Así, busqué en bolsas de trabajo en internet y encontré una vacante como personal de limpieza temporal en la Galería Reese. Usando una cuenta desechable, contacté al gerente administrativo del lugar, y le dije que era una madre soltera que necesitaba con urgencia un trabajo. Una transferencia de varios miles de dólares, mucho más que el salario, selló el trato.
La tarde siguiente, llegué a la entrada de servicio con el resto del equipo de limpieza. Vestía un uniforme azul sencillo, una gorra de béisbol calada y un cubrebocas desechable. Mantuve la cabeza gacha y la boca cerrada.
Me enviaron a limpiar la oficina privada Kiera. La habitación era enorme, y tenía vista impresionante de la ciudad, pero eso no era lo que me interesaba. Yo estaba ahí para ver la vida que habían construido.
En la mesita de noche había un marco de plata, que contenía una foto de Ivan y Kiera el día de su boda. Obviamente no estaban casados; él era legamente mi esposo. Eso era una mentira dentro de otra, una ceremonia solo para ellos, una fantasía que vivían en secreto. Me moví por el lugar, limpiando mecánicamente, mientras escaneaba todo. Las paredes estaban cubiertas de retratos familiares: Leo en un pony, Kiera e Ivan riendo en un barco. Además, la arquitectura de la galería tenía todas las características del estilo distintivo de mi padre empresario, mientras que la curaduría gritaba la estética de mi madre, directora de cine.
En la sala de descanso del personal, encontré a una empleada amigable llamada Anna, quien limpiaba las repisas. Fingiendo la voz, le comenté en voz baja: "Este lugar es hermoso. Parecen una familia muy feliz".
"Lo son", suspiró Anna, sin mirarme. "El señor Hughes adora a ese niño. Y el señor Donovan.. está aquí más que en su propia oficina, supervisando personalmente las operaciones comerciales de la galería".
Esas palabras fueron como un golpe físico para mí, pues mi padre nunca se había ofrecido a enseñarme nada. Le había rogado que leyera mis guiones, que me diera orientación, pero siempre decía que estaba demasiado ocupado, pero parecía que tenía tiempo suficiente para atender el negocio de Kiera.
"¿Y la señora Donovan?", pregunté, con la voz tensa.
"Ah, ella trae productores de Hollywood y estrellas de primer nivel aquí todas las semanas", continuó mi compañera, sacudiendo la cabeza. "Dice que Kiera es la hija que siempre quiso, tan enérgica y fuerte".
Mi enemiga era la hija que mi progenitora siempre había querido, no yo, que era su hija real, y quien se había pasado años soñando con el amor de una mamá. Esa realización me revolvió el estómago. Sabía que tenía que irme de allí.
Cuando me di la vuelta para abandonar la sala de descanso, oí el sonido de un auto en la entrada. Luego vi el sedán negro y elegante: el carro de Ivan. Rápidamente agarré un trapeador y comencé a limpiar el vestíbulo principal, manteniendo la cabeza gacha y el cubrebocas puesto. Fingí que estaba demasiado absorta en mi trabajo para escuchar nada. Entonces vi a mi esposo, Kiera y Leo.
"Es que... es agotador, Ivan. Me refiero a tenerla cerca. ¿Cuándo te desharás de ella?", decía mi enemiga, haciendo un puchero.
Yo contuve la respiración.
Por su parte, mi marido se levantó, abrazó a su amante y la besó en la frente. Luego, con un dejo de impaciencia, contestó: "No hables así de ella. Sigue siendo una Donovan, después de todo. Todo lo que puedo darles a Leo y a ti es gracias a ella. Si no hubieras quedado embarazada en ese entonces, jamás la habría traicionado".
Esas palabras cayeron sobre mí con más fuerza que un insulto. Ahora sabía que no solo era un reemplazo, sino la mujer a la que traicionó por obligación. También me di cuenta de que eso debía haber alimentado los celos de Kiera, lo que explicaba su implacable crueldad.
Ya había conseguido lo que necesitaba, así que me di la vuelta para escabullirme.
"Oye, tú", resonó la voz de Ivan. "Eres nueva".
Yo, aún de espaldas a él, me quedé paralizada.
"Date la vuelta y quítate el cubrebocas", ordenó él con brusquedad. Era un cliente habitual ahí, así que conocía todas las caras. La idea de que estuviera más familiarizado con el personal de la galería de su amante que con mi propia vida me provocó otro escalofrío.