engaño.

En menos de una hora, mi teléfono empezó a vibrar sin control. No era una llamada, eran notificaciones. Abrí Instagram y lo vi. Alguien había filtrado una foto. No era la misma escena que yo vi, pero era igual de condenatoria: Mateo y Esmeralda saliendo de un hotel de lujo, tomados de la mano, con sonrisas culpables. El titular de un blog de chismes ya gritaba: "Mateo, el prometido del año, ¿le es infiel a Sofía Pérez en la víspera de su boda?".

La noticia se extendió como un incendio forestal. Mi nombre, el de Mateo y el de Esmeralda eran tendencia en Twitter. La humillación era pública, masiva, implacable. Mi teléfono no paraba de sonar: amigos, familiares, periodistas. Lo apagué.

Entonces, llegó un mensaje de Mateo.

"Sofía, mi amor, tenemos que hablar. No es lo que parece. La prensa está loca. Por favor, contéstame".

Lo ignoré. Unos minutos después, su auto se estacionó bruscamente detrás del mío. Salió corriendo.

"¡Sofía! ¡Gracias a Dios te encuentro! Tenemos que salir de aquí", dijo, con una urgencia fingida.

"¿Salir de aquí?", repetí, mi voz era un susurro hueco.

"Sí. Me llevaré a Esmeralda fuera de la ciudad por un tiempo, hasta que esto se calme. Es lo mejor para mi imagen. Ella está muy asustada, la pobre. No está acostumbrada a este tipo de presión".

Lo miré, y por primera vez, lo vi con total claridad. No había remordimiento en sus ojos, solo pánico por su carrera. Su preocupación era por su imagen, por la chica con la que me engañaba. Mi dolor se transformó en un frío glacial. La decepción fue tan profunda que mató cualquier sentimiento que quedaba.

Asentí lentamente.

"Tienes razón", dije, mi calma lo sorprendió. "Es lo mejor. Vete. Lleva a Esmeralda y desaparece hasta que esto pase".

Él pareció aliviado.

"Sabía que lo entenderías, mi amor. Eres la mejor. Arreglaré todo, te lo prometo. La boda solo se pospondrá un poco".

Se inclinó para besarme, pero me aparté.

"Solo vete, Mateo. Ahora".

Él lo atribuyó a mi enojo y se fue rápidamente. En cuanto su auto dobló la esquina, tomé mi teléfono y lo encendí. Ignoré las docenas de llamadas perdidas de su familia y amigos. Busqué un solo contacto en mi agenda.

Ricardo.

El chef exitoso, amigo de mi familia, el hombre que siempre me había mirado con un cariño que yo, en mi ceguera, nunca quise ver. El hombre cuya familia era tan o más influyente que la mía.

Marqué su número. Contestó al primer tono.

"¿Sofía? ¿Estás bien? Vi las noticias, es una locura, lo siento mucho".

Su voz, llena de una preocupación genuina, fue el primer bálsamo en mi herida abierta.

Tomé una respiración profunda, la decisión más importante de mi vida saliendo de mis labios con una firmeza que no sabía que poseía.

"Ricardo", dije, mi voz ya no temblaba. "La boda de mañana sigue en pie. El novio es el único que cambia. Cásate conmigo".

Hubo un silencio al otro lado de la línea, tan denso que podía cortarse. Luego, su respuesta, calmada y segura, cambió mi mundo para siempre.

"Sí, Sofía. Por supuesto que me casaré contigo".

            
            

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