Estaba harta de ser débil y vulnerable, de que los que me rodeaban me mangonearan, ¡y eso incluía a Mike y a los malditos gemelos! Alcé una ceja y esperé a que terminara cualquier tormento interno por el que ese hombre estuviera pasando para tomar su decisión.
De repente, me soltó las caderas. Era evidente que no planeaba ceder ante mí.
"¡Mira lo que has hecho!", se quejó Sage, haciéndome sonreír.
Lo único que había hecho fue demostrarle a ese tipo que no era una de sus fanáticas que se creían cada una de sus palabras.
"Si hay algo que esta noche me ha enseñado, es que los hombres siempre quieren lo que no pueden tener", espeté, antes de mandar a mi loba a lo más recóndito de mi mente.
"Eres tan malditamente perfecta, ¡pero no suplicaré!", sentenció él.
Observé fascinada cómo sus ojos recorrían el encaje que envolvía mi cuerpo y, sin disimular su hambre, se detenían en mis senos. Por una vez, ¡él parecía débil!
El deseo en su mirada me llenó de una nueva sensación de poder. Hacía tanto tiempo que no sentía este calor, y me estaba revolviendo el cerebro.
"Ves, no fue tan difícil, ¿verdad?", me reí, levantándome, mientras una idea cruzaba por mi mente. Llevaba años soportando sus provocaciones, bromas y humillaciones, pero había llegado la hora de devolverle el favor.
"¡Hazlo, te reto!", me animó Sage.
Segundos después, deslicé las manos por la suave tela que cubría mis pechos, me quité los tirantes de los hombros y dejé que el delicado encaje se deslizara hacia abajo, lo que hizo que mis chichis rebotaran libres. El siseo que salió de los labios de Knox mientras sus manos se aferraban a la manta me hizo sonreír triunfante.
No me detuve ahí. Pasé las manos por mi vientre plano, a través de mis caderas, y me apoyé en sus piernas con una mano, mientras deslizaba la otra entre mis muslos, antes de introducir mis dedos en mis pliegues empapados, donde se cubrieron con mi excitación.
"Lottie", oí gruñir a Knox, mientras yo me mordisqueaba el labio.
Con la velocidad de un rayo, él llevó sus manos a mis nalgas y me hizo rodar sobre mi espalda. Luego, se acomodó entre mis muslos: era tan grande que me separó mucho las piernas y me sentí incómoda. Al instante siguiente, sentí su enorme miembro presionando contra mi estómago, lo que me hizo tomar aire de forma dramática.
"¡Mierda! ¡Sage, qué fue lo que desaté!", gimoteé, con los ojos fijos en los orbes azul cielo que me robaron todo el aire de los pulmones.
La terquedad del hombre había sido reemplazada por un hambre inquietante. Él inclinó su cabeza hacia mis pezones y su lengua asomó entre sus labios, que estaban magullados de tanto morderlos.
Le di una fuerte cachetada y sonreí al ver su expresión de sorpresa, pero la alegría me duró poco al ver que sus ojos se oscurecían y sus labios se curvaban. Lo siguiente que supe fue que un gruñido salía de su pecho. Decidida a mantener mi postura, lo miré fijamente y levanté lentamente una ceja. Sin dudarlo, exigí: "¡No! ¡Suplica!".
Al ver que sus ojos se oscurecían y adoptaban el tono negro del iris de su lobo, supe que lo había presionado demasiado o había roto su determinación.
"Por favor", resopló, lamiéndose los labios mientras sus ojos bajaban de mi garganta a mi pecho.
"¡Te lo dije!", le chillé a Sage.
"¡No! ¡Puedes hacerlo mejor que eso!", respondí entre risas.
Haciendo un puchero, pasé el dedo que segundos antes estaba empapado en mi excitación por su labio inferior. Luego, mordiéndome el labio, anuncié: "¡Parece que, después de todo, no quieras probarme!".
"Por favor, Charlotte. Déjame besar tus bonitos pezones; déjame chuparlos, lamerlos hasta que estén duros contra mi lengua, y tú supliques que los muerda y los marque con mis dientes. ¡Déjame hacerte sentir la reina que eres!".
'¡Mierda!', pensé.
"¡Carajo, yo también suplicaré! ¡Déjalo hacerlo! ¡Por favor!", gimió Sage en mi cabeza.
Sin embargo, no era necesario que lo hiciera. Aunque odiara reconocerlo, yo también lo deseaba. Quería a ese hombre, y por la expresión de su cara, ¡él lo sabía perfectamente! ¡No era más que un cabrón!
Asentí y vi cómo él hacía precisamente eso. Sus labios alternaban entre mis pezones y los presionaban, chupaban y lamían. Eventualmente me dolieron y yo anhelé más que la suavidad que me ofrecía. Mis gemidos llenaron la habitación cuando sus dientes se cerraron sobre mi pezón, mientras que él comenzó a retorcer y tirar del otro con la mano.
Agarré su mano y lo regañé. ¡Incluso ahogada en lujuria, me negaba a dejar que tomara el control de la situación!
"Dije que podías usar la boca, ¡no dije nada de las manos!", espeté.
Él frunció el ceño, pero obedeció, dejando caer la mano al lado de mi cabeza. Luego, volvió a concentrarse en mi pezón, provocando lentamente la piel sensible hasta que me deshice en jadeos y excitación.
Estaba desesperada por más, ambos lo sabíamos. Y, a juzgar por cómo su pene palpitaba y latía contra mi estómago, él también.
"¿Char?", oí que Lilly me llamaba del pasillo. "¿Dónde demonios se metió?", gimió al pasar por delante de la habitación de Knox.
El hecho de que ni siquiera pensara en mirar aquí me lo dijo todo y me devolvió a la sorprendente constatación de que ¡la había cagado! Estaba acostada en la cama del hermano de mi mejor amiga, entre sus piernas, mientras él estimulaba mi pezón con su boca. Mi otro seno ya tenía innumerables chupetones y marcas de dientes agresivamente pintadas en mi piel.
"¡Quítate de encima!", gruñí, empujando a Knox, mientras mi lujuria se convertía rápidamente en odio. "¡Esto no debería haber pasado!", exclamé acusadoramente.
No obstante, sabía que había sido una participante dispuesta, y si mi amiga no hubiera interrumpido, ¡no quería ni imaginar hasta donde llegarían las cosas!
"¡Vamos, no pasa nada!", comentó él, entre risas, mientras yo escapaba de su cuerpo, volviendo a colocarme los tirantes del body, antes de volver a ponerme mi vestido.
"¿De dónde salió esa sangre?", gruñó Knox, haciéndome saltar.
Yo contemplé mi vestido, noté las manchas de sangre y fruncí el ceño, ¡pues ese era de mis favoritos! ¿Cómo no me había dado cuenta de que estaba lleno de la sangre de Mike?
"¡No es asunto tuyo!", resoplé, agarrando mis zapatos y mirándolo por última vez. "¡Esto nunca pasó!", sentencié, saliendo de la habitación tan silenciosamente como entré.
Luego, avancé de puntitas por el pasillo hasta la habitación de Lilly. Al ver que ella seguía buscándome, aproveché para meterme en la ducha, desesperada por quitarme la vergüenza de encima.
"¡No es lo único a lo que hueles!", me dijo Sage, mientras se frotaba contra las paredes de mi mente como un gato contra un árbol. "Hueles a él... ¡A Knox!".
"¿Qué?", jadeé, inhalando con fuerza, esperando que el olor del gel de ducha de fresa y lima borrara no solo el olor de ese hombre, ¡sino también los recuerdos! Sin embargo, lo único que podía percibir era el aroma celestial de Knox y su maldita excitación.
"¡Mierda!", gemí, frotándome hasta dejarme la piel en carne viva. No me detuve hasta que volví a escuchar la voz de mi amiga.
"¿Dónde demonios te habías metido?", espetó ella, mientras se subía al lavabo y me miraba con escepticismo.
En una fracción de segundo, ¡decidí que iba a mentir!
"¡Me perdí y acabé en la habitación de tu hermano Knox! ¡No sabía que había vuelto!", empecé, tomando aire y gimiendo, pues todavía podía percibir su olor en mí. "¡Habría estado bien que me avisaras!", gemí, dedicándole una irritada media sonrisa.
"¿Creías que mis hermanos se iban a perder mi gran día?", contestó entre risas, poniendo los ojos en blanco. "Volvieron esta noche".
"¡No me digas!", suspiré, dedicándole una mirada de "¿Tú crees?", mientras le soltaba otra mentira descarada. Sage y yo estábamos decepcionadas de lo fácil que la farsa salió de nuestros labios.
"Estaba enrollándose con una chica; ¡tuve que esconderme y esperar a que se durmieran antes de poder irme!", mentí, esperando que eso explicara por qué estaba cubierta con el inconfundible aroma de Knox, el sexo y la vergüenza.
"¡Oh, Dios mío! ¡Char! ¡Pobrecita! ¡Es tremendo mujeriego! ¿Quieres un poco de cloro para los ojos?", preguntó entre carcajadas, antes de agacharse y sacar el bote de gel de baño de su gabinete. "¡Eso explica el hedor!", añadió entre risas, aventándome una tolla.
Reírme con mi mejor amiga la noche de su ceremonia de apareamiento debería haber sido lo más destacado de mi noche, pero en lugar de eso, me quedé con una sensación incómoda que me revolvía el estómago. Algo me decía que mi vida estaba a punto de complicarse muchísimo más. ¡Y no había nada que pudiera hacer al respecto!