Porque un niño que nunca ha sido amado aprende a reconocer la diferencia entre el afecto genuino y la caridad culposa.
Y yo sabía usar ambas a mi favor.
Sofía fue enviada a un "retiro espiritual" en Suiza. Un exilio elegante.
La paz reinó en el rancho durante meses.
Yo me dediqué a cuidar de Ricardito, el bebé.
Era un niño tranquilo y sonriente.
Cuando lo sostenía en brazos, sentía algo extraño.
Una ternura que no sabía que poseía.
Él era inocente en todo esto.
Una parte de mí quería protegerlo.
La otra, la parte oscura, sabía que él también era una pieza en mi juego.
Sofía regresó para Año Nuevo, más delgada, más pálida, pero con el mismo odio en los ojos.
La cena de Nochevieja fue una tortura silenciosa.
El momento de la explosión llegó, como siempre.
Doña Guadalupe, en un gesto de buena voluntad, sacó una caja de terciopelo.
"Sofía, mi amor, esto era de tu abuela. Quiero que lo tengas."
Dentro había un brazalete de esmeraldas y diamantes, una antigüedad de valor incalculable.
Sofía lo miró con desdén.
"¿Y a ella qué le vas a dar? ¿Las joyas de la familia de su madre prostituta?"
Doña Guadalupe se puso de pie, temblando.
"¡Sofía!"
"¡Es la verdad! ¡Y no quiero esta porquería! ¡Seguro ya se la habías ofrecido a ella primero!"
En su furia, manoteó y estuvo a punto de golpear a Ricardito, que estaba en su silla alta a mi lado.
Me moví instintivamente, interponiéndome y recibiendo el golpe en el brazo.
El bebé se asustó y empezó a llorar.
"¡Basta!" gritó Don Ricardo.
Pero yo no miraba a ninguno de ellos.
Miraba a Diego.
Había estado toda la noche sentado en silencio, observando.
Y sus ojos no se habían apartado de mí.
Cuando me interpuse para proteger al bebé, vi un destello de admiración en su mirada.
El caballero andante había encontrado a su dama, una que no solo era víctima, sino también protectora.
Más tarde esa noche, mi teléfono sonó.
Era él.
"Sal. Estoy en el camino de la entrada."
Mi corazón latió un poco más rápido. Era el momento.
Me puse unos jeans y una camiseta simple, me quité todo el maquillaje.
Quería parecer vulnerable. Normal.
Subí a su coche de lujo. El olor a cuero y a su colonia cara me envolvió.
"¿Estás bien?" preguntó, su voz era suave.
Asentí, sin mirarlo.
"Lo que hiciste esta noche... proteger al bebé... fue muy valiente."
Condujo en silencio durante unos minutos, alejándonos del rancho.
Luego, detuvo el coche en un mirador con vistas a todo el valle.
"No puedo seguir viendo cómo te tratan, Elena."
Se giró hacia mí, sus ojos brillaban en la oscuridad.
"Sofía está loca. Mi compromiso con ella es un negocio, nada más. Tú... tú eres diferente."
Se acercó y me besó.
Fue un beso suave, tierno. Calculado.
Le correspondí con una timidez estudiada.
Y entonces, vi por el rabillo del ojo un coche que se acercaba por el camino.
Sabía quién era.
Le había enviado un mensaje anónimo a Sofía.
"Tu prometido está en el mirador con tu hermanita. Deberías venir a ver el espectáculo."
Justo cuando el coche de Sofía se detuvo a unos metros, profundicé el beso.
Tomé la cara de Diego entre mis manos y lo besé con una desesperación fingida, asegurándome de que Sofía tuviera una vista perfecta a través del parabrisas.
Escuché el portazo y los tacones de Sofía corriendo hacia nosotros.
Me aparté de Diego justo a tiempo.
Sofía arrancó la puerta del coche.
"¡MALDITOS! ¡LOS ODIO!"
Su rostro estaba desfigurado por la rabia.
Diego salió del coche para enfrentarla.
"¡Sofía, cálmate! ¡No es lo que parece!"
"¡Claro que es lo que parece! ¡Me estás engañando con esta zorra!"
Aproveché la distracción para salir por el otro lado y empezar a caminar de vuelta al rancho, fingiendo estar devastada.
Diego corrió tras de mí.
"¡Elena, espera!"
Me alcanzó y me agarró del brazo.
"Déjame en paz, Diego. Esto fue un error."
"No, no lo fue," dijo él, su voz llena de una pasión que sonaba casi real. "Te amo, Elena. Y voy a terminar con Sofía. Por ti."
Lo miré, dejando que las lágrimas que había convocado llenaran mis ojos.
"¿Por qué yo? Soy un desastre. Estoy rota."
"Porque eres la mujer más fuerte y buena que he conocido."
Me acerqué y apoyé mi cabeza en su pecho, dejando que me abrazara.
"Tú me salvaste esa noche en el bautizo," le susurré. "Todos vieron mis cicatrices, pero tú viste... a mí."
"Siempre te veré a ti," dijo él, besando mi pelo.
Lo abracé con más fuerza.
Mi última carta, la de mostrarme como la amante despechada y herida, había funcionado.
Él se creía el héroe de la historia.
No sabía que el verdadero villano lo estaba abrazando en ese momento.
Más tarde esa noche, en la soledad de mi lujosa habitación, miré el sobre que Don Ricardo me había dejado.
Contenía un fajo de billetes. El pago por mi humillación.
Lo tomé y sonreí.
Era el primer pago de una deuda muy, muy larga.
"Uno por uno," susurré a la oscuridad. "Van a caer todos. Y tú, Sofía, serás la primera."