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ABBY KING
En el momento que envío el mensaje me cubro con las cobijas ocultando la vergüenza. Lo hice. Lo hiciste Abby.
Besé a Stefano y envié la foto que no pude mandarle esta mañana.
Llevo las manos a mi rostro, mis labios se sienten suaves.
La sensación de sus manos aferrándose a mi cintura me hacen sentir un cosquilleo. Uno muy bueno.
Lo tomé desprevenido y con la guardia baja, pero no me detuvo.
Emerjo del montón de tela, tomo el teléfono para ver si hay un mensaje. Nada.
Me siento en la cama, abrazo mis rodillas mientras vuelvo a comprobar que el tacto de Stefano no me produce asco o repulsión. Todo lo contrario. Me da una sensación de calma. Todo está bien Abby.
Desde hace dos años empecé un hobby el cual consistía en crear ropa femenina. Al principio lo hacía para ayudar a mis amigas que siempre se quejaban de que la ropa de encaje que siempre compraban, o le gustaba el brasier, o el interior. No había un punto medio con ellas.
Desde muy joven creaba la ropa para mis muñecas, así que crear ropa intima no me suponía un desafío tan grande, o eso creí. Tuve muchas fallas pero cuando creé mi primera lencería femenina Mía fue quien la usó con uno de sus tantos novios y me dijo que había sido la noche más increíble de su vida.
Nos contó a Linda y a mi cada detalle, aunque mi cuerpo reaccionó de forma negativa no la detuve, solo di una sonrisa y la escuche atentamente.
Ya desde allí empecé hacer encargos, todo gracias a mis amigas que me recomendaron. Cree mi propio negocio y registre la marca "bby"
La lencería que le regalé a Cloe para luna de miel fue una de mis creaciones. El estúpido de Salvatore fue el que más lo disfrutó, de eso no tengo dudas.
Así es como he conseguido mi propio dinero. No he necesitado del dinero de la mafia ni de Salvatore. Al fin puedo sentir que algo es completamente mío.
Me pongo de pie para desempacar mis cosas. En su mayoría son algunos de mis diseños.
Me quito la ropa que tengo puesta y coloco un sostén de encaje transparente que cubre mis pezones. La tela es de un tono rosa palido. El color hace que se pierda en mi piel demasiado blanca para mi gusto.
La prenda inferior tiene unas ligas que son como moños. Es transparente, dejando mi parte inferior al descubierto. Y la imagen de Stefano viéndolo me pone caliente.
Me miro en el espejo y aprecio mi cuerpo. Detallo como la tela se contrasta con mi color de piel. Nunca me he cohibido con mi cuerpo, me visto para mi y para nadie más. Y para Stefano no mientas Abby.
Dejo todo mi cabello a un lado. Paso los dedos por la extensión de mi cuello y deslizo a mi clavícula.
–Eres hermosa, Abby. No fue tu culpa lo que pasó–levanto la mano para tocar mi reflejo.
–No estás rota; No estás marcada–se forma un nudo en mi garganta.
Trato de sonreír, pero no puedo evitar que una lágrima solitaria se deslice por mi rostro. Me abrazo a mi misma.
–Ya no estás sola– me alejo de mi reflejo y tomo las pastillas que uso para conciliar el sueño. Esta vez duplico la dosis.
Cubro mi cuerpo con un edredón grueso. Ya no estás sola me digo a mi misma.
Caigo en un sueño profundo. Un sueño en donde soy feliz.
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El sol golpea mi rostro logrando que expulse un gruñido.
Mi cuerpo se siente totalmente pesado. Trato de ver mi alrededor. Aun no me acostumbro a este lugar.
Estás en la casa de Salvatore, Abby.
El reloj marca las 10:00 de la mañana. He dormido más de 15 horas. Aun así mi cuerpo se siente agotado. Me doy una ducha larga, me coloco ropa cómoda y bajo al primer piso.
Algunos hombres rodean el lugar, lo que es normal aquí. No entablo conversación con ninguno así que busco la cocina para prepararme algo para desayunar.
No soy quisquillosa con la comida, pero creo que un tazón de cereal no me vendría mal. Si es que el energúmeno de Salvatore tiene.
Voy demasiado distraída que no me fijo en la persona con la que casi choco. Mi cuerpo es el primero en reaccionar, mi instinto de supervivencia despierta. Me alejo todo lo posible del hombre de casi dos metros. No tengo con qué defenderme en este momento.
Sofoco un quejido. Su cuerpo está lleno de tatuajes, lo intuyo por sus brazos que estoy segura son capaces de romperme el cuello sin esfuerzo alguno.
Sus rasgos son muy marcados y duros. Tiene una barba algo prominente y es lo único que pudo apreciar antes de mandar mi mirada al piso. Se forma un nudo en mi estómago.
Me mira fijamente y da un paso en mi dirección. Reacciono inmediatamente.
–¡No te acerques o grito!–pego mi cuerpo todo lo posible a la pared queriéndome fundir con esta. Mi respiración es irregular.
La expresión del extraño es casi imposible de descifrar. Pero no me voy a arriesgar a que me haga daño. Ya no más.
–Tú debes ser Abby, la hermana menor de Salvatore- su voz es gruesa y rasposa. Tan profunda que logra ponerme los pelos de punta. Respira Abby, ¡¡respira carajo!!
Me observa esperando una respuesta pero estoy demasiado asustada que solo asiento. Tiene una espátula en la mano y un ¿biberón? en la otra.
–Quien eres–Si grito los soldados de Salvatore vendrán. Estás a salvo Abby.
El hombre vuelve a mirarme fijamente pero esta vez retrocede. Se acerca a la cocina y coloca lo que creo son huevos en un sartén. ¿Me cocinará viva?
La distancia me permite relajarme un poco.
–Renzo Volkov antiguo jefe de los soldados de tu hermano, y en lo que ahora respecta un puto niñero– mueve el biberon. Bastian, lo había olvidado.
Expulso el aire que tenía retenido pero aun así no bajo la guardia. Cómo pude olvidarme de mi sobrino.
–Ren, amor, el bebé necesita su biberón. ¿Dime que no estas coci..?– una mujer castaña de ojos azules ingresa al lugar. Su cabello es corto y luce desordenado pero la sonrisa en su rostro no se borra.
Mira en mi dirección y se detiene.
–Tu debes ser Abby– ¿Cómo sabe mi nombre? Al ver mi mutismo mira al hombre que aún sigue en la cocina.
–¿No la asustaste, Ren?-se cruza de brazos.
Vuelve a mi con su resplandeciente sonrisa.
–Lo siento Abby, mi esposo puede parecer una bestia salvaje pero es un cachorrito inofensivo–
–Malysh– susurra el tal Renzo.
–Soy Nina Volkova, estamos aquí porque Cloe nos dijo si podíamos cuidar de ti y de Bastian. Aunque esta casa está llena de soldados y guardias- sonríe ante la ironía.
–No quise despertarte cuando llegamos, parecías muy cansada– trato de procesar todo lo ocurrido. Algo cohibida sonrío a la mujer.
Ahora que me fijo bien, tiene una belleza delicada, el color de sus ojos es un azul casi parecido al de Cloe. Su cara es más redonda y el tono de su piel es un poco bronceado. Es hermosa.
–Lo siento por reaccionar así, es que me tomó desprevenida la situación–Aun puedo sentir la mirada del señor Volkov.
No habla ni cuando su esposa lo manda a ver a Bastián y a su hijo que están en la misma habitación.
Tomo una taza de café, me relajo al sentir solo la presencia de Nina.
–Por cierto Abby, la lencería que estabas usando estaba increíble, menos mal no mandé a Ren a despertarte porque lo hubieras puesto nervioso–escupo el café y casi me atraganto. ¡Dormí con la lencería! y ella me vio. Qué vergüenza.
–No tienes que avergonzarte, tienes un cuerpo espectacular. La lencería la compraste en dónde. Quiero ponerme una para mi marido, ya sabes, para que no se apague la llama–me guiña un ojo y creo que me ruborizo más. Ella no tiene filtros.
Si su marido es muy callado ella es lo opuesto.
Cuando me calmo un poco respondo.
–Yo la hice–Nina abre mucho los ojos y se lleva las manos a los labios.
–¿¡Tu la hiciste!? Abby es increíble. Yo quiero un par ¿Qué colores me recomiendas?– no puedo con su entusiasmo pero sonrío.
Paso la mayor parte de la mañana enseñándole los modelos que tengo y algunas de las creaciones que tengo pensado. Su esposo nos chequea de vez en cuando, pero sin llegar a invadir el espacio. Lo que me tranquiliza mucho.
Almuerzo solo con Nina que me cuenta su historia de amor con Renzo y es allí cuando lo entiendo mejor. Ambos sufrieron mucho. Se complementan mutuamente. Son una pareja increíble, cargo a su bebé de meses; Ivan.
Luego se van y me quedo sola con Bastian que es cuidado por una niñera contratada por Tore. El tiempo pasa muy rápido en este lugar.
En un abrir y cerrar de ojos ha oscurecido. No tengo apetito así que vuelvo a mi habitación.
Cuando estoy por tomar una ducha mi celular suena. Al ver el nombre en la pantalla sonrío.
–¿Ya has pensado en cómo ayudarme?-se oye un largo suspiro del otro lado.
–Lo que me enviaste no se puede volver a repetir, lo mismo va con el beso–suena molesto.
Me recuesto en cama.
–Lo de la foto es para que me ayudaras en mi negocio y lo del beso era porque quise. Pero recuerdo que no me detuviste. Es más, me devolviste el beso, Stef– Para mí, fue nuestro primer beso viéndonos cara a cara.
–¡Abby!– levanta la voz como si fuera una cría. Me gusta.
–Si, Stefano– sonrío.
–No quiero entrar a tus juegos de adolescente cachonda. No va a pasar, así que es mejor que te detengas–Adolescente cachonda. Es así como lo ve.
Creo que tengo que esforzarme mucho más para que no me vea como una cría caliente.
–¿Qué no va a pasar? ¿Tener sexo?– me recuesto boca abajo moviendo mi cintura de un lado a otro.
–Tarde. Ya fui tuya. Y lo que tanto temes que pase ya pasó, ahora solo hay que continuarlo– confieso.
Los recuerdos de esa noche vienen a mi mente logrando que mi entrepierna se humedezca.
–¡De qué rayos estás hablando! ¿Cuándo tuvimos sexo? No mientas Abby, yo jamás te he puesto una maldita mano encima– suena completamente alterado y puedo imaginar como la vena de su frente se hace visible. De seguro tiene un trago en la mano.
–Hace un año en la boda de Salvatore, la mujer de tu habitación. La que no trataste como una dama precisamente– cuelgo y dejo el celular en la cama.
Suena cada dos minutos pero yo me encargo de darme la ducha más larga y pensar en la ropa que usaré mañana para ver a Stefano. Mi hombre.