Tango de Cenizas: El Renacer de un Corazón Roto
img img Tango de Cenizas: El Renacer de un Corazón Roto img Capítulo 3
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Capítulo 3

Pasó un año. Un año en el que León intentó reconstruirse en Barcelona, pieza por pieza. Pero el pasado tenía una forma de aferrarse a él.

Elena lo llamó, insistiendo en que regresara a Buenos Aires para una visita. Era la fiesta de aniversario de "El Corazón", la misma fecha en que su mundo se había derrumbado.

"Tienes que venir, León. Tienes que demostrarles que no te han destruido", le dijo su hermana con una ferocidad que solo podía nacer del amor y la rabia.

León cedió. Quizás Elena tenía razón. Quizás necesitaba cerrar ese capítulo en persona.

La fiesta en "El Corazón" era un espectáculo de opulencia y éxito. Sofía y Ricardo se pavoneaban por el salón, la pareja de oro del tango, recibiendo felicitaciones y miradas de admiración.

En cuanto León entró, los amigos de Sofía lo rodearon.

"Vaya, vaya, mira quién ha vuelto", dijo uno con una sonrisa burlona. "¿Vienes a declarar tu amor eterno otra vez?".

"No avergüences a tu hermana, niño", añadió otra, mirándolo con desdén. "Sofía ya tiene a su hombre. Un hombre de verdad".

León apretó los puños, pero mantuvo la calma. Ignoró los comentarios y buscó a su hermana entre la multitud. Pero Ricardo lo interceptó.

"Castillo", dijo "El Maestro" con una sonrisa condescendiente. "Qué sorpresa verte. Pensé que te habías rendido".

"Solo vine a ver a mi hermana", respondió León, su voz plana.

"Claro", dijo Ricardo, acercándose. "Pero mantén tu distancia. Sofía es mía ahora. No necesita distracciones infantiles".

La tensión entre ellos era palpable. En ese preciso instante, se escuchó un crujido ominoso desde arriba. Una de las pesadas y antiguas lámparas de araña del salón de baile se desprendió del techo.

Cayó directamente hacia Ricardo.

Todo sucedió en una fracción de segundo. Sofía, que estaba a unos pasos, reaccionó por puro instinto. Con un grito, empujó a Ricardo fuera del camino.

León, que estaba justo al lado de Ricardo, no tuvo tiempo de reaccionar. La lámpara de araña se estrelló contra él con una fuerza brutal.

Lo último que vio antes de que todo se volviera negro fue el rostro aterrorizado de Sofía, pero su terror no era por él.

Despertó en una cama de hospital. El olor a antiséptico le llenaba las fosas nasales. Elena estaba a su lado, con los ojos rojos e hinchados de llorar.

"¿Qué...?", susurró León, intentando incorporarse. Un dolor agudo y cegador en su tobillo lo hizo gritar.

"Tu tobillo", dijo Elena, con la voz rota por la rabia. "Está gravemente dañado. Los médicos dicen... dicen que podría poner fin a tu carrera".

León la miró, aturdido.

"¡Ella te vio!", gritó Elena, incapaz de contenerse más. "¡Estaba más cerca de ti, León! ¡Podría haberte empujado a ti! ¡Pero eligió salvarlo a él! ¡A él!".

León bajó la mirada hacia la sábana blanca. Una calma desoladora lo invadió, una aceptación fría y amarga.

"Lo entiendo, Elena", dijo en voz baja, consolando a su hermana a pesar de su propio dolor. "Él es el hombre que ama. Yo era solo un obstáculo. Ahora, realmente se ha acabado".

Días después, mientras intentaba dar sus primeros y dolorosos pasos con muletas, Sofía apareció en el hospital. Dijo que Ricardo, "preocupado", la había enviado.

Le pidió que dieran un paseo por el jardín del hospital. León, agotado de luchar, aceptó. Caminaban en un silencio incómodo cuando Ricardo apareció, "casualmente".

Mientras pasaban junto a un pequeño estanque ornamental, Ricardo tropezó "accidentalmente" y cayó al agua con un chapoteo.

Sofía se giró al instante. Su rostro se contrajo de furia. Miró a León, que se mantenía inmóvil con sus muletas, y gritó.

"¡Lo empujaste!".

"¿Qué? No, yo no...", empezó a decir León, confundido.

Pero Sofía no escuchaba. En un arrebato de ira ciega, se abalanzó sobre él y lo empujó con todas sus fuerzas.

León perdió el equilibrio. Las muletas se le escaparon. Cayó hacia atrás, al estanque, y su tobillo lesionado se golpeó contra el borde de cemento. Un dolor insoportable, peor que nada que hubiera sentido antes, lo atravesó.

"¡Si vuelves a acercarte a Ricardo, no tendré piedad!", le gritó Sofía desde el borde, su rostro desfigurado por la rabia.

El agua fría y el dolor agonizante fueron lo último que León sintió antes de que Elena y el personal del hospital corrieran a sacarlo, mientras Sofía solo se preocupaba por ayudar a un Ricardo empapado y sonriente.

            
            

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