Damián actuaba con una eficiencia fría que impresionó a su padre. Había dejado de ser aquel muchacho que vivía bajo la sombra de sus amistades de la infancia; ahora se consolidaba como el heredero de los Garza, decidido a forjar un nuevo camino.
Sin embargo, el pasado aún no había terminado con él. Una semana después, estaba bajando la escalera principal cuando las vio. Karla, Daniela y Jimena lo esperaban en el vestíbulo, formando un círculo protector alrededor de Javier, quien se apoyaba en un bastón con una cojera exagerada.
Aparentemente, habían presionado al nuevo mayordomo para que les permitiera ingresar. Con voz llena de reproche, Karla gritó: "¡Damián! Tenemos que hablar". Javier lo miró, con una expresión de inocencia fingida en su rostro. "Señor Garza, es mi culpa; solo quise venir para agradecerle en persona por... por todo".
El tono sumiso y adulador de Javier estaba perfectamente calculado para hacer que Damián pareciera un tirano. "¿Agradecerme por qué, Javier?", preguntó con tranquilidad, mientras continuaba bajando las escaleras sin prisa. "Por permitirme quedarme aquí, incluso después de... bueno, después de todo", balbuceó Javier, manteniendo los ojos bajos. "Sé cuál es mi lugar, estaría feliz de lustrar sus zapatos, señor; es lo menos que puedo hacer".
Pero antes de que intentara moverse, Daniela lo detuvo. "No digas tonterías, Javier; no eres su sirviente, y todavía tienes el tobillo lastimado". Jimena, con voz suave, añadió mientras colocaba una mano protectora en su brazo: "Has sido muy valiente, pero no deberías forzarte a permanecer de pie". Karla dirigió una mirada furiosa a Damián. "¿No te das cuenta de que está herido? ¿Cómo puedes permitir siquiera que piense en hacer tareas? ¿Acaso no tienes compasión?".
La escena resultaba tan absurda: estaban en su propia casa acusándolo de crueldad hacia el hombre por el que lo habían dejado días atrás. Con calma, Damián declaró: "Esta es mi casa; Javier es el hijo del administrador de la hacienda; si desea trabajar, es su decisión. Y si tanto se preocupan por su bienestar, tal vez deberían llevárselo con ustedes". No lo había dicho como una sugerencia seria, era más como una prueba, cuya respuesta ya conocía.
De pronto, los ojos de Javier se abrieron fingiendo espanto, perdió el equilibrio y dejó caer el bastón estrepitosamente antes de caerse de rodillas y gritar: "¡Señor Garza, por favor! ¡No me eche! ¡No tengo a dónde ir! Mi familia ha servido a la suya por generaciones. ¡Le ruego que no me destierre!".
Fue una actuación magistral.
"¡Javier!", gritaron las tres mujeres al unísono.
Se apresuraron a socorrerlo, con rostros retorcidos por la mezcla de furia y compasión.
"¡Damián, cómo pudiste!", chilló Karla mientras sostenía la cabeza de Javier. "¡Mira lo que has provocado!".
"¡Él solo intentaba ser amable!", espetó Daniela, con los ojos brillando de ira mientras ayudaba a levantarlo. "¡Eres un monstruo!".
Las tres se acurrucaron alrededor de Javier, murmurándole palabras de consuelo, ignorando por completo a quien había sido su anfitrión. Una vez más, Damián era un extraño en su propia casa, el villano en la tragedia que ellas mismas habían creado. Un profundo cansancio lo envolvió, junto con los dolores fantasma de su primera vida: las décadas de invisibilidad, de no ser más que un conveniente telón de fondo para la obsesión de ellas. Se dio la vuelta en silencio y subió a su habitación, mientras el sonido de sus acusaciones lo perseguía, un eco distorsionado de lealtad ciega y devoción mal encaminada. Cerró la puerta, dejando sus voces fuera.
Sin embargo, la tranquilidad no duró. Unos minutos después, hubo un suave golpe. "¿Señor Garza?", era Javier. "Le... le traje un poco de café, perdón por los problemas que causé". Damián abrió la puerta y lo encontró sosteniendo una bandeja con una sola taza de café, mientras su rostro era un cuadro de aparente arrepentimiento. "No lo quiero", respondió con frialdad. "Vete". "Por favor, señor", insistió Javier dando un paso adelante. "Solo un sorbo, lo preparé yo mismo". Al entrar en la habitación, el hombre tropezó; su cuerpo se inclinó hacia adelante y el café hirviente se derramó sobre la mano y el brazo de Damián. Un dolor agudo y abrasador recorrió su piel; soltó un grito y empujó instintivamente a Javier para alejarlo.
Eso era justo lo que él había estado esperando. El empujón no fue fuerte, pero aprovechó el impulso para lanzarse con violencia hacia atrás; torció su cuerpo, dirigiendo su cabeza contra la esquina filosa de la mesita de noche de madera.
Un crujido espantoso resonó en la habitación. Javier cayó al suelo, mientras un delgado hilo de sangre escurría por su sien. "¡Ah! ¡Mi cabeza!", gimió con dramatismo desgarrador.
Ese grito fue la señal. La puerta se abrió de golpe y las tres mujeres irrumpieron, con los ojos desorbitados por la alarma. Vieron a Javier en el suelo, sangrando, y a Damián de pie sobre él, con la mano enrojecida y ampollada por el café. Nadie preguntó qué había ocurrido, ni repararon en su herida.
Solo percibieron lo que Javier quería que vieran. "¡Oh, Dios mío, Javier!", gritó Karla, arrodillándose junto a él. Daniela y Jimena se abalanzaron también, apartando a Damián como si fuera un mueble. En su prisa, el hombro de Daniela golpeó el brazo herido de Damián, provocándole una nueva oleada de dolor insoportable.
Él retrocedió, sujetándose la mano abrasada, mientras su corazón y su carne ardían con el mismo fuego. Las observó. Las tres mujeres que una vez amó, ahora preocupándose por el hombre que había orquestado su desgracia. Con cuidado, levantaron a Javier, sus rostros eran una máscara de terror sincero y preocupación. Mientras que a él lo ignoraron por completo, a pesar de que también sangraba y estaba quemado por la trampa de aquel que tanto defendían.
Se lo llevaron a toda prisa, mientras sus pasos resonaban por el pasillo. Damián se quedó solo en el silencio, envuelto en el olor amargo de café y traición. Una sola lágrima, ardiente y amarga, se deslizó por su mejilla, no de pena, sino de resolución. Ese era el final, nunca más permitiría que tocaran su mundo; quemaría hasta las cenizas el último recuerdo de ellas.