Fusión Nuclear
img img Fusión Nuclear img Capítulo 3 Anatomía de un Desastre (de Bodas)
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Capítulo 6 Secretos a Media Voz (y Karaoke en Japonés) img
Capítulo 7 Error de Cálculo (y Otros Pecados Deliberados) img
Capítulo 8 Sabotajes Confesados (y Collares en Camas Ajenas) img
Capítulo 9 El Arte de Sabotearse (y pelearse) img
Capítulo 10 Códigos Silenciosos (y Promesas que Arden) img
Capítulo 11 Glaseado con Sabor a Engaño (O Cómo Lanzar Postres sin Remordimientos) img
Capítulo 12 Vestidos que Desafían (y Citas que Prometen Caos) img
Capítulo 13 Cómo Quemar un Restaurante sin Encendedor (o comer Tiramisú) img
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Capítulo 3 Anatomía de un Desastre (de Bodas)

Tres semanas después del Incidente del Cupcake Nuclear, seguía soñando con Parker Donovan. No sueños hot, por desgracia.

Aunque, pensándolo bien, quizá por desgracia.

Eran pesadillas administrativas: él, con su traje de Dios del sexo impecable, su expresión glacial, y su voz de whisky añejo en anuncio de lujo, leía una lista interminable de cláusulas con letra pequeña, mientras yo, encadenada a una silla de diseño minimalista, era obligada a escuchar los horrores de los centros de mesa con temática náutica y firmaba mi sentencia con un bolígrafo sin tinta.

Subsección 3, párrafo B: Queda estrictamente prohibido el uso de lentejuelas, purpurina, o cualquier otro material que pueda considerarse "excesivamente festivo". La violación de esta cláusula resultará en la cancelación inmediata del contrato y la confiscación de todos los cupcakes existentes.

Mientras Parker recitaba la cláusula anti-lentejuelas, mis dedos se cerraron sobre el borde de la carpeta como aquella vez en el instituto, cuando la directora arrancó mis dibujos de decoración del baile de graduación. "Demasiado extravagante para una futura señorita decente", había dicho.

Ahora, veinte años después, seguía sin saber qué era peor: el reproche o el hecho de que, por un segundo, me lo hubiera creído.

Me desperté con una sacudida, el corazón latiéndome como un colibrí con sobredosis de cafeína.

Los contratos sin tinta eran mi especialidad, como esos tres negocios que quebraron antes de los 25. Pero esta vez no podía fallar... aunque Donovan pareciera empeñado en ser mi sentencia con traje de Armani.

Fernando, mi hermoso ficus, me observaba con su habitual aire de reproche. Como si recordarme que esta boda no era solo otro desastre en ciernes, sino mi última bala. La que pagaría la deuda de Sweet Chaos, el alquiler atrasado y-sobre todo-la que callaría para siempre a mi ex socia cuando viera mi nombre en Vogue Weddings. O eso me repetía cada mañana mientras el esmalte de uñas se me secaba en las sábanas.

-Tranquilo, mi monstruo verde favorito-murmuré, apartando una hebra de pelo rosa chicle de mi cara-. Solo era una pesadilla. Aunque, conociendo mi suerte, probablemente sea premonitoria.

Mi teléfono vibró en la mesita de noche, anunciando un nuevo mensaje. Era de Bethany, mi asistente, más conocida como la única persona en el planeta capaz de descifrar mi letra.

Bethany: SOS. Reunión con el Alcalde en 30 minutos. Operación Boda Real activada. Trae refuerzos (cafeteros y paciencia) y tu arsenal de glitter.

Ahhhh, no se te olvide la botella de vino (para después).

P.D.: Donovan ya está aquí.

P.P.D.: Reza.

La Operación Boda Real. El nombre sonaba como una misión de la CIA, pero en realidad era algo mucho más peligroso: la boda de la hija del alcalde. Un evento que prometía ser el Gran Premio de los Clichés Nupciales, con todo el glamour cursi, los vestidos inflados y los centros de mesa que parecían salidos de un catálogo de "Bodas Aburridas Para Gente Sin Imaginación".

Le devolví el mensaje a Bethany:

Voy para allá. Reza por mí. Y por Fernando. Él ha visto cosas.

Fernando, mi ficus, seguía en su rincón junto al ventanal. Era el único testigo de cómo, tras cerrar la puerta, dejé caer la carpeta y apoyé la frente contra la pared fría. "No es personal", susurré. Pero lo era. Siempre lo era. Las lentejuelas de mi chaqueta parpadearon bajo la luz como burlándose: "Claro que no, Abbi. Por eso te duele tanto."

Media hora y un café triple después, irrumpí en la oficina del alcalde como una bomba de brillo prohibido en una iglesia.

Llevaba bajo el brazo mi carpeta de "ideas creativas" (léase: proyectos que harían llorar a cualquier minimalista), el residuo de un eyeliner que había aplicado en el Uber, y la firme determinación de no prender fuego a nada.

O al menos, nada importante.

Al empujar la puerta, ahí estaba él. Parker Donovan, el arquitecto de la perfección, inmóvil junto a las maquetas como si lo hubieran esculpido en mármol y antipatía, el hombre que diseñaba edificios como si fueran poemas de acero y vidrio, y que, por alguna maldición del universo, también estaba a cargo de convertir este circo en un "evento elegante y sofisticado" (léase: aburrido hasta las lágrimas).

El mismo Parker que, tres semanas atrás, había mirado mi cupcake Fusión Nuclear como si fuera un arma biológica. El mismo cuyos ojos grises me juzgaban ahora, como si mi sola presencia fuera una ofensa al buen gusto.

Demasiado perfecto.

Demasiado silencio.

Como si mi sola existencia fuera un error de ortografía en su impecable documento de vida.

Odio que me mire así. Como si mi corsé de terciopelo verde fuera una ofensa personal... y no la razón por la que olvidaba respirar cada vez que se acercaba.

Mientras él alineaba sus bolígrafos por altura, yo buscaba mi teléfono en el bolsillo de unos leggings que, oh sorpresa, no tenían bolsillos.

Sus labios se curvaron en lo que solo podía describirse como "Dios mío, es peor de lo que recordaba".

Al ajustar la corbata, noté el temblor en sus dedos, casi imperceptible, como si ese traje de tres mil dólares le apretara más que el nudo al cuello.

Y entonces lo vi: una cicatriz en su nudillo, fina y desviada, como si alguien hubiera intentado borrar una herida a prisas.

Genial. Justo lo que necesitaba: pasar los próximos meses lidiando con el Sr. "Todo Bajo Control" mientras intentaba colar al menos un unicornio de veneno rosa en esa boda.

Dios mío, ¿en qué me había metido?

Parker no pestañeó. Solo alzó lentamente su taza de café -negro, sin azúcar, como su alma- y tomó un sorbo antes de dejar el recipiente sobre el mármol con un clic calculado.

-Llegas tarde-, soltó, con esa voz que convertía hasta un saludo en una acusación. Su voz no era solo whisky caro, era el roce de un dedo sobre el borde de una copa, prometiendo algo que nunca entregaba.

Le sonreí con toda la dulzura falsa que podía reunir.

-Qué dulce, Donovan. ¿Me echabas de menos? -Dejé caer mi carpeta sobre su iPad. Purpurina explosionó en su pantalla, pintando un arcoíris sobre sus gráficos de presupuesto.

Los bocetos se derramaron como confeti en una boda barata: un altar con forma de corazón de neón, una pista de baile giratoria, y - mi toque especial - un arco de globos que se iluminaban al ritmo de la música.

Sus ojos se clavaron en el corazón de neón de mi diseño, y por un instante -solo un instante- vi algo inesperado en su mirada: el reflejo de luces de colores bailando en sus pupilas grises. Como si alguna vez, en otra vida, hubiera creído en algo tan impráctico como el amor a primera vista.

Luego parpadeó, y el muro de hielo volvió a levantarse.

Mi carpeta escupió purpurina sobre el iPad de Parker, dibujando un arcoíris en su pantalla de presupuestos. Su expresión fue de "esto es un crimen de guerra".

-¿Esto es una boda o un circo? -preguntó, con el tono de quien desentierra un cadáver.

-Depende. ¿Vas a ser el payaso?

Parker cerró los ojos con tanta fuerza que por un segundo pensé que estaba rezando. O maldiciéndome en silencio. Probablemente ambas cosas. Yo sonreí.

-¿Problemas con la vista, arquitecto? -pregunté, mordiendo mi rotulador... justo cuando la tinta rosa se me escapó por la comisura de los labios. Parker parpadeó, como si ese pequeño desastre personal le ofendiera más que mis lentejuelas.

Su mandíbula se tensó de una manera que ya empezaba a resultarme familiar. Deliciosamente familiar.

-Lo único que necesito-, dijo midiendo cada palabra, -es que dejes de tratar esta boda como si fuera... esto.- Un gesto despectivo hacia mis creaciones.

-Oh, pero esto solo es el borrador-, mentí descaradamente. -La versión final incluye una fuente de champán y un coro de enanos vestidos de cupidos.-

Por la forma en que se le empezó a mover un tic bajo el ojo izquierdo, supe que había ganado esta ronda.

Al menos hasta que el alcalde, un tipo con más entusiasmo que sentido común y una obsesión inquietante por los canapés en forma de animalitos, entró a la habitación y me saludó con una palmada en la espalda que casi me devolvió al útero materno.

-Abbi, querida, ¡qué alegría verte! -rugió, como si no estuviéramos a tres metros de distancia-. ¡Justo hace un momento hablábamos de ti!

Mis ojos se clavaron al instante en la única persona de la sala que no sonreía: Parker Donovan.

-¡Hablando de mí! -dije, clavando las uñas en la carpeta-. Espero que sean cosas buenas. O al menos no demandables.

El alcalde Winthrop soltó una risotada que hizo temblar los canapés en forma de foca.

-¡Vivien está encantada con tu portfolio! -mentía con el entusiasmo de un político en campaña-. Bueno, encantada tal vez sea exagerar. Digamos que... curiosamente horrorizada.

Parker alzó una ceja.

El alcalde Harold Winthrop, bendito sea su corazón de coleccionista de canapés ridículos, no captó la tensión.

-¡Parker nos contaba lo... única... que eres! -anunció, como si eso fuera un cumplido y no una declaración de guerra.

Parker no pudo evitar un tic en la mandíbula.

-Entusiasta es una forma de decirlo -murmuró, con un dejo de ironía que habría hecho sonrojar a un dios griego-. Yo diría que caótica se acerca más a la realidad.

Yo le sonreí, dulce como el glaseado de mis cupcakes radiactivos.

-Caóticamente encantadora, cariño. Es mi marca personal.

Y así, entre el olor a café barato y la promesa tácita de destrucción mutua, comenzó oficialmente la Operación Boda Real.

Santo patrón de las Bodas, ayúdame.

            
            

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