-¿Qué crees que estás haciendo? -le preguntó la señora, notando la maleta en el hombro de su hija.
-Me voy -respondió caminando firmemente junto a ella.
Ella lo negaría, estaba dispuesta a negarlo hasta el final. Casarse así era una locura, nunca pensó que sus padres la someterían a tal situación.
-¡José! -su madre llamó a su esposo cuando notó que su hija se iba a ir.
Ayme, al escuchar el nombre de su padre, apresuró sus pasos y salió por la puerta sin mirar atrás. No me iba a quedar en esa casa ni un segundo más.
-Ayme, ¿qué estás haciendo? - Escuchó a su padre preguntar.
Ella junto a otro lago también lo ignoró y atravesó la puerta, había llamado a Saly y la estaba esperando al otro lado de la calle con su automóvil. Su amiga estaba horrorizada por la historia y no lo pensó dos veces antes de rescatar a Ayme.
-¡Te arrepentirás! -aseguró su madre al verla salir.
Arrojó su bolso al asiento trasero y le indicó a Saly que la siguiera, no podía mirar a un lado y ver a sus padres impidiéndole ir. Tan pronto como entraron en la avenida, Ayme dejó escapar un suspiro y bajó la cabeza hacia atrás.
-¿Estás bien? -preguntó Saly mirándola.
Pensó que Ayme estaba bromeando cuando llamó, ya que los dos hablaron sobre el matrimonio esta mañana. Pero pronto se dio cuenta de la desesperación de la niña cuando pidió ayuda.
- Me voy a volver loca -dijo Ayme cubriéndose la cara con ambas manos.
Estaba de humor para llorar, nunca había actuado de esa manera con sus padres y no tenía idea de cómo sería su vida ahora. Tenía un sueño, quería terminar la universidad y comenzar a trabajar junto con Saly y de vacaciones para poder viajar juntas por todo el mundo.
-Vamos a mi casa -Saly habló. -Luca me llamó y me dijo que iría allí.
-Tu madre... - Ayme se quejó.
De la misma manera que a Marta no le gustaba Saly, Ayme sabía que la Sra. A la señora María tampoco le gustaba ella.
-Ya le dije lo que pasó, no le importará -respondió Saly.
Se sorprendió de que su madre entendiera la situación y aceptara a su amiga en casa. Después de todo, ella también tenía un corazón y Saly siempre lo había sabido.
-¿Estás segura? -le preguntó temerosamente.
-Sí, lo he hecho -su amiga le respondió sonriendo y dirigió el auto a su casa.
Ayme no pensó en nada cuando decidió huir de casa, solo llamó a su mejor amiga y olvidó que necesitaba un lugar para quedarse. Necesitaba resolver la situación lo antes posible.
-Listo -Saly llamó su atención quitándose el cinturón de seguridad.
Ayme miró a su alrededor y solo entonces notó que ya estaban dentro del garaje de la casa de su amiga, respiró hondo y siguió a su amiga fuera del auto. Estaba nerviosa, rara vez venía a la casa de su amiga precisamente porque no era del agrado de su madre.
- Saly, no sé si...
-¡Ayme! - Luca, la amiga de la infancia de ellas, apareció en la puerta y corrió hacia su amiga.
Ayme, que hasta entonces estaba nerviosa, sonrió y corrió hacia él. Guido era uno de sus mejores amigos y no cambiaría su amistad por nada. Crecieron juntos y siempre estuvieron al lado del otro. No era noticia para ella que él estuviera allí.
Guido abrazó a su amigo y dio un suspiro de alivio. Cuando Saly lo llamó, se desesperó. Ayme era su persona favorita en el mundo, odiaba cuando lloraba.
-Luca. - Ayme gimió sobre el pecho de su amigo. -No quiero casarme.
Sacó el aire y cerró los ojos, esto también lo tomó por sorpresa. No iba a permitir que se casara sin amor, la chica no merecía ese futuro. Más aún cuando él estaba allí, para darle el amor que merecía. Sí, él la había amado desde que era pequeño y esperaba que ella notara sus sentimientos algún día.
-Busquemos alguna solución. -Eso era lo único que podía decir.
Saly al otro lado estaba mirando a sus amigos, estaba triste por su ella, pero algo más se apretó en su pecho, pudo ver en los ojos de Luca cuánto amaba a Ayme y dejó completamente roto su corazón porque siempre quiso él se diera cuenta de que ella siempre había estado allí, mirándolo.
-Vamos a entrar -habló acercándose a ambos.
-Vamos.- Ayme se alejó de su amiga y respiró hondo.
Estaba feliz de estar con ellos, pero no podía dejar de pensar en sus padres. ¿Qué podrías hacer para sacarles de la cabeza esta idea del matrimonio? Eso le daría dolor de cabeza toda la semana.
...
-¿Cuál es la parte de "no quiero recibir ninguna llamada" es la que no entendiste? -León preguntó con impaciencia a su secretaria.
Miró hacia abajo y apretó su falda entre sus dedos. Él lo sabía muy bien, le advirtió tan pronto como entró en su habitación, pero, ¿qué podía hacer cuando su padre insistía al otro lado de la línea?
-Lo siento. - Le hizo una pequeña reverencia. -Su padre amenazó con cambiar mi posición si yo no le pasaba con usted.
La joven apretó sus labios y contuvo las lágrimas. No podía perder ese trabajo, tenía dos hijos que cuidar.
-Cuelga el teléfono y no contestes a nadie más - ordenó fríamente desde el otro lado de la mesa. - Si me molestas de nuevo, soy yo quien va a cambiar tu posición -asevero sin piedad alguna.
Los ojos de la mujer se abrieron y lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza. Salió rápidamente de la oficina del jefe y cerró la puerta, a pesar de que había estado en el cargo durante dos años, todavía no se había acostumbrado al temperamento del niño y quería llorar todo el tiempo.
León cerró los ojos y suspiró, su padre había llamado cientos de veces y no respondió una sola llamada. Me estaba volviendo loca con la cantidad de trabajo que tenía y no podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con él durante la tarde. Ya eran las nueve de la noche y no había comido nada, estaba exhausto y lo único que quería era irse a su casa y por fin poder respirar.
-Señorita Olguín, la quiero aquí de inmediato -le ordenó a su secretaria desde el intercomunicador.
No pasó mucho tiempo antes de que se abriera la puerta, mirando hacia abajo se acercó a la mesa y esperó otro sermón del joven.
-Cancele todo mi horario para hoy y pídale al departamento administrativo que lo rehaga todo de nuevo -ordenó señalando una pila de papeles encima de su escritorio. -Dígales que si me vuelven a entregar este garabato haré mis arreglos.
La joven secretaria rápidamente tomó los papeles en sus brazos y salió de la habitación. Otra cosa que todos sabían sobre su jefe era que León siempre fue un perfeccionista. Mientras no fuera a su manera, no era bueno.
Cansado, el Ceo agarró su abrigo y salió de su oficina, necesitaba desesperadamente una ducha y descanso. Caminó directamente hacia el ascensor y se bajó, no miró a nadie y salió por la puerta principal. Su coche ya estaba allí esperándolo.
-Que tenga buenas noches, Sr. Montenegro -el valet habló entregando las llaves en las manos del jefe.
Lo decía cada vez y estaba convencido de que algún día obtendría una respuesta de León, pero por ahora tendría que esperar. Se subió al auto y salió de allí sin decir nada.
La ciudad estaba toda iluminada y el aire helado le complació mucho, bajó el cristal de su coche y se permitió sentir un poco más. Cerró los ojos y suspiró por millonésima vez ese día cuando escuchó que su teléfono volvía a sonar. Miró el dispositivo y reconoció el nombre de su amigo.
-¿Qué quieres? -respondió seco como siempre.
-¿Esa es la manera de hablarle a uno de tus amigos? ¿Dónde está el "¿por qué tardaste tanto en llamarme?" -dijo Luis, uno de sus grandes amigos, al otro lado de la línea.
León ya acostumbrado a las bromas de su amigo no dijo nada, solo esperó lo que tenía que decir.
-¿Vamos a beber? -preguntó, cuándo notó el silencio insistió-: Vamos, hace rato no nos vemos. Además, te va a venir my bien despejarte un poco de las cuestiones de la empresa. Necesitas vivir la vida.
Miró su reloj, el que marcaba las nueve y media de la noche. Tal vez realmente lo necesitaba.
-¿Dónde? -preguntó resignado.
-Mismo lugar de siempre. Eric ya está allí.
Tras colgar la llamada dio la vuelta al auto rumbo a encontrarse con sus amigos.
A pesar de que León no era para nada sociable, a le gustaba beber con ellos, sus únicos dos amigos desde la universidad.
Estacionó el auto frente al club nocturno más caro de la ciudad y salió del auto, un valet apareció a su lado y le quitó la llave de las manos. Sus amigos amaban ese lugar, según ellos, las chicas más bellas de la sociedad asisten allí.
Se aflojó la corbata y entró en el lugar, por dentro era todo lujoso y solo frecuentaban personas de la alta sociedad y no había uno que no conociera la cara de uno de los personajes más importantes en el mundo empresarial.
-León, aquí. - Reconoció la voz de Eric.
-¿Igual que siempre? -le preguntó el camarero a León, ya conociendo a su cliente.
-Podría ser -respondió cansado.
León puso los ojos en blanco y giró el vaso cuando el camarero lo colocó frente a él. Eric siempre había sido el más animado de los tres y el que más hablaba. Sintió que la bebida le quemaba la garganta y no podía decirle nada a su amigo.
-¿Empezaron sin mí? -escucharon la voz de Luis detrás de ellos.
El más pequeño se acercó a ambos y se sentó al otro lado del Eric. Estaba de traje, el que llevaba en su trabajo. Fue abogado y trabajó en uno de los mejores bufetes de abogados del país.
-Claro que no -Eric le respondió. - Solo estamos calentando.
-Quiero lo mismo -Le dijo Luis al camarero señalando con la cabeza la bebida de León.
-Traté de llamarte hoy, pero tu linda secretaria dijo que no estabas respondiendo a nadie siguió hablando Luis, tomando el vaso de la mano del camarero y asintiendo con la cabeza.
León respiró hondo y continuó mirando la bebida. No era el lugar de ninguno de ellos para hablar de los problemas del trabajo, de la vida, pero nunca dejaron de darse cuenta cuando algo estaba sucediendo.
-No ha dicho una palabra desde que está sentado aquí -advirtió Eric a su amigo, luego aconsejó-: Mejor no insistas.