El vino y la pasión juvenil le dieron un coraje que no sabía que tenía. Se acercó y, sin decir una palabra, la besó.
Sofía no se apartó. No se enfadó. Simplemente abrió los ojos y lo miró con una sonrisa melancólica, casi triste.
"Aún eres un niño, León. El tango y el amor requieren más que solo pasión juvenil".
La condescendencia en su voz lo hirió. Con la audacia de sus dieciséis años, replicó, su voz temblando ligeramente.
"¡No soy un niño! Y voy a mejorar. Seré el mejor bailarín que esta ciudad haya visto, por ti".
Sofía lo observó durante un largo silencio, luego soltó una risa suave, teñida de burla.
"Está bien, niño. Cuando ganes el Campeonato Mundial de Tango, y si todavía me quieres para entonces, consideraré darte una oportunidad".
León se aferró a esa promesa como si fuera un evangelio.
Dedicó los siguientes seis años de su vida a una sola cosa: perfeccionar su arte. Rechazó becas y oportunidades en el extranjero solo para permanecer cerca de ella, para que lo viera convertirse en el mejor. Y lo logró. Se convirtió en una estrella emergente, el nombre en boca de todos en la escena del tango de Buenos Aires.
El día de su vigésimo segundo cumpleaños, el día que finalmente ganó el Campeonato Mundial, corrió a "El Corazón". Llevaba el trofeo en la mano, un peso dorado que representaba seis años de sudor, sacrificio y devoción. Iba a reclamar su promesa.
Al acercarse al salón privado de Sofía, se detuvo en seco. Escuchó voces dentro, una conversación que le heló la sangre en las venas.
"Sofía, ¿de verdad vas a hacer esto?", preguntó un amigo de ella, con un tono de desaprobación. "Usar a Ricardo para destrozar a León... es cruel. ¿Simplemente vas a anunciar que él es tu pareja de baile y de vida en tu fiesta de aniversario?".
La voz de Sofía, suave y teñida de una resignación que León nunca había oído, respondió.
"Es la única manera. León viene a por esa estúpida promesa. No puedo darle lo que quiere".
"¿Tanto lo odias?", insistió otra voz, una mujer. "El chico te adora. Es talentoso, leal...".
"No se trata de odio", la voz de Sofía se quebró por un instante, apenas perceptible. "Ustedes saben a quién he amado siempre. Ricardo fue mi mentor, mi primer compañero... mi todo. Pero él nunca me vio de esa manera".
"¡Ah, 'El Maestro'!", exclamó alguien con un tono de revelación. "Pero Sofía, Ricardo siempre ha estado ahí para ti. Quizás solo necesitaba un empujón".
"Exacto", dijo Sofía, su voz recuperando la compostura fría y calculadora que él conocía tan bien. "Le dije a Ricardo que León se ha vuelto una obsesión peligrosa, que necesito una forma de alejarlo. Le propuse que anunciáramos nuestra asociación oficial, tanto en la pista como en la vida, durante la fiesta de aniversario de la milonga. Esto no solo disuadirá a León para siempre, sino que también nos dará la oportunidad de reavivar nuestra conexión. Después de que León se rinda, le confesaré a Ricardo mis verdaderos sentimientos".
Se escucharon risas y aplausos dentro de la habitación, celebrando el "plan maestro" de Sofía.
El trofeo se deslizó de las manos de León.
Golpeó el suelo de madera con un ruido sordo y pesado, un sonido que se perdió entre la celebración del grupo.
Con el corazón hecho añicos, León se dio la vuelta y huyó hacia la noche lluviosa de Buenos Aires, dejando atrás ocho años de devoción, un trofeo dorado y una promesa rota.