Una Decepción de Cinco Años, Una Venganza de Por Vida
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Capítulo 2

Esa noche, oí a Ivan llegando a casa. Olía a vino y al perfume de Kiera. Debería haberlo estado esperando con un tazón de sopa para la resaca, como era nuestra costumbre, pero cuando subió, me encontró sentada en silencio al borde de la cama.

Se me acercó para abrazarme, pero yo instintivamente me aparté. Él suspiró, asumiendo que todavía estaba molesta por lo del parque de diversiones.

"Lo siento, Allie", comenzó, con voz suave. "Te lo compensaré. Te compraré la bolsa Birkin que querías ¿te parece?".

Yo lo miré, con una expresión inescrutable, mientras pensaba en todos los cumpleaños que había olvidado y las promesas que había roto. Él me abrazó, y yo sentí el gesto como una jaula. "Has estado trabajando demasiado en ese nuevo guion. Necesitas descansar", murmuró, pero yo sabía que cada palabra era una mentira.

Una ira fría y afilada atravesó mi dolor, pero dejé que él me guiara a la cama, manteniendo una expresión estoica, con la que aceptaba su falsa preocupación.

Apenas escuché que su respiración se estabilizaba, señal de que estaba profundamente dormido, fui directamente a su estudio.

Siempre estaba cerrado con llave, excusándose con que tenía documentos de trabajo confidenciales. Yo solía respetar eso, pero ahora sabía que era una bóveda para sus secretos. Intente desbloquear la chapa con nuestro aniversario, la fecha en que nos conocimos y el cumpleaños de mi madre, pero nada funcionó.

De repente, una idea dolorosa cruzó por mi mente. Con dedos temblorosos tecleé la fecha de mi cumpleaños, que era también la de Leo. La cerradura hizo clic y se abrió.

La habitación estaba impecable, dominada por un gran escritorio de caoba. Empecé por ahí. En un cajón cerrado con llave, encontré un pequeño álbum de fotos encuadernado en piel. Con manos temblorosas lo abrí y vi foto tras foto de Ivan, Kiera y su hijo, Leo. Salían en parques, playas, y celebraban cumpleaños con pasteles y velas. Lucían como una familia perfecta y feliz.

Mis padres también salían en una foto. Mi mamá, radiante, sostenía a Leo, mientras mi papá estaba de pie, con el brazo alrededor de Kiera. Se veían más felices en ese momento de contrabando de lo que habían estado conmigo jamás.

La evidencia era abrumadora, pero necesitaba más, así que me dirigí a su laptop; su contraseña era la misma. Tenía los archivos meticulosamente organizados. Encontré una carpeta llamada "Personal". Dentro, otra llamada: "L". Ahí estaba todo: videos de los primeros pasos de Leo y de sus primeras palabras. Escaneos de su acta de nacimiento, que listaba a Ivan como el padre. Y una subcarpeta llamada "Finanzas".

Al abrirla, la sangre se me heló, pues había transferencias electrónicas mensuales desde una cuenta conjunta perteneciente a mis padres, Richard y Eleanor Donovan, hacia una empresa fantasma. Y el concepto era el mismo cada mes: "Inversión Galería Reese". Las cantidades eran asombrosas: le habían dado millones en los últimos cinco años. Ellos no solo lo habían permitido, sino que lo habían financiado.

Cada palabra amable que me habían dicho, cada regalo caro, cada promesa hueca de familia, se pagaba con el mismo dinero que usaban para sostener a la mujer que intentó arruinarme, así como para mantener a la familia secreta que mi esposo había formado con ella. La ilusión de su amor no era solo una mentira, sino una transacción. Yo era el precio que pagaban para calmar su culpa por Kiera.

Copié todo en una pequeña memoria USB encriptada: cada foto, video y estado de cuenta. Mientras los archivos se transferían, tomé mi celular y llamé a Debi.

"Amiga, necesito que averigües todo lo que puedas sobre Kiera Reese durante los últimos cinco años. Todo", le pedí en un tono engañosamente tranquilo. Sabía que tenía que enfrentarlos, pero lo haría en mis propios términos, armada con una verdad innegable.

De repente, mi celular vibró y recibí un mensaje de un número desconocido. Era Kiera, quien probablemente me había visto merodeando fuera de su galería.

Me envió una foto familiar, la misma que acaba de ver, en la que salía con mis padres, con la leyenda: "Gracias por el hermoso cuadro que tu esposo me compró hoy. Es precioso. Dijo que el paisaje le recordaba al día en que nos conocimos. Siempre serás la extraña, el reemplazo conveniente".

Esas burlas estaban destinadas a romperme y, por un momento, lo hicieron. Me apoyé en el escritorio, apretando la memoria USB en mi mano, y dejé que una única lágrima, cargada de rabia y dolor, rodara por mi mejilla. Pero entonces, mi sufrimiento se transformó en algo frío y claro. Kiera estaba equivocada: no iba a romperme. Y, en cambio, yo reduciría su mundo a cenizas.

            
            

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