Bajo el juego del CEO
img img Bajo el juego del CEO img Capítulo 5 El Lenguaje del Cuerpo
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Capítulo 8 Nuevas Reglas en la Penumbra img
Capítulo 9 Juego de Sombras img
Capítulo 10 El Precio de la Lealtad img
Capítulo 11 Juego de Poder en la Piel img
Capítulo 12 Bajo el Cielo de Lisboa img
Capítulo 13 El Precio de la Lealtad img
Capítulo 14 Fuego en la Sombra img
Capítulo 15 Lazos de Confianza img
Capítulo 16 Despertar Entre Sabores img
Capítulo 17 El Eco de la Rendición img
Capítulo 18 El Laberinto Propio img
Capítulo 19 El Precio de la Verdad img
Capítulo 20 En la Guarida del Minotauro img
Capítulo 21 Victoria y Sumisión img
Capítulo 22 La Nueva Normalidad img
Capítulo 23 El Primer Movimiento de Locke img
Capítulo 24 Frente Unido img
Capítulo 25 La Jugada Sucia img
Capítulo 26 Geografía de la Desconfianza img
Capítulo 27 La Espía en la Sombra img
Capítulo 28 Confrontación en la Sala de Junta img
Capítulo 29 El Nombre del Fantasma img
Capítulo 30 La Primera Herida img
Capítulo 31 Posesión en las Ruinas img
Capítulo 32 El Refugio img
Capítulo 33 El Muro de Cristal img
Capítulo 34 La Ofensiva Mediática img
Capítulo 35 El Precio de la Lealtad img
Capítulo 36 Jaque al Rey img
Capítulo 37 Estrategia en la Penumbra img
Capítulo 38 La Traición de un Aliado img
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Capítulo 5 El Lenguaje del Cuerpo

Las siguientes veintidós horas fueron una lección de agonía suspendida para Valeria. Cada minuto desde que la puerta de la oficina de Elías se cerró a sus espaldas fue un recordatorio tangible de su nueva realidad. El moretón en su cuello, ahora un óvalo violáceo bien definido, era un sello de propiedad que llevaba oculto bajo la seda de un blazer. Esa mañana, se vistió con una precisión meticulosa: una falda lápiz color negro y una blusa de cuello alto que, sin embargo, rozaba la piel sensible de su cuello con cada latido, un recordatorio constante de su presencia.

El día de trabajo fue una prueba de fuego para su compostura. En las reuniones, su mente diseccionaba cada palabra de Elías, buscando un significado oculto, un tono de complicidad bajo la fachada del CEO. Pero él era impecable, un muro de profesionalidad gélida. Cuando sus miradas se cruzaban por un instante fugaz en la larga mesa de conferencias, sus ojos grises no reflejaban nada más que una evaluación crítica. Era como si el hombre que le había susurrado "mañana. 7 p.m." con una voz cargada de promesas oscuras fuera una alucinación.

A las 6:15 p.m., la oficina comenzó a vaciarse. Valeria permaneció en su cubículo de cristal, fingiendo una concentración absoluta en los detalles de una textura digital. Observó, con el rabillo del ojo, cómo los empleados se despedían, cómo las luces se apagaban en secciones distantes, sumiendo el espacio abierto en una penumbra azulada. El latido de su corazón era un tambor sordo y acelerado que marcaba la cuenta regresiva hacia las 7:00 p.m. A las 6:55 p.m., con las piernas convertidas en gelatina, recogió su bolso y se dirigió al baño más lejano al de ejecutivos.

Se miró en el espejo. Ojos demasiado brillantes, pupilas dilatadas. Pómulos sonrojados por una excitación nerviosa que le quemaba las venas. Se aplicó una capa discreta de brillo labial y se arregló una mecha rebelde. No quería parecer que se había preparado en exceso, pero la necesidad visceral de no decepcionarlo, de estar a la altura de cualquier expectativa que él tuviera, era un peso tangible en su estómago.

A las 7:03 p.m. (dejó pasar tres minutos deliberadamente, un acto minúsculo de desafío que solo ella conocería), se detuvo frente a la pesada puerta de roble de su oficina. Respiró hondo, conteniendo el temblor de sus manos, y antes de que su valor decayera por completo, llamó con los nudillos.

-Adelante - resonó su voz, grave y serena, desde dentro.

Al abrir la puerta, la encontró sumida en una penumbra cálida y seductora. Solo la luz ámbar de un flexo sobre su escritorio y el resplandor frío de la ciudad a través del ventanal la iluminaban. Elías no estaba sentado. Estaba de pie junto a la barra, con una botella de vino tinto ya abierta, respirando en dos copas de cristal fino. Llevaba los puños de su camisa blanca enrollados hasta los antebrazos, revelando la tensa musculatura y las venas marcadas. Era un detalle de intimidad doméstica que le aceleró el pulso de manera obscena.

-Llega tarde - declaró, sin volverse. No era un regaño, era una observación cargada de significado.

-El tráfico en el pasillo... era intenso -improvisó ella, cerrando la puerta tras de sí. El clic del pestillo sonó como un disparo en el silencio cargado.

Él se volvió entonces, y por primera vez en todo el día, permitió que su mirada se posara en ella sin restricciones, sin la barrera de lo profesional. Fue un escaneo lento, deliberado, que empezó en la punta de sus tacones negros, subió por la línea de sus pantimedias, se detuvo en la curva de sus caderas enfundadas en la falda lápiz y finalmente se clavó en su rostro. Valeria sintió que la seda de su blusa se le pegaba a la espalda, fría por el sudor.

-Quítese la chaqueta -ordenó, su voz un zumbido bajo.

Ella obedeció, dejándola caer sobre el respaldo de un sillón de cuero. Él se acercó, sosteniendo las dos copas. Le entregó una. Sus dedos rozaron los de ella y un escalofrío eléctrico le recorrió el brazo.

-¿Nerviosa? -preguntó, su tono era curiosamente neutral, como un científico estudiando una reacción.

-No -mintió Valeria, tomando un sorbo de vino. Era intenso, complejo y seco, como todo lo relacionado con él.

-Miente -murmuró él, y una esquina de su boca se curvó en una media sonrisa-. Su pulso acelera el ritmo de la arteria en su cuello cuando miente. Lo noté en nuestra primera entrevista.

La revelación la dejó sin aliento. Él la había estado estudiando, analizando, diseccionando como un algoritmo, desde el primer día.

-¿Es eso parte del juego también? ¿Observar mis reacciones fisiológicas? -preguntó, con un último y débil rescoldo de desafío.

-Todo es parte del juego, Valeria -respondió, dando un sorbo a su vino-. La pregunta es si usted está dispuesta a aprender las reglas. De verdad.

Se acercó más, eliminando la distancia que los separaba. Su aroma, sándalo y piel caliente, la envolvió como una nube embriagadora.

-Anoche -continuó, su voz bajando hasta convertirse en un susurro áspero que le erizó la piel- fue una rendición forzada por la lujuria. Una capitulación del instinto. Hoy... hoy quiero una entrega consciente. Un acto de voluntad.

Su mano libre se alzó y, con los dedos, comenzó a desabrochar el primer botón de su blusa de seda. Lo hizo con una lentitud exasperante, sus nudillos rozando la piel de su clavícula. Luego el segundo. Un jadeo leve escapó de sus labios.

-Quiero que me diga lo que quiere -susurró él, su aliento caliente en su oído mientras sus dedos trabajaban en el tercer botón-. No lo que cree que yo quiero oír. La verdad desnuda que esconde aquí -sus dedos presionaron suavemente justo sobre su esternón, sobre el latido furioso y desbocado de su corazón.

El quinto botón cedió. El sexto. La blusa se abrió como un capullo, exponiendo el encaje negro de su sostén y la piel de palidez marfil de su torso. Un rubor caliente, vergonzoso, subió por su cuello y su pecho, manchándolo de un rosa intenso.

-No... no sé -tartamudeó, sintiéndose infinitamente más expuesta que cuando estaba completamente desnuda. Esta vulnerabilidad era psicológica, más profunda.

-Sí lo sabe -insistió él, su mano rozando ahora la curva de su hombro desnudo-. Dígalo. Es la única moneda de cambio que acepto. Su verdad. Cruda. Sin filtros.

Y entonces, mirando fijamente los ojos grises que la desnudaban más que sus manos, la palabra surgió de lo más profundo de ella, cargada de vergüenza, miedo y una liberación brutal.

-Control -susurró, y fue como soltar un peso enorme de sus hombros-. Quiero... que usted tenga el control. Que decida. Que me haga dejar de pensar.

La sonrisa que iluminó el rostro de Elías no fue de triunfo, sino de profunda, auténtica satisfacción. Era la llave que había estado buscando, la confirmación de que su juego iba más allá de lo físico.

-Bien -ronroneó, acercándose hasta que sus labios estuvieron a un milímetro de los de ella-. Eso, Valeria, es el primer paso verdadero en el laberinto. Bienvenida de nuevo.

Y entonces, su boca capturó la de ella en un beso que no fue una conquista, sino un sello. Un beso lento, profundo, húmedo, que sabía a vino tinto y a promesas. Sus manos se deslizaron por su espalda desnuda, encontrando el cierre de su falda. Con un leve clic, la prenda cedió y se arremolinó a sus pies, dejándola en medias, liguero y el sostén de encaje. La sensación del aire frío de la oficina en su piel desnuda, contrastando con el calor de sus manos, la hizo estremecer.

-En el escritorio -ordenó contra sus labios, rompiendo el beso.

Guiándola por las caderas, la hizo recostarse sobre la fría superficie de ébano. La madera pulida era un shock gélido contra su espalda. Él se situó entre sus piernas, sus ojos recorriendo su cuerpo extendido como un banquete.

-Ahora -dijo, desabrochando su propio cinturón con manos seguras-, vamos a traducir esa verdad en acción.

Cuando entró en ella, fue con una lentitud deliberada y agonizante, llenando cada centímetro, estirándola, poseyéndola con una intensidad que le arrancó un gemido largo y tembloroso. No había prisa, solo la certeza brutal de su unión. Sus caderas comenzaron a moverse con un ritmo implacable, cada embestida una puntuación física a su confesión. Control. Cada empuje profundizaba su sumisión, cada retirada la dejaba anhelando más.

-¿Ve? -jadeó él, inclinándose sobre ella, sus músculos tensos-. Cuando deja de pensar... solo siente. Solo existe. Esto.

Una de sus manos se enredó en su pelo, tirando suavemente de su cabeza hacia atrás, exponiendo completamente su cuello, su pecho, su vulnerabilidad. La otra mano se deslizó entre sus cuerpos unidos, encontrando el núcleo sensible de su placer. Sus dedos, expertos y precisos, comenzaron a trazar círculos firmes y rápidos sobre su clítoris, sincronizados con el ritmo de sus empujes.

El orgasmo no llegó como una ola, sino como un incendio forestal. Se propagó desde ese punto de contacto, incendiando sus venas, contrayendo su vientre, arrancándole un grito desgarrado que resonó en la oficina silenciosa. Su cuerpo se arqueó violentamente contra el escritorio, sus uñas se clavaron en los brazos de él mientras las contracciones internas se apoderaban de ella con una fuerza catártica.

Sintiendo su climax, Elías aumentó el ritmo, sus propios gruñidos guturales mezclándose con sus jadeos. Su posesión se volvió más salvaje, más primaria, hasta que con un rugido ahogado, él también se vino, derramándose en lo más profundo de ella, su cuerpo convulsionándose en la culminación de su dominio.

Durante un largo minuto, solo existió el sonido de su respiración entrecortada, el sudor frío en sus pieles y el peso de su cuerpo sobre el de ella. Él se separó lentamente. Valeria yacía inmóvil, hecha añicos, sintiendo el eco de sus latidos en cada célula.

Él se ajustó la ropa con su habitual precisión. Luego, se acercó y con un gesto inesperadamente tierno, le pasó suavemente la blusa abierta sobre el torso sudoroso.

-Puede irse -dijo, su voz recuperando la compostura, pero con un deje ronco que delataba su propia conmoción-. Mañana. Misma hora.

Valeria, vaciada y transformada, asintió. Al recoger su ropa del suelo, supo que ya no había vuelta atrás. Había entregado su voluntad, y en ese acto aterrador, había encontrado una libertad más profunda de la que jamás había conocido.

            
            

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