Mataron a mí compañero,me vengare de todos
img img Mataron a mí compañero,me vengare de todos img Capítulo 3 Oliver y Shong
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Capítulo 6 Confianza,aceptación,valor img
Capítulo 7 Nosotros img
Capítulo 8 Hugo img
Capítulo 9 Lady Mónica img
Capítulo 10 Una noche misteriosa img
Capítulo 11 Superarse img
Capítulo 12 Emociones encontradas img
Capítulo 13 Amor img
Capítulo 14 Cuarta dimensión img
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Capítulo 3 Oliver y Shong

Oliver salió furioso, cargando un torbellino de emociones que lo sofocaban. Estaba enojado con la diosa de la luna, con su destino, con ella... y también consigo mismo. ¿Cómo podía su compañera ser una maldita humana? Esa sola idea lo hería profundamente, como un golpe directo al pecho.

Caminaba a grandes zancadas por el pueblo, su paso firme y altivo como un rey enfurecido. A pesar de su ceño fruncido y los pensamientos sombríos que lo consumían, su atractivo era innegable. Con cada paso, arrancaba suspiros -y no solo de las jóvenes, sino de todas las lobas-.

Su porte imponente, su traje oscuro que delineaba su figura atlética, su cabello rubio ondeando al viento como si el aire mismo quisiera tocarlo, y esos ojos celestes claros, tan brillantes como agua cristalina bajo el sol del atardecer ... Todo en él era fascinante.

Ese día, además, su aroma se volvió más intenso, un perfume salvaje que embriagaba a las lobas, haciéndolas suspirar y mirarlo de reojo, incapaces de resistir la tentación.

Oliver notó esas miradas, lo que solo alimentó su enojo.

-¡Shong! -gruñó.

El lobo no tardó en tomar el control. Su transformación fue casi instantánea: una ráfaga de aire, un destello, y el imponente lobo blanco se lanzó al bosque, veloz como un rayo.

Corría, y con cada salto sentía cómo se le desataban las cadenas que lo oprimían. Por un instante, fue libre, tan libre como lo había sido de niño.

Desde la cima de una colina, Shong se detuvo, respirando profundamente. A sus pies, el pueblo se extendía como una maqueta viviente, y más allá, las montañas, el lago, los árboles... todo.

El viento acariciaba su pelaje mientras esos ojos negros como el ónix escudriñaban el horizonte.

-Oliver, ella es nuestra compañera. No deberías tratarla así... -susurró Shong en su mente, con un tono suave, casi paternal.

-Lo sé, Shong. Solo... ella no debería ser nuestra compañera.

-¿Por qué? ¿Porque es humana?

-Sí... tú sabes cómo es este mundo. No es piadoso con los que no son como nosotros. Lo sabemos bien...

-La protegeremos con nuestra vida, Oli. No te preocupes. Solo... amémosla.

Oliver se quedó en silencio.

-¿Amarla? -repitió, como si el concepto le resultara extraño, ajeno, lejano... -¿Amarla como amé a... a Carol?

El recuerdo de aquella mujer lo atravesó como un cuchillo.

La que había prometido amor eterno y lo había traicionado.

La que lo había mirado con desprecio por ser diferente.

La que había destruido todo lo que había soñado.

Shong interrumpió sus pensamientos:

-No es la misma, Oli. Ella es diferente... lo sé. Amala

Oliver suspiró, derrotado.

-Fui un desastre hace un momento, ¿verdad? La asusté...

Shong estalló en una carcajada tan fuerte que terminó rodando por el suelo, patas arriba, como un cachorro feliz.

-¡Creo que la dejaste bastante impactada! ¡JAJAJA!

La risa contagió a Oliver. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió reír de corazón.

Pero dentro de su pecho, una certeza lo quemaba: tenía que encontrar la manera de conquistar a esa mujer.

Su aroma, dulce y salvaje, era un canto irresistible, un hechizo que lo estaba volviendo loco... o quizás loco de amor. Por primera vez en tantas lunas durmieron felices los dos.

A la mañana siguiente, el despacho del alfa Oliver se iluminaba con la magia del amanecer. Los rayos dorados se filtraban por los ventanales, dibujando destellos de luz sobre el elegante escritorio de madera finamente tallada. La escena tenía algo etéreo: Oliver, sentado tras ese mueble imponente, con su rostro relajado, una sonrisa ausente y los ojos celestes llenos de una chispa que hacía años no se veía en él.

Beta Alex llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta. Frunció el ceño, extrañado. Volvió a golpear, y al no escuchar nada, decidió entrar.

Allí lo vio...

Oliver estaba sumido en sus pensamientos, sonriendo de manera casi tonta. Se veía tan apuesto, tan peligrosamente sexy que Alex, por un instante, se mordió el labio inferior, sin poder evitarlo.

-Buenos días, alfa.

No hubo respuesta.

Alex lo miró fijamente, sorprendido. Aclaró la voz, esta vez con un tono más informal:

-Buenos días, Oliver.

Ese saludo finalmente lo sacó de su ensueño. Oliver frunció ligeramente el ceño, molesto por haber sido interrumpido en medio de sus pensamientos más dulces. Gruñó apenas, una advertencia casi imperceptible... pero suficiente para tensar a Alex.

Ese gruñido, aunque bajo, era el de un rey.

Oliver levantó la vista, sus labios curvándose en una sonrisa burlona.

-Buenos días, Alex. ¿Tan temprano por aquí?

-Siempre me levanto temprano, Oliver -respondió Alex, con una sonrisa ladeada mientras lo estudiaba con atención-. ¿Qué te tiene tan contento esta mañana? ¿Anoche no estuviste rondando la cabaña de la señora Bernarda?

Oliver sonrió para sí mismo, como recordando un secreto que no pensaba compartir.

-Solo estaba curioso por la humana que llegó a nuestro pueblo -dijo con tono despreocupado.

Alex arqueó una ceja, intentando provocarlo:

-Oh, ¿y qué tiene de especial? Solo es una simple humana.

Oliver no mordió el anzuelo. En lugar de eso, cambió de tema con la misma sonrisa encantadora, como si nada pudiera perturbarlo:

-¿Cómo van las reconstrucciones del muro?

Alex resopló, frustrado por no obtener más información, pero respondió:

-Faltan solo dos kilómetros. Estará listo antes del invierno.

-¿Y los suministros?

-Hoy el gamma Iván me dará el informe completo de precios y costos.

-Perfecto.

Oliver se estiró ligeramente en su silla, acomodando su traje, y luego agregó con tono más serio:

-Haz que le lleven a Mónica sus medicamentos. Desde ayer que no los tiene. Y busca a alguien que la cuide de forma permanente.

-Sí, alfa.

Alex vaciló un segundo antes de preguntar:

-Y... ¿con respecto a la humana? ¿Qué hacemos?

Oliver sostuvo su mirada, su sonrisa se volvió enigmática, casi peligrosa.

-Nada... -respondió, casi en un susurro, con la voz cargada de una calidez engañosa-. Solo está de paso.

Por supuesto, eso era una mentira. Si dependía de él, la mantendría junto a su lado... para siempre.

Ocultando sus emociones, Oliver mantuvo la compostura ante Alex. Sabía que su beta era perspicaz, pero no podía permitirse que notara lo abrumado, nervioso e inquieto que estaba. La sonrisa ladina en su rostro era solo una máscara, una estrategia para desviar sospechas.

Porque antes de que Alex ingresara, sus pensamientos estaban llenos de ella: Silvia.

Esa noche, Oliver y Shong habían decidido acercarse a la cabaña para asegurarse de que ella estuviera a salvo. La manada había reportado movimientos extraños, y aunque Oliver no lo admitiría en voz alta, la idea de que algo pudiera pasarle lo había puesto al borde de la desesperación.

El aroma de Silvia era como una droga, hipnótico, embriagador, y al acercarse a la cabaña, ese perfume dulce a flores silvestres y pino recién cortado lo envolvió, haciéndolo casi perder la razón. Desde una rendija entre las tablas, la olió y escucho su respiración : tan tranquila, tan vulnerable... y de repente, una emoción tan pura brotó de su pecho que no pudo contenerlo.

Aulló de alegría.

Pero ese aullido la asustó. Sus ojos penetrantes Vieron cómo Silvia que estaba detrás de la ventana dio un pequeño salto, sobresaltada, tropezando hasta caer al suelo. Oliver maldijo su propia torpeza. Desapareció en un parpadeo, más rápido de lo que cualquier humano podría percibir.

Poco después, un grupo de renegados fue avistado merodeando cerca de los límites de su territorio. La manada se movilizó de inmediato para repelerlos. Oliver se unió a la caza sin dudarlo. No porque amara la violencia, al contrario: Oliver era conocido entre las manadas por su sentido de la justicia, su respeto a la vida y su creencia en la igualdad. Jamás mataba a un renegado, solo los perseguía hasta que, exhaustos, aceptaban hacerle una promesa sagrada: no volver jamás. Y esas promesas, hechas al alfa Oliver, eran respetadas como un juramento ante la Luna misma.

Cuando la calma volvió, Oliver no pudo resistirse. Regresó a la cabaña de Silvia una vez más. Quería asegurarse de que estaba bien. Quería... solo oírla sentirla, aunque más no fuera por un instante. La encontró dormida, su respiración suave llenando la noche de una paz que no había sentido en años.

Esa imagen se le quedó grabada.

De regreso en su casa principal, Oliver intentó relajarse. Su hogar era un refugio majestuoso: de madera pulida, adornado con detalles en alabastro, arte de otras tierras y objetos cuidadosamente elegidos. Cada rincón reflejaba su carácter: fuerte, elegante, pero también cálido.

En la ducha, el agua caliente deslizándose por su piel blanca y musculosa, Oliver cerró los ojos. Sus pensamientos volvían una y otra vez a Silvia. Al salir, se puso un pantalón suelto que dejaba al descubierto su abdomen marcado. Tomó un libro, se recostó en el diván... y no logró concentrarse en una sola palabra.

No entendía.

¿Cómo podía una simple humana tener un aroma perceptible para él y para Shong?

Era imposible. En treinta años, jamás había sabido de un caso así. Ninguna humana había despertado esa conexión, esa necesidad feroz.

Por más que le daba vueltas, no encontraba respuesta.

Suspiró, frustrado.

Tendría que hablar con Bernarda a la mañana siguiente. Ella, como la loba más longeva de la manada, tal vez podría arrojar algo de luz sobre ese misterio.

Mientras tanto, se resignó a no encontrar paz esa noche. Pero por.primera vez el y Shong durmieron feliz

            
            

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