Lo seguí, con la carpeta de ideas (y la paciencia) colgando de un hilo. La sala de proyecciones olía a limpieza industrial y a la colonia amaderada de Parker, combinación que, sin motivo alguno, me hizo contener la respiración.
Hasta las paredes parecían repelerme, diseñadas para expulsar cualquier molécula de mi especial polvo de hadas. En la pantalla, una imagen prístina del salón de bodas. Todo blanco, beige y un toque de... ¿hueso?
-¿Qué te parece? -preguntó Parker, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos grises-. Elegante, ¿verdad?
-Elegante -repetí, tragando saliva-. Como un funeral con buen catering.
Parker arqueó una ceja.
-No soy muy fan del beige, ¿sabes? Me recuerda a... puré de patatas sin sal. Y las flores blancas... tan... virginales. ¿No crees que la hija del alcalde merece algo con un poco más de... punch?
-¿Punch? -preguntó él, con un tono que sugería que acababa de pronunciar una obscenidad.
-Sí, ya sabes, ¡color! ¡Vida! ¡Alegría! ¡Un unicornio mecánico que escupe confeti! Bueno, quizás no el unicornio...
-Por el amor de Dios -murmuró Parker, pasándose una mano por el pelo-. ¿Qué tienes en esa carpeta, bombas de purpurina?
-Algo mucho mejor -dije, abriendo la carpeta y mostrándole mis diseños-. Prepárate para ser deslumbrado.
Parker miró mis bocetos: un arcoíris de colores, flores exóticas, luces de neón, una cascada de chocolate... Su expresión pasó de la incredulidad al horror, como si estuviera viendo una autopsia de un arcoíris.
-Esto... esto es... -balbuceó, buscando la palabra adecuada-. Un crimen contra la buena decoración.
-Un crimen delicioso -corregí, señalando un cupcake de glitter en mi diseño-. Al menos yo no planeo ahogar a los invitados en beige. ¿O es que en la escuela de arquitectura te enseñaron que la felicidad viene en tonos hueso?
Parker apretó la mandíbula.
-En la escuela de arquitectura me enseñaron que el buen gusto no es sinónimo de... ¿esto? -Arrancó uno de mis bocetos: un corazón de neón gigante-. ¿Cuántas bodas de alto perfil has planeado, Reed? ¿O solo fiestas de cumpleaños para niñas de cinco años?
Parker cerró los ojos, respirando hondo. Contando hasta diez. Yo, mientras tanto, saqué un rotulador permanente y añadí un par de flamencos rosas a su diseño minimalista. Solo para darle un toque de Abbi.
Cuando Parker volvió a abrir los ojos, la sonrisa en mi rostro era tan brillante como las lentejuelas que había pegado en la carpeta.
-Señorita Reed -dijo, con una voz peligrosamente baja-, está usted jugando con fuego.
-Y el fuego, arquitecto -respondí, acercándome un poco más-, es mi especialidad.
La tensión en la sala era más espesa que el glaseado de mi Fusión Nuclear. Parker me miraba fijamente, esa mirada de tormenta brillando con una mezcla de irritación y... ¿era fascinación?
-No te entiendo -dijo por fin, con una voz ronca-. ¿Cómo puedes ser tan... tú?
Me encogí de hombros, trazando con el dedo el contorno de un flamenco rosa en mi carpeta.
-Soy un misterio, incluso para mí misma. Pero si quieres intentar resolverlo, arquitecto, eres bienvenido.
Parker soltó una risa seca, sin humor.
Por primera vez, vi una grieta en su armadura. Una sola gota de sudor se deslizaba por su sien, y su respiración, siempre medida, era un segundo más rápida. Como si mi caos fuera un virus y él, contra todo pronóstico, empezara a contagiarse. La idea me electrizó. ¿Qué más podía hacerle perder el control?
-No estoy seguro de querer acercarme tanto a una zona de desastre.
-No soy tu enemiga, Donovan -susurré-. Aunque admito que verte perder el control sería... ilustrativo.
Algo crujió en su mano. El bolígrafo, me di cuenta. Pero por un segundo, juré que era su autocontrol.
-Oh, pero ya lo has hecho -susurré, señalando los restos del bolígrafo en su mano. Su respiración se aceleró apenas perceptiblemente, y en ese momento lo supe: yo era el huracán que había llegado para derribar su perfecta casita de naipes.
-Ese fue un accidente -mintió, limpiándose las manos en el traje como si mis palabras fueran pecado.
-Los mejores accidentes de la historia lo fueron -contesté, sabiendo que estábamos hablando de mucho más que cupcakes.
El aire entre nosotros crepitaba con una electricidad inexplicable. Parker se tensó, como si estuviera a punto de salir corriendo o...
En ese momento, la puerta de la sala de proyecciones se abrió y el Alcalde entró, seguido de Bethany y una mujer vestida con un traje de pantalón rosa chillón.
-Abbi, querida -dijo el Alcalde, con una sonrisa radiante-, te presento a Vivien, la madre de la novia. -Vivien, esta es Abbi Reed, la mejor wedding planner de la ciudad.-
Sonreí como si el nombre "Vivien" no me recordara a mi ex socia, la misma que se llevó a mi cliente estrella... y a mi ex novio.
La señora Winthrop me escaneó como si mi chaqueta de lentejuelas fuera un experimento fallido de laboratorio. Parker, en un raro acto de solidaridad, cruzó los brazos y dijo:
-Abbi, ¿verdad? -Vivien sonrió como si hubiera olido algo podrido-.
-Mi hija está en Milán probando el vestido de Dolce -dijo Vivien, sacando un teléfono con diamantes incrustados-. Pero me envió esto.
Vivien deslizó su teléfono hacia mí. La pantalla mostraba a una joven con pelo azul eléctrico besando apasionadamente a un modelo italiano frente al Duomo. "Dile a la planner que quiero drag queens bailando en una piscina de champagne", decía el mensaje. Parker palideció como si acabaran de anunciar el apocalipsis del buen gusto.
-Serena siempre fue... creativa -murmuró Vivien, con la sonrisa tensa de quien ha criado a un huracán con tarjeta Black.
-¡Perfecto! -exclamé, sintiendo cómo mi corazón hacía un flip-. Finalmente alguien con estilo.
El tic en la mandíbula de Parker podría haber medido en la escala Richter.
Vivien me dedicó una sonrisa tensa que no alcanzó a iluminar sus ojos, cargados de un escepticismo glacial.
-Mi hija me dijo que eras... especial. -Su mirada escaneó mi outfit, deteniéndose en las lentejuelas de mis botas-. Aunque imaginaba algo más... maduro.
-¡Justo lo que digo yo de los centros de mesa blancos! -respondí, clavándole un globo de muestra con forma de flamenco en las manos-. Tan... vintage. Como los tapetes de mi abuela.
-Señora Winthrop, Abbi puede ser... intensa, pero sus clientes siempre quedan satisfechos.
-¿Quedaremos satisfechos o traumatizados? -respondió Vivien.
Sonreí, sacando mi rotulador rosa.
-Depende de cuánto les guste el glitter.
-Querida -dijo Vivien, examinando mis diseños como si fueran muestras de una enfermedad contagiosa-, ¿alguna de tus... creaciones anteriores incluyó una demanda por intoxicación estética?
-Solo cuando el cliente no tenía sentido del humor -respondí, clavándole un globo con forma de pene que había escondido bajo la mesa-. Pero tranquila, este es solo para pruebas.
Parker tosió violentamente. Vivien me miró como si acabara de escupir en su copa de cristal de Murano.
-No te preocupes, Vivien, haré que la boda de tu hija sea impresionante.
-Eso espero, querida. Porque si no...
Dejó la frase en el aire, pero la amenaza implícita era clara. Miré a Parker, que observaba la escena con una expresión ilegible. Su mirada se cruzó con la mía, y por un breve segundo, vi algo parecido a la compasión en el acero de sus pupilas.
O quizás solo era una alucinación provocada por el exceso de cafeína.
-No te preocupes, Vivien-dijo Parker, con una voz sorprendentemente suave-. Abbi está... acostumbrada a trabajar bajo presión.
La forma en que pronunció "acostumbrada", con un ligero énfasis en la primera sílaba, me hizo sospechar que no se refería precisamente a mi habilidad para gestionar presupuestos y coordinar caterings.
-Eso espero, arquitecto -dije, lanzándole una mirada desafiante-. Porque esta boda va a ser un infierno... digo, un espectáculo.
-¡Abbi, querida! -rugió el Alcalde, abrazando una bandeja de canapés en forma de delfín-. Estos son el prototipo del catering. ¡Mira cómo saltan sobre las olas de salsa tártara!
Vivien, en cambio, no tocó la comida. Sus uñas de porcelana golpearon el iPad donde Parker había proyectado su diseño funerario- digo, nupcial. -Mi hija merece algo clásico-, dijo, escupiendo la palabra como si fuera "lentejuela".
Parker no me quitaba los ojos de encima. No con desprecio, sino con esa misma expresión que tuvo cuando mi cupcake nuclear estalló en su corbata de seda: horrorizado, sí, pero también... intrigado. Como si yo fuera un rompecabezas que, contra toda lógica, quisiera resolver.
Eso, lo sabía, era más peligroso que cualquier cláusula de contrato.
Fernando estaría orgulloso, pensé. O tal vez escandalizado. Como con todo en mi vida, la línea entre triunfo y desastre era tan fina como el hilo de mis medias rotas.
Pero cuando los ojos de Parker siguieron mis labios mientras hablaba, supe la verdad: este desastre ya estaba en marcha, y ni siquiera el arquitecto perfecto podría contenerlo.
Y con eso, el primer capítulo de la Operación Boda Real -y mi particular tortura china- había comenzado oficialmente.