Mataron a mí compañero,me vengare de todos
img img Mataron a mí compañero,me vengare de todos img Capítulo 2 La extraña Monica
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Capítulo 6 Confianza,aceptación,valor img
Capítulo 7 Nosotros img
Capítulo 8 Hugo img
Capítulo 9 Lady Mónica img
Capítulo 10 Una noche misteriosa img
Capítulo 11 Superarse img
Capítulo 12 Emociones encontradas img
Capítulo 13 Amor img
Capítulo 14 Cuarta dimensión img
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Capítulo 2 La extraña Monica

A la mañana siguiente, Silvia se levantó con la luz del sol filtrándose por las cortinas. Estaba aún aturdida por la extraña noche que había vivido, pero la necesidad de abastecerse era más urgente que sus pensamientos. Así que se vistió, tomó su bolso y salió rumbo al centro del pueblo Lake.

El camino serpenteaba entre árboles altos y flores silvestres. Silvia trataba de disfrutar el paisaje, pero no podía dejar de mirar hacia los arbustos, como esperando ver al lobo plateado observándola desde la maleza.

Al llegar a una curva que descendía hacia el centro, escuchó un grito ahogado, un lamento desesperado:

-¡Ayuda! ¡Por favor, alguien ayúdeme!

Silvia se detuvo de golpe, su corazón acelerado. Corrió en la dirección del grito y encontró a una mujer joven, tendida en el suelo, con la silla de ruedas volcada unos metros más allá.

-¿Está usted bien? ¿Cómo puedo ayudarla sin hacerle daño?

La mujer la miró con ojos duros y vacíos, como si su alma fuera una cáscara vacía. Con un tono frío y cortante, respondió:

-Me tiré al suelo por gusto, ¿sabes? ¡Ayúdame a levantarme rápido!

Silvia sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Había algo inquietante en esa mujer. Se obligó a mantener la calma, ayudándola con cuidado a sentarse, sacudiéndole las hojas que tenía pegadas a la ropa. Luego fue a enderezar la silla de ruedas.

Mientras lo hacía, notó que la mujer la observaba detenidamente, como si la analizara a fondo, y... ¿la estaba oliendo? Silvia la vio inspirar profundamente, cerrando los ojos un momento, como si saboreara un aroma oculto en el aire.

Silvia tragó saliva.

-¿Qué carajos pasa en este pueblo? -pensó, sintiendo cómo se le erizaba la piel.

-Ya está... -dijo en voz baja, con manos temblorosas-. Ahora te ayudaré a sentarte.

Cuando se acercó a la mujer, esta fijó en ella una mirada tan intensa y oscura que Silvia se sintió atrapada, como si algo la aprisionara en ese instante. La sonrisa que se dibujó en los labios de la desconocida fue lenta, casi siniestra.

-Humana... -susurró con una voz cargada de un deje maléfico.

Silvia se quedó congelada, con el aire atrapado en los pulmones, un frío recorriéndole la nuca.

-Soy Mónica.

Silvia parpadeó, tragando saliva con dificultad.

-Silvia...

Las dos se quedaron en silencio un instante, mirándose como si un lazo invisible se tejiera en ese momento, lleno de tensión, peligro... y algo que Silvia aún no podía entender.

-¿Puedes llevarme a mi casa? Estoy adolorida por la caída.

Silvia quería decirle que no, que buscara a otra persona, pero pudo más su maldita empatía... esa que siempre la había metido en problemas.

-Por supuesto -respondió con una sonrisa forzada.

Las dos caminaron en silencio por el sendero angosto. Mientras avanzaban, Silvia no podía evitar fijarse en lo extraño del entorno: el aire parecía más denso, el viento susurraba entre los árboles, y al pasar junto a un pino frondoso, vio una casa que la dejó boquiabierta. Era como un palacio oculto: una mansión majestuosa, elegante, de arquitectura impecable, con detalles lujosos y una presencia imponente. Silvia se detuvo un segundo, maravillada.

-Jamás pensé que en un pueblo tan pequeño y alejado habría una casa así... -murmuró sin darse cuenta.

Mónica, que parecía leerle la mente, suspiró exasperada.

-Siempre dices lo que piensas, eres presa facial, ¿lo sabías?

Silvia la miró, sorprendida. No podía negar que tenía razón.

-Bueno... hasta luego, Mónica.

La mujer detuvo su silla frente a la puerta de su mansión, giró apenas la cabeza con una sonrisa torcida.

-Humana... no creo que te den trabajo en este pueblo. Pero si te interesa, yo necesito a alguien que me ayude... aunque te advierto, soy muy exigente.

Soltó una risa extraña, casi perturbadora, y sin ningún esfuerzo movió las ruedas de su silla, desapareciendo dentro de su casa.

Silvia se quedó paralizada unos segundos, sintiendo una mezcla de incomodidad y desconcierto,como carajos sabía que buscaria trabajo...

-Ni loca voy a trabajar contigo... -pensó, y se obligó a seguir su camino.

El pueblo Lake, a la luz de la mañana, parecía sacado de un cuadro. El lago reflejaba las montañas que se perdían en el cielo, las casas eran encantadoras, adornadas con flores frescas, y los niños jugaban entre risas alegres. Pero conforme Silvia caminaba, notaba cómo las miradas de la gente cambiaban.

-Mira, mamá, es una humana...

-Shhh, cállate.

Silvia se detuvo en seco.

-¿Humana? -repitió en su mente, sintiendo un escalofrío.

Intentó quitarle importancia, negando la paranoia que se le instalaba en el pecho.

-Bah, seguro son solo supersticiones tontas... ¿Qué será esto? ¿Un pueblo de vampiros y hombres lobo? ¡Qué tonterías! -pensó, casi riendo para sus adentros.

Sacudió la cabeza y se dirigió a la tienda donde había estado la tarde anterior.

-Buenos días, señora Bernarda.

La anciana levantó la vista con una sonrisa cálida.

-Oh, buenos días, querida. Eres madrugadora, ¿eh?

Silvia le devolvió la sonrisa, sintiendo algo de alivio al ver una cara amable.

-¿Cómo no serlo en un lugar tan bello?

Bernarda asintió, con una expresión orgullosa.

-Sí, mi pueblo es hermoso... tranquilo, gracias al Alfa.

Silvia alzó una ceja, curiosa.

-¿El Alfa?

Bernarda solo sonrió con un aire misterioso, como si no fuera necesario explicar más.

-Aquí las leyes son muy diferentes y estrictas, querida. ¿Qué vas a tomar hoy?

Silvia, intentando ocultar su incomodidad, respondió:

-Un chocolate caliente y unos sándwiches, por favor.

-Muy bien, ya te los preparo.

Mientras Bernarda se movía detrás del mostrador, Silvia la observó. Había algo en la sonrisa de la mujer, en la calidez de su trato, que le recordaba a su madre... a su madre antes de fallecer. La sensación la golpeó como una ola, dejándola aturdida y con un nudo en la garganta.

Se quedó encimismada, atrapada en recuerdos que hacía tiempo intentaba enterrar, mientras las voces del pueblo, los murmullos de los habitantes, parecían mezclarse con los aullidos lejanos de la noche anterior...

-Toma, querida, aquí tienes lo que pediste -dijo la señora Bernarda, extendiéndole su chocolate y sándwiches

-Gracias, señora Bernarda -respondió Silvia, sonriendo.

Bernarda le devolvió la sonrisa.

-¿Qué te pareció mi humilde cabaña?

-Oh, es hermosa, me he quedado muy a gusto... es tan acogedora -respondió Silvia con sinceridad.

Aún tenía en la garganta las ganas de contarle a Bernarda sobre el lobo blanco, pero decidió callarse.

-Tenías razón con respecto a los lobos...

-¿Ah, sí? ¿Te sucedió algo? -preguntó Bernarda, inclinándose un poco hacia Silvia, con una curiosidad apenas disfrazada.

-Solamente... estuvieron cerca de la cabaña -respondió Silvia, sonriendo nerviosamente.

Por un instante, notó algo extraño en los ojos de Bernarda: sus iris parecieron cambiar de color, como si un destello los atravesara. Silvia parpadeó, preguntándose si su mente le jugaba una mala pasada.

-Bah... veo fantasmas -se dijo para sí misma, mientras Bernarda respondía:

-Oh... fue así... -se quedó pensativa, o eso creyó Silvia, pues se quedó inmóvil unos segundos, como suspendida en el tiempo.

Luego, como si nada, Bernarda retomó la conversación:

-Querida, ¿piensas quedarte por poco tiempo aquí, verdad?

Silvia la miró, indiferente.

-Me enamoré de este lugar... -susurró para sí-. A pesar de la rareza-.¡¡¡ Quiero vivir aquí.!!! -Dijo

Aquellas palabras sorprendieron a Bernarda, quien la miró con compasión.

-Querida, si necesitas algo, si te sucede algo... no dudes en contármelo. Te ayudaré en todo lo que pueda.

Silvia asintió, agradecida.

-¿Sabe de alguien que necesite un empleado?

Bernarda pensó por un momento.

-No, Silvia, es muy raro que aquí te den trabajo... ya ves, es un pueblo pequeño, todos nos ayudamos entre nosotros...

Silvia suspiró, resignada. Su mente la llevó directo a Mónica.

-Maldición... ¿Tendré que trabajar con esa loca desquiciada? -pensó.

Llegué aquí como tirada por un hilo invisible y mis ahorros se están acabando.

De repente, Flavia irrumpió en la tienda como un huracán.

-Señora Bernarda, el Alfa la solicita.

-Voy enseguida. -Bernarda le sonrió y, con una agilidad insólita para su edad, se fue tras la llamada.

-¿Ya te vas? -le dijo Flavia a Silvia con una sonrisa burlona.

-Sí... claro.

-Estuvo bueno lo de los lobos anoche, ¿verdad? -le lanzó, con una sonrisa ladeada.

Silvia se quedó helada.

-¿Cómo sabe ella que los lobos estuvieron cerca de la cabaña?

Sin responder, salió rápidamente de la tienda. El calor sofocante que había sentido hasta ese momento comenzó a disiparse mientras caminaba hacia el lago, intentando calmar sus pensamientos.

Perspectiva de Oliver

Esa mañana en su despacho finamente decorado Oliver, estaba inquieto,ansioso ,recordando cada detalle de su encuentro con silvia. Había ido a verla a la cabaña. ¿Por qué tenía que ser ella? ¿Por qué la diosa de la luna jugaba de esa forma?

En treinta años, solo había tenido una pareja, y esa historia había terminado en desastre. Después de aquello, juró que no quería saber nada de compañeras ni del amor.

Su lobo, Shong, siempre insistía:

-No debes rendirte. Tu compañera está en alguna parte.

Shong lo había repetido durante doce años, pero Oliver estaba apático. No quería hacerse ilusiones...

Hasta que ayer por la tarde, sintió un estallido de energía recorriéndole el cuerpo.

-Por favor, Shong, me vas a dar migraña... -se quejó Oliver, mientras el lobo jadeaba, inquieto.

-No... no son los renegados... esto es diferente... es algo... ¡algo que cambiará nuestras vidas!

Oliver se quedó pensativo. Shong nunca se equivocaba.

-Beta Alex, dile a la señora Bernarda que me envíe mi medicina urgente.

-Lo haré, Alfa -respondió Alex, su amigo de infancia, un pelinegro de ojos azul profundo y piel tan pálida que parecía de porcelana.

Mientras Oliver intentaba concentrarse en los informes de la manada - ya que el invierno sería crudo, y los ataques de renegados una amenaza constante-, sintió de nuevo aquel golpe, como un rayo atravesándole el cuerpo. Jadeó, su corazón se aceleró.

Shong rugió en su mente:

-¡Compañera olí,compañera

Oliver quedó paralizado.

Sin pensarlo, corrió hacia la tienda, siguiendo ese aroma: a pino recién cortado, flores silvestres, y... hogar.

Entró, y allí estaba ella: sentada, con el rostro sonrojado, los ojos color café mirándolo atónita.

El lobo dentro de él aulló.

-Compañera... olí a mi compañera... -susurró Shong, lleno de emoción.

-No... maldita sea, no puede ser... es una maldita humana... -pensó Oliver, su mirada oscureciéndose de furia y confusión.

Bernarda, que estaba al lado de Silvia, lo observó, alarmada.

-Alfa...

Oliver no respondió. Sin decir una palabra, se dio media vuelta y salió de la tienda, dejando a todos con el aire suspendido.

            
            

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