Capítulo 9 || INFORMACIÓN ||

Existen muchas clases de recursos con alto valor en una guerra, pero definitivamente el más importante de todos era la información. Solo podía lograrse la victoria con buena información, si la estrategia es parte fundamental en la victoria, pero es la información la que refuerza la estrategia.

Es por eso que una guerra es mucho más que un conflicto sangriento, era un conflicto económico, de orgullos y silencioso. Podía verse el claro ejemplo en la guerra desordenada que sufría Khelvar.

Pero yo no está en una guerra, porque ni siquiera la permitiría empezar, esto era una batalla. Una batalla elegante contra un oponente oculto en las sombras que había dado el primer golpe solo porque yo no lo esperaba.

Era por eso que precisaba de información. Información que le diera rostro a ese oponente, o, que me permitiera saber cómo proceder. Porque cuando yo me enfrentaba, solo había un posible resultado: Ganar.

Así que, era momento de hacer lo que los grandes reinos hacían para obtener información de un rehén. Porque existen numerosos medios para obtener información, pero, a situaciones desesperadas...

Miré a Eric Serpoec, quien era el hombre encadenado al techo en la habitación de tortura 13 del segundo nivel del palacio. Eric había servido en el palacio como un asistente de cocina, no tenía más de 25 años, había llegado aquí de la isla Ehrida.

Era por él que la habitación tenía un penetrante olor a sangre, muerte y orina. Era por él por quien llegaría a la información que necesitaba porque había sido él quien había dejado la nota en mi habitación.

Eric antes de entrar a esta habitación era un joven bastante apuesto, alto, de piel bronceada apenas y unos ojos castaños al igual que su cabello, con la altura suficiente para resaltar y la complexión física para robarle suspiros a las sirvientas.

Ahora, tenía el pecho desnudo lleno de sangre seca, un pantalón que en su mejor momento era beige lleno de más sangre, cortado en diferentes partes y lleno de orina lo que empeoraba el dolor de la habitación, su rostro estaba inflamado en diferentes lugares que lo hacían lucir deforme con el color extraño entre el rojo y el morado que había adoptado.

-Eric-saludé al ver su deteriorado aspecto-, una suerte que sigas con vida.

Obviamente no esperaba que muriera, no sin antes darme a mí lo que necesitaba. Me acerqué a él, consciente de que no hablaría en lo más mínimo y tomé de la mesa un martillo pequeño cuya cabeza era del tamaño de mi mano pero su función no era clavar cosas en una superficie dura.

-Supongo que hoy tampoco tienes interés en cooperar.

El silencio fue suficiente respuesta mientras pasaba mi índice por la punta del martillo que era afilada como una daga, al otro lado había una cabeza plana dispuesta para hacer tanto daño como yo deseará causar.

-Hay que reconocer que tienes una valentía admirable, Eric-murmuré tomando un clavo-, pero es inútil usarla en tu contra, ¿No ves lo que eso causa?

El clavo en mis manos no era ordinario, de hecho, sería imposible clavarlo en la madera ya que no era lizo, por todo el cuerpo del clavo había ligeros salientes que asemejaban al tallo de una rosa, cuyo dolor aumentaría cuando lo clavará en el cuerpo de Eric y comenzará a girarlo, rasgando la piel y los músculos.

-Admito que mi plan original era dormir y luego venir a ver si habías cambiado de opinión-confesé divertida mientras me giraba a verlo-, ¿Sabes qué es esto?

Le enseñé el clavo y él apretó con fuerza los labios mientras me miraba. Era un maldito valiente como pocos, pero definitivamente tenía miedo porque sabía que podíamos alargar esto tanto como él lo deseará.

-El Rey Federico II-expliqué ante su silencio-, cuarto monarca de Khelvar los llamaba clavos rosa, por la forma que tienen. Él, al igual que yo, requería de información que sus sirvientes se negaban a darle y tenía que obtenerlas por otros medios.

-Si el Rey Deizon se entera...-susurró Eric con poca valentía-, lo que hace aquí es ilegal.

-Lo es-asentí divertida, ante su frase repetitiva-, pero nadie más que usted va a saberlo, ¿Verdad?, aunque podemos terminar esto en cuanto usted quiera, solo tiene que decirme lo que quiero escuchar y le doy mi palabra que fingiré que no hizo nada en mi contra.

Eric, justo como en el momento en que amenacé con cortarle sus cuatro dedos de la mano izquierda, apretó los labios y apartó la mirada. No diría nada, aunque eso no evito que me divirtiera cortándole sus dedos uno a uno.

Suspiré y deje mis herramientas en la mesa, aunque las usaría pronto. Con la comodidad que mi ropa ligera con la que se suponía debía estar durmiendo me daban, busque en la habitación una mordaza.

-Eric te aseguro que no quieres conocer mi lado malo-le mostré la tela negra en mis manos-, dime ahora lo que quiero saber y te aseguro que acabaremos con esto.

Admiraba su valentía, sobre todo cuando me miró con ese odio profundo que podía reconocer de mis recuerdos y lanzo sobre mi bata su saliva llena de sangre que dejo una mancha marrón en la blanca tela.

Sonreí. Una sonrisa macabra que hicieron que el hombre me mirará como si se hubiera dado cuenta de que había cometido el error de su vida y, aprovechando a que los grilletes del sus pies y de las manos lo dejaban casi inmóvil puse la mordaza sobre su boca ahogando su voz. Tomé con fuerza su mentón y le deje ver apenas qué clase de oponente era yo:

-Ahora si vamos a empezar a divertirnos.

Solté su rostro e hice sonar la campana que tenía atada en la muñeca izquierda, mientras la dejaba sobre la mesa.

Existen muchos tipos de valentía, pero ninguno es capaz de resistir tanto cuando los que amas dependen de lo que dirás, no cuando tienes que ver como lentamente la vida de alguien importante para ti deja su cuerpo. Lo sabía, había vivido aquello y eso solo me demostró que el amor en la posición en la que estoy es una debilidad.

Era hora de convertir a Eric en una persona débil.

Bastian no tardó en entrar, su rostro tenso mientras evitaba mirarme. Bastian era una buena persona que, aunque no aprobaba lo que hacía, seguía apoyándome y esta situación no era la excepción.

A su lado, siendo guiado por mi consejero, entró Alexander Brend. Un moreno un par de centímetros más alto que Eric, de un espeso cabello rizado, mucho más delgado también que, hasta donde sabía, había vivido como costurero en el lado sur de la ciudad.

Me giré para ver a Eric con esa sonrisa macabra que lo hacía removerse como si deseará librarse de las deslumbrantes cadenas metálicas que lo sujetaban. Bastian encadeno sus tobillos y Alexander soltó un jadeo lleno de terror.

-Tranquilo, Alexander-susurré con falsa suavidad-, todo estará bien.

Eric se removió haciendo sonar ligeramente las cadenas mientras miraba a Alexander con desesperación. Quería protegerlo, quería mantenerlo a salvo y era de esa manera en la que todos obtendríamos lo que queríamos.

O, bueno, al menos yo lo haría.

-¿Majestad?-preguntó Alexander en extremo asustado-, ¿Qué es lo que pasa?

Bastian soltó sus manos y las encadeno al igual que a Eric, solo que con la libertad suficiente para que quedará sobre el suelo y no colgando como se encontraba Eric. En cuanto Bastian terminó su trabajo, me miró como si quisiera que cambiará de opinión algo que era imposible, por lo que decidió quitarla la venda y la mordaza a Alexander.

-¿Eric?-preguntó asustado Alexander mirándome de nuevo-. Princesa Dayra, ¿Qué está pasando?

-Lo que pasa querido Alexander es que, aquí tu pareja-señalé a Eric-está conspirando en contra de la corona.

Eso era mentira. Aquel hombre no estaba conspirando contra la corona, estaba conspirando contra mí.

-¿Qué?

Alexander tenía unos ojos de un precioso verde esmeralda que contrastaban a la perfección con su piel morena. Ahora miraban a aquel hombre que amaba con profundo temor y desconcierto, como si no lo reconociera.

-Así como lo oyes, Alexander-suspiré con falsa tristeza-y, ahora quisiera saber si tú le ayudas a conspirar contra la corona.

Los ojos de Alexander eran transparentes y supe que, por suerte, sería especialmente útil a la tarea que tenía planeada para él. Sus ojos verdes expresaban su completo desconcierto pero arrolladora honestidad.

-Por supuesto que no, Majestad-soltó con nerviosismo y honestidad-. Le juró que nunca haría nada que fuera en contra del reino que nos abrió las puerta a él y a mí.

Las relaciones de ese tipo eran castigadas por muchos reinos, pero Khelvar era libre en cuanto a las decisiones emocionales de cada persona porque si le gustaban las mujeres, los hombres, ambos o ninguno no era algo que los hiciera menos personas.

-Puedo confiar en lo que dices Alexander-asentí y me acerqué para acariciarle la mejilla, Eric detrás de mí se movía con más desespero-, se bien que una persona como tú, así de honesta, no se atrevería a mentirme.

Alexander sonrió apenas, lleno de alivio mientras dejaba que yo paseará mis dedos por su fina y suave piel morena, desde su sien hasta su mandíbula.

-Lamento mucho el trato de mi guardia hacía ti estos días-mentí suavemente-, son protocolos y hasta no ser demostrado que eres libre de culpas se te tratará como culpable.

-No guardo rencor por ello, Majestad.

Asentí y giré la cabeza para ver a Eric, que me miraba de esa manera en la que me hacía saber que sí, no estuviera encadenado, si tuviera la fuerza y si no fuera evidentemente inferior a mí me haría cosas que son imposible de describir.

Cosas que yo haría encantada luego de obtener toda la información.

-¿Vas a hablar ya, Eric?-pregunté con suavidad.

El hombre valiente que había sido desde el primer momento y me miró con odio y determinación, sin asentir o mover su cabeza un solo centímetro mientras que parecía tensarse.

Estaba dispuesto a sacrificarlo, toda una pena.

-Bueno-suspire mientras me apartaba del moreno confundido-, esto va a ser divertido solamente para mí. Alexander, quiero que sepas que esto no es personal.

Bastian asintió inexpresivamente mientras que se acercaba a Eric para quitarle la mordaza, yo por mi parte me acerqué a la mesa y tomé el clavo.

-Suéltelo-pidió Eric a media voz-. Él no tiene nada que ver con esto. ¡Suéltelo maldita sea!

Sonreí divertida ahora que estaba de espaldas a los dos hombres colgando del techo.

Por difícil que fuera darle la razón, Eric no se equivocaba al decir que Alexander no tenía nada que ver con todo esto, porque él no tenía la información que yo necesitaba, él no se había colado a mi habitación para dejar esa nota y él no tenía otra culpa más que ser pareja de Eric.

Alexander era un daño colateral, era el medio para un fin. No me enorgullecía decir que lo mataría si hacía falta para acabar con la valentía de Eric, pero el fin justificaba los medios en esta ocasión.

-Tú lo metiste en esto, Eric-susurré divertida escuchando el tintineo de las cadenas-. Cada gota de sangre que Alexander derrame será por tu culpa.

Me giré con el clavo en la mano y vi a Alexander llorando silenciosamente, Eric lo miraba con los ojos completamente llenos de lágrimas, con los labios temblándole mientras se movía tratando de librarse de las cadenas que lo sujetaban.

Si pintará esta escena, sería verdaderamente esplendida: el sufrimiento en sus miradas ante la inminente muerte, la agonía por el dolor del otro y el amor que flotaba en sus miradas a pesar de las mentiras que Eric había lanzado.

-Todo estará bien-lo escuché susurrarle a Alexander-, lo prometo.

-Una promesa vacía si no planeas cumplirla-mi voz logró que los ojos de Eric me atravesaran como dos dagas-. ¿Vas a decirme lo que sabes?

-Maldita perra-siseó con odio-, si le tocas un solo cabello yo-

-Amenazame-lo reté divertida-. Amenazame y te juro que te condenaré a ver como el pobre de Alexander sufre cada acción que profesas.

Alexander soltó un sollozo mientras me miraba, suplicándome solo con sus ojos esmeralda una piedad que mi corazón no conocía. Eric se removió con odio y yo sonreí con cinismo mientras le mostraba a Alexander el clavo rosa con el que íbamos a divertirnos en exceso, o al menos yo.

No le había mentido al Rey Kalias, yo no era una buena persona y estaba dispuesta a asesinar al mundo entero solamente para mi beneficio.

-¿Sabes lo que es esto?-pregunté divertida.

-¡Maldita zorra!-gritó Eric con odio.

-Majestad-suplicó desesperado Alexander-, por favor, yo no he hecho nada.

Tomé el clavo con una sola mano, sintiendo las puntas del clavo clavarse apenas en mi piel. Estiré mi mano libre y limpié las mejillas de Alexander que lloraba lentamente con más fuerza, mirándome a través de ese verde intenso como si deseará tocar las fibras de mi seco corazón.

-En el momento en que todo esto empiece-susurré con suavidad-, recuerda que todo esto lo causo alguien que dice amarte, alguien a quien no le importó meterte en todas sus mierdas solamente por su egoísmo. Todo esto, es por ese amor que Eric juró que te tenía.

Solté las mejillas de Alexander y con brusquedad abrí los lazos que sostenía la camisa de Alexander, su pecho suave y moreno quedo a mí vista, con las ligeras marcas de sus costillas por la posición y con el movimiento acelerado de su respiración.

-Una lástima-suspiré pasando la punta del clavo contra la piel de Alexander apenas tocándolo-que esta sea la forma en la que vayas a morir.

-¡Basta!-gritó con desespero Eric-, ¡Le diré lo que quiera pero déjelo en paz!

Esto iba a ser, sin lugar a dudas, más divertido de lo que esperaba. Me giré con una sonrisa a ver a Eric, con la mirada fija en mí mientras Alexander sollozaba.

-Fue un hombre-soltó apresuradamente-. Estaba saliendo de mi turno en el palacio cuando me abordó, yo... no sabía lo que me iba a pedir hacer ni siquiera-

-Mentira-sentencié divertida acercándome a él lentamente-. Eric, tu no me conoces a profundidad, de hecho nadie fuera de esta habitación lo hace. Lo que estoy viendo es que-sostuve su mentón con fuerza, clavando mis uñas en su piel mientras las espinas del clavo se clavaban en mi palma-vamos a pasar mucho tiempo conociéndonos.

Eric me miró con odio y cuando trato de abrir la boca apreté con más fuerza su mentón, enterrando mis uñas en su piel hasta que las sentí perforar apenas la piel.

-Y, por cada mentira que digas, el pobre Alexander la pasará muy mal.

Miré a Bastian que asintió mientras yo soltaba a Eric, antes de que este tuviera la oportunidad de decir algo, Bastian le puso la mordaza de nuevo en su lugar y yo me giré hacía Alexander que lloraba abiertamente, sollozando y tratando de zafarse de las cadenas.

Dejé el clavo sobre la mesa para usarlo más tarde y tomé una daga cuya cuchilla era del largo de mi dedo índice, afilada y limpia aunque eso último no duraría tanto.

Me acerqué a Alexander que negaba y suplicaba, miré nuevamente su torso y me llevé el filo de la daga a mi cara, poniéndolo suavemente contra mi piel sin cortarme mientras pensaba. Alexander era mi lienzo en blanco y, si quería impresionar a mi espectador, era bueno que fuera creativa.

-¿Sabías que existe una leyenda que se parece a esta situación?-sonreí divertida ante mi idea-, se llama la leyenda de la piedra del infierno.

Alejé la daga de mi piel y puse la punta contra la piel morena de Alexander, justo en su pecho al costado izquierdo. La sangre comenzó a salir por la presión del filo de la daga y Alexander grito de dolor.

-Seguramente no conoces la leyenda así que te la voy a contar-sonreí mientras comenzaba mover la daga cortando la piel y causando más gritos-. Cuentan que de la tierra un día emergió una piedra, pero no era una piedra cualquiera, era una piedra tan brillante como el mismo sol y de un poder inimaginable que podría decirse que era tan poderosa como la vida misma.

Miré el círculo de sangre que había dibujado junto a su decoración. La mitad de la piedra tenía líneas que simbolizaban su brillo y la otra mitad tenía espirales que representaban la vida.

-Fueron ter hermosas hermanas quienes la encontraron-continué el relato mientras pasaba al otro costado de su pecho para continuar con el dibujo-. La mayor de ellas era como el amanecer-a cada trazo, Alexander gritaba y se removía buscando liberarse de su condena-: alegre, amable y llena de esperanza; la otra hermana era como el atardecer: cálida, cautivadora y llena de timidez: la menor de las hermanas era como la noche: confiable, reconfortante y llena de dulzura. Aquellas hermanas, al hallar la piedra de inmediato notaron el inmenso poder que contenía así que decidieron ocultarla.

En su costado derecho estaba representado el amanecer con el sol saliendo de en medio de dos colinas, el atardecer con el sol ocultándose por el borde del océano y el anochecer con un pequeño grupo de estrellas.

La sangre bajaba por el torso de Alexander que lloraba con fuerza mientras suplicaba, patéticamente por su vida.

-Por favor-susurró ahogado por las lágrimas-, Majestad, yo no le he hecho nada.

-Sé que no, Alexander-conteste con falsa dulzura que ahora, él si notó-, pero si no le muestro a Eric lo que pasa cuando me mienten, seguirá haciéndolo. Así que te repito, no es personal, además interrumpirme en medio de la leyenda es cruel, Alexander-ironice divertida-, deberías poner atención porque es las leyendas nos enseñan cosas importantes.

Alexander soltó un grito ahogado cuando pase mis manos por sus recientes y superficiales heridas, como si limpiará los desperfectos de mi obra que, en este caso, sería su sangre.

Pase la daga por mi costado, dejando la sangre impregnada en la tela blanca de mi vestido de dormir repetidas veces hasta que el afilado metal quedo limpio y listo para seguir.

-¿Por dónde iba?-pregunté a nadie en específico-, ya recordé. Las hermanas decidieron esconder la piedra pues el pueblo donde vivían era avaricioso y no dudarían en matarse unos a otros para hacerse con el poder que la piedra contenía. Las hermanas se juraron por el amor y ese lazo aparentemente irrompible entre ambas, que no iban a contarle a nadie lo que habían hallado, donde la ocultaron y sobre todo, que no la usarían en su propio beneficio pues ellas ya contaban con una vida cómoda en la que no les faltaba nada.

Alexander volvió a gritar, sollozar y suplicar cuando, en medios los dos dibujos, ligeramente más abajo dibuje con cofre. No era uno de mis mejores trabajos, pero había que considerar que mi lienzo se removía, gritaba y volvía mis trazos más irregulares y desperfectos que de costumbre.

La sangre volvió a llenar mi cuchilla mientras que pequeñas gotas comenzaban a caer al suelo y a la falda de mi vestido manchándolo en un arte glorioso que siempre lograba alegrarme el día.

-A pesar de su promesa de alejarse de aquella poderosa piedra y de mantenerla oculta, las hermanas soñaban constantemente con la piedra, dándoles poderes más allá de la razón y cumpliendo sus mayores deseos sin ningún costo, pues la piedra era ingeniosa y no se había librado de la cárcel infernal para quedarse escondida el resto de su existencia.

«Así que, la piedra logro corromper ese lazo armonioso entre las hermanas, las volvió mentirosas, manipuladoras y avariciosas pues, su decisión de ocultar la piedra había llevado a su familia a la necesidad mientras que en sueños les mostraba la forma de salir de sus necesidades.

Era hora de empezar con el trazo final. La obra maestra y el dibujo representativo de la historia, donde seguramente tanto Alexander como Eric aprenderían la valiosa lección: No meterse en el camino de personas más poderosas que ellos.

En cuanto comencé a hacer los trazos en el vientre de Alexander, lo escuche chillar, con las cadenas acompañando sus gritos mientras trataba inútilmente de alejarse de la tortura que Eric había provocado para él.

-Así que una misma noche, las hermanas partieron por rumbos diferentes para no levantar sospechas y poder buscar su piedra, pues la piedras les había envenenado el alma y las hermanas estaban dispuesta a matar por obtener la piedra para cada una.

«Cuando las tres se reunieron en el valle donde habían ocultado la piedra, se vieron las caras, todas a la misma distancia de aquel cofre oculto entre la tierra y corrieron con todas sus fuerzas para llegar en primer lugar.

«La mayor de ellas era más alta y más rápida, pero la otra hermana tenía una determinación increíble así que se lanzó sobre su hermana mayor y ambas comenzaron a pelearse, a tirarse del pelo y a rasgarse la piel con tal de ganar. La menos ellas era más astuta y, en silencio, comenzó a desenterrar el cofre con desespero, completamente frenética y alerta a sus hermanas que a unos cuantos pasos luchaban en el suelo.

«En cuanto la menor de ellas saco el cofre y abrió la tapa. Las otras dos hermanas se lanzaron sobre ellas, todas luchando, gritando, insultando, maldiciendo y golpeando mientras la piedra reposaba en el cofre. Lucharon durante horas hasta que las tres pusieron la mano al mismo tiempo sobre la piedra.

«La piedra era incapaz de reconocer a una sola como su nueva dueña, así que las tres comenzaron a tirar de la piedra con fuerza, para hacerse con ella. Habían olvidado el amor que se tenían, habían olvidado que eran hermana y habían su promesa, así que en medio de su pelea, de sus gritos y maldiciones, todas tuvieron lo que quisieron.

«Dado que la piedra no reconoció una dueña, se defendió. Las tres hermanos quedaron convertidas en enormes víboras, la mayor de ellas era una víbora de fuego dado que era más fuerte que sus hermanas, la otra hermana era una víbora de agua dado que fue más determinada y la menor de ellas se convirtió en una víbora de tierra ya que fue astuta.

«Las tres condenadas a luchar, a matarse entre ellas y a regenerarse para continuar con su lucha por la piedra y su poder. Se dice que la piedra está perdida, siendo custodiada por las tres enormes víboras que solo se unirán para matar a quien intente robarles aquello por lo que pelearon por siglos.

Entre la sangre y la carne de Alexander hubo un enorme dibujo de las tres víboras rodeándola piedra, cada una comiendo la cola de la otra, infinitamente hasta el final de los tiempos.

La sangre ya había manchado por completo la falda de mi vestido, había causado gritos por la habitación que nunca saldrían de las paredes. El rostro de Alexander estaba pálido, sudado y lleno de sus propios fluidos mientras suplicaba en, apenas murmullos, que lo dejará.

Mire esos ojos verdes, llenos de lágrimas y sufrimiento sintiendo pena por él, pues su único delito que cometió Alexander fue amar con todo el corazón a la persona incorrecta.

-¿Entiendes ahora, Alexander?-pregunté con suavidad tomando entre mis ensangrentadas manos las mejillas casi frías de Alexander-, hasta el amor puede acabarse cuando una mejor propuesta se presenta.

Alexander solamente lloraba mientras trataba de suplicar, solté su rostro luego de ofrecerle una sonrisa cínica y me giré para ver a Eric que tenía las mejillas llenas de lágrimas, por sus brazos corría sangre por la fuerza que había usado para tratar de liberarse para proteger a su amado.

-Vas a ser honesto ahora, ¿A que sí, Eric?-ironice quitándole la mordaza-, porque Alexander la estaba pasando bastante mal.

Los ojos castaños de Eric expresaban todo su odio mientras saltaba la vista por el torso ensangrentado y marcado de Alexander, casi podía escuchar como su corazón se aceleraba al ver el sufrimiento que había causado.

-Yo-apretó los labios mirándome de nuevo con odio-, no volveré a mentir.

-Genial-sonreí maliciosamente-, ¿Vas a decirme quien te envió a poner esa pequeña notita en mi habitación?

-Fue una mujer-soltó en un suspiro-, dijo que se llamaba... Lhynea-susurró mirándome con toda la honestidad que podía reunir-, me dijo que-

Me giré sin escuchar una sola palabra de lo que decía. Lhynea..., no ella no había sido. Por mucho que yo la odiará y ella me odiará a mí si había planeado volver para terminar eso que habíamos empezado hace años, lo hubiera hecho como lo haría yo: de frente y sin esconderse.

Me estaba mintiendo en la cara, otra vez, como si yo fuera estúpida y no tuviera la capacidad de saber que sucias cosas salían de su boca.

-No has aprendido a no mentirme, Eric-solté con molestia solo por recordar a esa chica-, me parece que Alexander aprenderá a no hablar tampoco.

Con brusquedad abrí la boca de Alexander, que gritaba y suplicaba moviendo la cabeza. Eric detrás de mí gritaba y maldecía, profesaba juramentos que no cumpliría.

Tomé la lengua de Alexander con brusquedad, sintiendo el suave y húmedo órgano en mi mano y tire de ella al exterior con brusquedad, causando gritos apenas de Alexander y más lágrimas que se convirtieron en algo peor en el momento en que, de un rápido movimiento, con la daga corte su lengua.

La sangre me salpicó la cara cuando Alexander grito, me empapó con más fuerza las manos y me alejé viendo la sangre salir por la boca de Alexander que gritaba y chillaba mientras Eric gritaba y maldecía.

Me giré y tomé el rostro de Eric que me escupió en la cara, literalmente hablando. Ni siquiera me tomé la molestia de limpiarme la cara cuando, con brusquedad le metí la lengua de Alexander en la boca y mantuve mi mano contra su boca para que no pudiera escupirla.

Vi el asco en su rostro, el dolor, la amargura y el odio que solamente me motivaron a seguirlo torturando solamente por haberse metido en mi habitación, por haberme mentido en la cara y por creer que podía jugar conmigo.

-Te voy a dar una última oportunidad o voy a comenzar a torturarlo, a cortarlo en pedazos pequeños-susurré con furia-que voy a hacerte tragar. Porque yo lo mataré pero la culpa será solo tuya.

Mantuve la mano contra su boca hasta que sentí un líquido calienta golpear contra mi mano mientras por los pequeños agujeros bajaba por mi brazo y pecho, ya que estaba tan junta a su sucio cuerpo como era posible.

-Traga-ordene con frialdad-. Vas a tragarte la lengua de Alexander para que recuerdes cada vez que abras la boca que por tu culpa él ya no va a hablar más, que por tu culpa está metido en esta mierda.

Apreté con fuerza mi mano contra su boca y, cuando sentí como movía la cabeza, moví mi mano clavándome parte del filo de la daga en la mano cuando sostuve su cabello con fuerza para que no se moviera.

Vomitó y luchó varias veces hasta que finalmente masticó y trago la lengua de Alexander, muy lentamente. Lo sentí vomitar contra mi mano, sentía parte del líquido bajar por mi brazo, por mi pecho y vientre pero no me importaba, mantuve esa posición hasta que no quedo nada en su boca, hasta que ya no iba a vomitar más y me alejé.

Miré a Bastian que no miraba a otro lugar que no fuera la pared, no me miró cuando crucé la habitación, a una pequeña sección con rejillas para que el agua saliera limpiamente de la habitación. Las cadenas en la pared eran porque aquí también podía torturarse, con el agua helada que saldría si tiraba de la cadena pero ahora solamente iba a limpiarme el vómito del cuerpo.

El agua helada chocó contra mi piel, creándome una sensación entre dolor y placer por todo el cuerpo, porque el agua me lastimaba y el dolor me gustaba porque había descubierto que cuando el dolor emocional era demasiado, el dolor físico era un bálsamo.

Cuando el vómito desapareció de la tela y la sangre en mi falda era apenas una mancha ligera solté la cadena y el agua dejó de salir, me quité el cabello de la cara y caminé con la tela ahora transparente hacia mis víctimas, no me importaba que pudieran ver la tela que cubría mi entrepierna y mis senos, pues ahora eso a ellos no les interesaba.

Miré a Alexander que estaba asustado, todavía llorando mientras me miraba a la espera de que hiciera algo más pero yo solo me acerqué a la mesa ignorando el silencio que Eric estaba creando y tomando por fin el martillo y el clavo, porque era hora de usarlos.

-¿Algo que decir, Eric?

Vi cómo se quedaba en silencio, mirándome con odio, con los labios apretados y moviendo frenéticamente los brazos sin lograr liberarse ni un poco. Me encogí de hombros y miré a Alexander que sollozaba casi en silencio porque no quería abrir la boca.

-Tienes lindos ojos, Alexander-susurré acercándome a él-, seguro que Eric pensó lo mismo cuando te vio. Unos ojos deslumbrantes-tomé el clavo con la misma mano que el martillo-, así que supongo que no le importará si tomo uno de ellos para mí.

Nuevamente las protestas de Eric no se hicieron esperar y Alexander traró de gritar cuando tomé su parpado y lo abrí con fuerza, con la otra mano puse el clavo contra su ojos apenas enterrándolo un poco, la sangre comenzó a salir de órgano y solté su parpado para sostener el clavo mientras comenzaba a golpear la cabeza con el martillo para clavarlo.

Lágrimas de sangre comenzaron a salir del ojo de Alexander mientras iba enterrando el clavo más y más, Eric solo gritaba incoherencias, mentiras y excusas para que lo soltará pero no me detuve.

A estas alturas debía de estar por amanecer y tenía otros deberes que atender además de esto. Era hora de terminar con estos dos de una vez por todas.

Cuando el clavo estuvo lo suficientemente dentro de su ojo, con la mano lo gire para que las espinas se enterrarán y me ayudarán con facilidad a sacarlo. Tiré del ojo esmeralda que estaba destruido, rojo y estropeado, no quería conservarlo solamente quería torturarlo.

Bastian me alcanzó una daga pequeña cuando el ojo quedo afuera, colgando por un par de músculos que lo sostenían a su cuerpo, los corté y saqué el ojo del clavo para verlo. Lleno de sangre, rojo y hueco.

-No tuve suficiente cuidado-susurré con falsa tristeza mientras Alexander gritaba y se sacudía-, con el otro si que lo tendré.

Lancé el ojo al suelo como si no fuera nada, con las manos llenas de sangre de nuevo al igual que el vestido que tenía pegado a la piel por el agua. Abrí de nuevo el otro parpado de Alexander que, a estas alturas ya tenía el rostro lleno de sangre mientras gritaba, soltando más sangre por su boca.

-¡Te diré lo que sea!-gritó desesperado Eric-, ¡Solo dejalo en paz!

Me giré para ver a Eric, que estaba llorando completamente, quebrado hasta el alma por fin. Ahora se daba cuenta de que yo no era con quien jugar y que, si no comenzaba a hablar cumpliría mi promesa lenta y dolorosamente.

-¿Y bien?

-Salía del palacio cuando me abordaron-comenzó a relatar con la voz temblando-, eran... varias personas y yo-

-¿Cuántas?

Era honesto, por primera vez en la noche era honesto porque estaba desesperado, porque la culpa le estaba pesando y se daba cuenta que en este lugar mandaba yo y nadie pasaría a rescatarlos sin importar lo fuerte que gritaran.

-No lo recuerdo-susurró tembloroso-, era de noche y-

-Si sabes, Eric-espeté cansada-, no me hagas perder mi tiempo que tengo un ojo que sacar.

-¡Vale, si se!-gritó cuando hice el ademán de girarme-, eran dos sujetos. No me dejaron ver sus caras, pero me dijeron que debía dejar la nota y no decirle a nadie, no pensé que fuera nada malo.

-Mientes otra vez, Eric-bufé-, ¿Vas a hacerme levantar el ojo del suelo?

-¡Era solo una persona!-confesó al fin-, me amenazó y dijo que si no dejaba la nota mataría a Alexander, ¡No me dijo que traía escrito lo juro!

Miré a Eric, que me miraba tembloroso, con la voz ahogada y temblando por el llanto, con las mejillas húmedas y con la boca llena de sangre por lo que le había obligado a tragar.

Pero no era suficiente, estaba omitiendo detalles y ya no debía quedarme mucho tiempo, si salía cuando el sol saliera y Caius no tuviera responsabilidades nos encontraríamos y la conversación no sería agradable.

-¿Sabes cuánto tarda en desangrarse una persona, Eric?-pregunté con indiferencia-, si usamos de ejemplo a Alexander serían más o menos, cinco minutos.

Como princesa heredera había aprendido muchas cosas, pero como princesa sádica había descubierto muchas más, por ejemplo donde pasaban las venas importantes en el cuerpo humano.

Tomé la daga pequeña y me arrodille frente Alexander, Eric gritaba cosas que no me molesté en entender.

-Tienes menos de cinco minutos para convencerme de lo que dices.

Casi pude escuchar un jadeo ahogado por parte de Bastian cuando, con precisión corté la piel y venas importantes de Alexander en sus muslos. La sangre comenzó a salir con fuerza bajando por la tela y piel hasta llegar al suelo formando un charco creciente a cada segundo.

Me levanté del suelo y mire el terror en la cara de Alexander, el dolor en la cara de Eric que se removía con fuerza.

-En cerca de un minuto Alexander se desmayará-le informé para ver el terror dibujarse en su cara-, yo te sugiero que no pierdas el tiempo Eric porque ya me canse de jugar.

Eric se removió pero esta vez no grito, no maldijo ni amenazo, era consciente del tiempo que tenía y de que, solo la verdad iba a convencerme y salvarle la vida a Alexander.

-No recuerdo su cara-espetó desesperado-, no recuerdo lo que me dijo o lo que hablamos, me hechizó ¡Lo juro!, solo sé que tenía que entregar la nota y ya, ni siquiera puedo recordar exactamente donde me interceptó luego de salir del palacio.

-¿Por qué tú, Eric?-pregunté confundida, porque nada tenía sentido-, ¿Por qué usarte a ti y no a otro guardia en mi palacio?

-Tengo deudas de juego-confesó asustado-, pensé que iban a cobrarme algo, pero... yo no sé qué paso en realidad, ¡No lo recuerdo!

Podía creerle, pero seguía sin tener sentido, ¿Por qué a un apostador?, ¿Por qué a Eric y no a otros?

-¿Qué servicio cumplías en el palacio?

-Era guardia del Príncipe Caius-susurró asustado-, cuando él se encuentra en el palacio es mi deber protegerle.

-¿Y cuando no está?

-Cualquier función que se me asigne-miraba a Alexander asustado-, desde proteger el jardín sur hasta cuidar la entrada de la biblioteca, lo que sea.

Cada vez tenía menos sentido. ¿Por qué Eric y no otro?, guardias en protección de Caius en el palacio habían alrededor de 40, ¿Por qué no otro de los guardias?, ¿Por qué exactamente Eric?

-¿Qué tarea te asignaron en esta semana?

-Cuidar su habitación-espetó al borde del llanto-, por eso pude entrar en la habitación a dejar la nota.

Pero Eric no contaba con la guardia que merodeaba el pasillo, fue por ellos que logré encontrar al traidor. Aunque no entendía porque Eric, no podría saberlo por él que estaba casi tan confundido como yo, además, la alteración en su memoria sería imposible de levantar si no encontraba quien la había hecho y esa tarea sería tan difícil como infructuosa. No necesitaba saber quién había hablado con Eric porque no debía ser directamente la cabeza de la operación.

Fuera quien fuera quien me hubiera atacado de esta manera, había planeado su golpe muy bien, me había dejado en el punto inicial porque contaba con que encontrará a Eric y ese fue mi error. Ese fue el maldito error de todo.

Había mordido el anzuelo que me dejaba sin pistas porque, si hubiera buscado silenciosamente al culpable para observarlo seguramente hubiera llegado a comenzar a descubrir quién era el misterioso rival que miraba entre las sombras.

Le había dado a mi misterioso enemigo la ventaja, así que debía planear mi defensa.

Miré a Bastian que tenía el ceño fruncido, pensando en la información que habíamos recibido y posiblemente, llegando apenas a la conclusión a la que ya había llegado, al inmenso error que había cometido.

-¡Sálvelo, por favor!

El grito de Eric me trajo a la realidad, vi a Alexander con la cabeza colgando mientras la sangre goteaba de sus heridas en la cara y con el creciente charco de sangre en sus pies.

-Él no tiene nada que ver aquí-susurró llorando-, ¡Sálvelo, lo prometió!

-Yo no dije eso-espeté con irritación ante mi monumental error-, dije que tenías menos de cinco minutos para convencerme.

Me giré a la mesa y deje las cosas sobre el metal sintiendo una creciente oleada de rabia e indignación por lo que había hecho. Había sido una tonta impulsiva y ahora me llevaban la ventaja.

Mierda.

La ventaja era algo peligroso en el tipo de enfrentamientos que estaba por tener ahora con mi misterioso rival y no podía permitirme perder, no cuando en juego había... tanto.

Tomé un cuchillo alargado, afilado del tamaño de mi brazo hasta el codo y me giré cada vez más molesta hacia el inconsciente Alexander mientras Eric me gritaba e insultaba.

De un solo movimiento limpio gracias al afilado metal, atravesé el cuello de Alexander, logrando que su cabeza cayera al suelo mientras que su cuerpo se mantuvo colgado por las cadenas mientras la sangre salía con fuerza.

-¡Maldita!-gritó Eric con furia, cosa que no podía importarme menos-, ¡Hija de-

-A mi madre-susurré con rabia alzando el cuchillo en su dirección-no vas a insultarla con tu mentirosa y sucia boca.

Ni siquiera lo deje decir nada cuando, en el momento en que abrió la boca metí el cuchillo en su boca, empujándolo con fuerza para romper el hueso de su cráneo. Matándolo al instante con mucho dolor en su último momento.

Saqué el cuchillo y lo deje en la mesa, volví a la zona de agua helada para lavar mi cuerpo entero, tendría que tomar una ducha en mi habitación luego pero al menos necesitaba salir sin sangre en el cuerpo.

Me alejé con el cuerpo limpio, tiritando por el frío que se concentraba en mis huesos y me acerqué para ver a Bastian tenderme una bata gruesa que debía llevar sobre el vestido si planeaba salir de noche a vagar por el palacio.

-Amaneció hace una hora, Majestad-me informó Bastian.

Asentí todavía molesta por mi estupidez permitiéndole a Bastian ayudarme a ponerme la bata, amarré la cinta que la mantenía sujeta a mi cintura y mire a Bastian que me ofreció una sonrisa amable a pesar de todo lo que me había visto hacer.

-Sé que encontrará la forma de obtener lo que desea-me susurró Bastian con honestidad-, solo usted podría lograrlo Majestad.

-Dependemos de ello, Bastian-confesé sintiendo la tela seca comenzar a mojarse por el vestido húmedo-. No hay otra alternativa posible.

-Pero usted siempre gana, Majestad-me sonrió libremente Bastian-, no me dirá que está pensando de otra manera.

-Solo pienso en el triste destino del imbécil que se atrevió a meterse en mis asuntos-confesé mientras me ponía unos zapatos blancos que apenas si cubrían los dedos de mis pies y mi talón-. Que limpien esto, ya sabes que hacer Bastian.

Bastian solo asintió en respuesta. Tomé la salida alterna de la habitación, esa que daba al exterior del palacio para que, en caso de encontrarme con Caius, con el rey o su desastrosa nueva amante tuviera una excusa creíble.

Caminé por el pasillo oscuro, con olor a humedad que conocía de memoria para salir en medio del jardín este, oculta por un árbol que había sido plantado aquí estratégicamente para mantener el secretismo. Salí de detrás del árbol y camine al interior del palacio.

Ningún guardia puso demasiada atención, pues solía vagar por el palacio cuando el insomnio me podía y la habitación me aburría. Camine con rumbo a mi habitación hasta que, me encontré a Caius saliendo de ella.

-Hermana-susurró sorprendido-, ¿Pero qué haces afuera así?

Me miró como si estuviera loca y baje la mirada a mi cuerpo. La bata estaba ligeramente mojada pero no dejaba ver que mi cuerpo era cubierto a penas por una tela transparente en dudosas condiciones.

-Salí a caminar-murmuré con cansancio-, pero me apeteció nadar en el lago del bosque.

-Una princesa no debe andar así, Dayra-me reprendió metiéndome en la habitación como si fuera algo que no debía ser visto-. Que la diosa Selena me de paciencia-espetó irritado-, ¿Qué no ves que pueden pensar cosas horribles de ti?

-No podría darme más igual-confesé sentándome en la cama para ver a Caius que seguía indignado-, ¿Pero qué haces tú aquí?, creí que seguías enfadado por nuestra conversación en Aphud.

De inmediato la indignación y molestia desaparecieron del rostro de Caius que se puso completamente rojo y apartó la mirada. Se sentó a mi lado en la cama sin mirarme todavía, como si el simple acto le diera vergüenza.

-Yo... quería saber si cambiaste de opinión.

Su pregunta suave, temerosa me hizo entender que lo que quería saber era si planeaba seguir ayudándolo a pesar de que había dejado muy en claro mi posición y que él no tenía la intención de disculparse.

-No, no lo he hecho-puntualicé mirándolo con seriedad-, ¿Algo más?

Caius me miró dolido antes de tenderme un sobre beige con un sello de cera negro que reconocí como el emblema de Aphud.

-El Príncipe Ascian te envía esto-confirmó mi hermano-. También venía a decirte que... te andes con cuidado con él.

-No me interesa el Príncipe Ascian-tomé el sobre y lo lancé a la cama sin mirarlo-, no tienes de que preocuparte Caius, nuestra unión no es algo más que estratégico.

-Uno no manda en el corazón, Dayra-aseguró Caius levantándose sin mirarme, todavía dolido-, si llegas a cambiar de opinión con respecto al Príncipe Ascian debes tener cuidado con él. No lo conoces.

-No-le concedí con indiferencia-, así como él no me conoce a mí.

Caius me ofreció una mirada llena de significado que no llegué a comprender antes de marcharse. Me deje caer en la cama y suspiré, tenía un día largo por delante y, definitivamente, me faltaba un buen descanso que habría valido más la pena que lo que había hecho toda la noche.

Miré el sobre que había quedado al lado de mi cara y lo lancé al suelo. Lo último que quería era saber qué demonios había escrito el Príncipe Ascian en su estúpida carta.

~ 🧚‍♀️ ~

En este momento, Dayra y yo nos desconocemos. La verdad, que todavía queda mucho más revelar de Dayra pero, bueno, ¿Qué creen que pase a continuación?, ¿Quieren saber que dice la carta de Ascian?, ¿Teorías sobre Lhynea y el misterioso rival?

¿Alguien más le reza a la diosa Selena?, porque yo si ( ͡° ͜ʖ ͡°)

            
            

COPYRIGHT(©) 2022