El joven del que estaba enamorada en la escuela me había invitado a ser su cita, ¡así que estaba increíblemente emocionada! Me esforcé al máximo e hice que me peinaran, maquillaran y me pusieran uñas. Además, yo trabajé horas extras para ahorrar y comprarme un vestido. Me había costado una pequeña fortuna, pero valió la pena, pues por primera vez, ¡me sentía hermosa!
Mi cita me trató como a una reina, algo a lo que no estaba acostumbrada. A los gemelos les gustaba controlar todo lo que Lilly y yo hacíamos dentro de los muros de la casa de la manada, pero esa vez no se habían opuesto a que yo asistiera a la gala con un lobo joven. Pensé que, por fin, me habían concedido un poco de libertad.
Él y yo bailamos y reímos, ¡y pensé que me besaría! No quería que la noche terminara. Fue la velada perfecta, hasta que descubrí a los gemelos riéndose de lo desesperada y patética que era y de cómo no podían creer que yo de verdad le gustara a alguien. Al final resultó que ellos le habían pagado al chico para que saliera conmigo; incluso en mi recién descubierta libertad, habían movido los hilos para mantenerme bajo su control.
Incapaz de soportar más, me di la vuelta para irme y me encontré con otros compañeros de clase grabándome, riéndose de mí y de mis lágrimas. No pasó mucho tiempo antes de que el video terminara en redes sociales y se difundiera como la pólvora, ¡convirtiéndome en el hazmerreír de la manada!
Nunca había entendido por qué los hermanos de mi mejor amiga estaban tan obsesionados con lo que yo hacía. Entendía que la protegieran a ella, ¡pero yo no era su pariente! ¡Y su comportamiento era injustificado!
Intenté hablar con mi padre al respecto, pero desde que mi madre murió, él se había desconectado de mí, dejándome al cuidado de la Luna Luisa; su única preocupación era la manada y mantenerla a salvo. Y yo no podía ir con ella y quejarme de que sus preciosos hijos estaban volviendo mi vida un infierno, así que no tuve más remedio que aguantarme y callarme.
Solo cuando se marcharon a los dieciséis años, mi vida se volvió un poco más fácil. Por fin conocí la paz, la amistad, la diversión y, en algún punto intermedio, a Mike.
Abrí los ojos lentamente. Los recuerdos se desvanecieron y fueron reemplazados por el rostro preocupado de Knox, que me miraba con tanta calidez que se me revolvió el estómago. Me acariciaba suavemente la mejilla, mientras el alivio se extendía por su rostro.
"¡Quítame la mano de encima!", siseé, apartándolo con agresividad, con la mirada fija en sus pupilas azul hielo. Me obligué a ignorar el atisbo de dolor que cruzó su expresión.
"Tranquila, nena, déjame revisarte. Te golpeaste fuerte la cabeza", me dijo, y abrí los ojos de par en par, por la incredulidad que me causó su sinceridad.
"¡Quita tu pin... mano de mí antes de que te la arranque de un mordisco!", espeté, cerrando la boca de golpe y sintiendo el ligero roce de sus dedos en mis labios.
"Tienes una boca muy sucia, ¿lo sabes?", me dijo él, con el ceño fruncido, mientras contemplaba fijamente mis labios. De repente, se pasó la lengua por los suyos, con una expresión de necesidad que me hizo sentir incómoda.
"¡Debería darte una lección!", murmuró, y una sonrisa burlona se extendió por su rostro al ver la sorpresa que se apoderó del mío.
"¡Eres repugnante!", escupí, levantándome y mirando a mi alrededor. Mi confusión aumentó al darme cuenta de que no estaba en el suelo, sino acostada en la cama, con Knox a mi lado.
Al parecer, me había cargado y cuidado, pero por más que lo intentaba, no podía entender por qué. Lo aparté de un empujón e intenté saltarlo. Sin embargo, él me agarró de la cintura y me inmovilizó cuando estaba a medio camino de su torso.
"Tengo que admitir que has cambiado mucho", dijo con una sonrisa, mientras sus dedos recorrían la suave tela de mi nueva lencería. Ese era el conjunto que había usado para Mike. "No eres la mocosa quejumbrosa que dejé atrás, ¿eh?", agregó y como respuesta lo empujé con fuerza del pecho, haciendo que mi largo cabello rubio platinado se soltara, enmarcando mi rostro en un halo de blancura resplandeciente.
"¡Pareces un ángel!", susurró sin aliento.
Yo lo miré con asco. Recorrí con la mirada su fuerte mandíbula, en la que crecía una ligera barba rubia oscura que se extendía por su cuello. Su pecho estaba cubierto de tatuajes oscuros que se arremolinaban bajo mis dedos, ahora posados sobre una dura pared de músculo. Lo siguiente que supe fue que sus manos se cerraban sobre mi cintura, para bajarme a su regazo. Separé mis piernas por inercia para acomodarme a su gran torso.
No quería admitir que él también había cambiado; se había convertido en un hombre guapísimo.
"¡Y musculoso!", añadió Sage en mi cabeza, devolviéndome a la realidad.
Ignorando el comentario lujurioso de mi loba con un gemido, cubrí las manos del hombre, que frotaba mis costados, y espeté: "En serio, ¡deja de tocarme!". Apartando sus manos con un bufido, gruñí: "¡Pendejo!".
"Hmm, sí, soy un pendejo que solo piensa con el pene... ¿Quieres verlo?", me provocó, y sus manos volvieron a mis caderas con una velocidad sobrenatural.
"¡Sí, quiero verlo!", ronroneó Sage con entusiasmo.
"¡En serio! ¿Recuerdas toda la mierda por la que nos hizo pasar?", espeté, tratando de apartarme de su agarre mientras me deslizaba por el cuerpo del hombre, presionando contra mí una dureza que no esperaba.
"¡Dioses!", jadeé, al sentir su sólida erección rozar mi sexo.
"¡Mierda!", gimió Knox, clavando sus dedos con fuerza en mis costados, mientras me sujetaba en contra su cuerpo.
Luego, comenzó a mover sus caderas de arriba abajo para rozar mi entrada empapada. Al parecer, mi vagina era tan puta como mi loba.
"¡Un body bierto de la entrepierna!", exclamó, sonriendo con suficiencia. "¡Al parecer, no eres tan inocente como pareces!".
"¡Ugh!", gruñí, tratando de levantarme de él, pero sus dedos se clavaron con fuerza en mi cadera, obligándome a frotarme contra su pene de nuevo. Me hizo gritar, mientras mi sexo se contraía por la necesidad, pues amaba la sensación de placer mezclada con dolor.
"¡Niégalo todo lo que quieras, pero puedo sentir que ya estás empapada!", susurró él. Luego, para demostrar su punto, empujó sus caderas contra mí de nuevo, enviando otra ráfaga de placer que recorrió mi cuerpo, bañando mis rasgos en un brillo lujurioso.
"¡¿Tú?!", bufé. "¿Por qué querría a alguien que pasó años haciéndome sentir insignificante?", siseé entre dientes, con la sangre hirviéndome.
El dolor que instantáneamente se reflejó en su rostro hizo que mi estómago anhelara calmar la culpa que veía reflejada en su ceño fruncido. Sin embargo, este desapareció tan rápido como llegó, antes de que su habitual máscara de descaro volviera a su lugar.
"Bueno, dame una hora; ¡te prometo que te haré sentir como la reina que eres!", exhaló.
"¡Knox, permíteme dejarte algo bien claro! ¡No te quiero!".
"¡Mentirosa, te va a crecer la nariz!", me confrontó mi loba, haciendo que me estremeciera. "¡Quieres besarlo, tocarlo y montarlo!", me provocó una y otra vez.
"¡Vete a la mierda!", le rugí.
"¡Nadie se enterará! ¡Solo hazlo! ¡O lo haré yo!", declaró mi loba, sin rastro de la diversión que había mostrado segundos antes.
"¿En serio? ¡Sage parece dispuesta!", comentó el hombre, sonriendo con picardía y lamiéndose los labios. "El aroma que ella desprende... ¡dice lo contrario!", prosiguió, impulsado sus caderas hacia arriba, para que su erección chocara con mi sexo.
Solté un ronroneo, mientras mi loba luchaba por mantener el control.
"¡Es una puta!", declaré, enfadada por la traición de Sage.
"Mmm, ¿mi puta?", sondeó él, con una sonrisa radiante. Acto seguido, deslizó sus manos por mi espalda. Una se enredó en mi largo cabello rubio para tirar de mi cabeza hacia atrás, mientras la otra agarraba con más fuerza mis caderas. Luego, recorrió con su sólida verga los labios de mi empapada vagina. Estaba a milímetros de mi entrada y solo hacía falta un simple empujón de sus caderas para que me penetrara; sin embargo, estaba esperando a que yo le diera mi consentimiento.
"¡Como si a él alguna vez le hubiera importado un carajo lo que yo quería!", le gruñí a Sage, que seguía luchando conmigo por el control.
¡Esos dos podían irse a la chingada si creían que yo era tan fácil de manipular!
"¡Qué atrevido de tu parte suponer que cederé tan fácilmente!", declaré. Imitando la misma sonrisa arrogante que él acababa de mostrar, lo desafié: "¡Suplícame, Knox!".