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Katherine se pasó casi todo el día en el hospital.
Su mellizo, Austin Clarke, había nacido con un trastorno neurológico, así que aunque tenía veinticuatro años, su mente nunca había dejado de ser la de un niño pequeño.
Ella tuvo una buena vida hasta los dieciocho años; en ese momento, todo se vino abajo. Su padre terminó en prisión, y el impacto sumió a su madre en una profunda depresión. Poco después, el negocio familiar colapsó, y con él, también cualquier posibilidad de continuar con el tratamiento de su hermano.
Así, de repente, todo recayó sobre los hombros de Katherine, quien, de la noche a la mañana, se convirtió en el pilar de su familia.
Esos años fueron muy duros: trabajó sin descanso y soportó más de lo que cualquier joven debería, en un intento por mantener unidos los pedazos rotos de su vida. Después de casarse con Julian, por un momento creyó que había encontrado a alguien capaz de salvarla, pero en ese momento, incluso esa esperanza se desvaneció.
Ese recuerdo sacó una emoción que había mantenido enterrada en su interior, haciendo que los ojos se le llenaran de lágrimas.
Mientras el cielo pasaba de dorado a gris, Ivy Clarke, su madre, se le acercó. Ella trabajaba en el hospital y, de paso, cuidaba a Austin allí.
"Se está haciendo tarde", comenzó suavemente. "Seguramente Julian ya salió del trabajo. Deberías irte a casa. No lo hagas enojar".
"No voy a volver. Me estoy divorciando de él", respondió la joven honestamente y con calma.
Su madre se quedó paralizada y luego preguntó con incertidumbre: "¿Fue idea de Julian?".
"No", respondió la otra. "Fue mi idea".
"¿Por qué pensaste siquiera en hacer algo así? Él ni siquiera tenía la intención de divorciarse de ti después de lo que pasó anoche. Katherine, tienes que entender... las personas como nosotras... no podemos esperar que los Nash nos vean como sus iguales. Ellos son muy orgullosos. Además, a veces la gente comete errores. Esto es algo normal". soltó Ivy rápidamente, antes de que su hija pudiera decir más.
Katherine se quedó observando a su madre, atónita. "¿Quién te contó lo que pasó?", preguntó lentamente.
Ivy contempló el pálido y agotado rostro de su hija. Aunque verla así le destrozaba el corazón, no podía decirle la verdad. "Soy inútil. No pude protegerte. Pero querida, solo piénsalo un poco: si te separas de Julian ahora, ¿qué pasará conmigo? ¿Con Austin?".
Aunque su madre no había respondido la pregunta directamente, Katherine ya sabía la verdad: Eloise era la única que podía estar detrás de los acontecimientos de anoche. Solo ella podía mover los hilos de esa manera, y probablemente también se le había acercado a su madre, susurrándole cosas para amenazarla y hacerla callar. Después de todo, su cuñada nunca la había querido.
Mientras Katherine miraba el rostro abatido y arrepentido de su madre, algo dentro de ella se rompió. La amargura en su interior era tan intensa que casi soltó una carcajada llena de ironía.
El hogar al que se había dedicado en cuerpo y alma nunca había sido un refugio de paz y amor. Esa realización la hizo apretar los puños a los costados. Acto seguido, negó lentamente con la cabeza, más por tristeza que por desafío.
Sabía que, así como había sido capaz de cargar con todo por su familia, también tenía la fuerza para vivir por sí misma. Sin decir más, se dio la media vuelta, lista para irse.
"Claro, ahora tienes un trabajo, pero dime, ¿qué pasará con tu padre? Sin Julian, ¿quién nos ayudará a probar su inocencia? ¿De verdad puedes quedarte de brazos cruzados mientras pasa veinticinco años en prisión?", la cuestionó su madre con voz temblorosa, agarrándola del brazo justo cuando se iba.
"Mamá, si Julian realmente hubiera tenido la intención de ayudarnos, ¿no crees que ya lo habría hecho?", respondió Katherine con una voz tan suave que sugería que estaba cansada hasta la médula.
Era cierto que su matrimonio con Julian no había sido motivado exclusivamente por amor. En ese momento, no tenía a nadie más, ningún otro salvavidas. Pero una vez que pronunciaron los votos, vio el disgusto en su rostro, así que decidió no pedirle ayuda, ni una sola vez. Y ahora que todo había terminado, no mencionaría el tema.
Al ver la determinación en las pupilas de su hija, Ivy retrocedió, se enjugó las lágrimas y dijo en voz baja: "Kathy, los Nash... no son personas con las que se pueda jugar. Solo no hagas ninguna tontería".
La joven se quedó junto a la cama de hospital en la que estaba su hermano, viéndolo dormir. No dijo nada más, simplemente se dio la vuelta y se marchó en silencio. Al salir, notó a un hombre parado cerca de la entrada: era el asistente de Julian.
"El señor Nash ya firmó el acuerdo de divorcio", le informó Cayson, acercándosele con su habitual calma profesional.
Katherine se quedó atónita por un segundo. Luego, sin decir nada, extendió lentamente la mano y aceptó los documentos.
......
Esa noche, Julian llegó a casa y encontró a una nueva ama de llaves esperándolo.
Katherine claramente había elegido a su reemplazo con cuidado: la empleada era experimentada, eficiente y capaz de manejar el hogar sin esfuerzo, pero él no la mantuvo por mucho tiempo: la despidió el mismo día. Creía que su esposa eventualmente regresaría y no quería acostumbrarse a nadie más.
Aun así, los días siguientes estuvo de mal humor, pues tres años de rutina no se olvidan tan fácilmente. Naturalmente, su cambio de ánimo proyectó una sombra sobre toda la empresa, y todos lo notaron.
Unos días después, Eloise apareció en su oficina. Apenas cruzó la puerta, lo encontró desquitándose con un subordinado.
"Julian, cálmate. Si sigues así, vas a terminar enfermo", comentó la recién llegada, intentando tranquilizarlo mientras entraba rápidamente.
"¿Qué haces aquí?", preguntó él, mirándola con frialdad.
"Escuché sobre tu discusión con Katherine. No me digas que realmente te estás divorciando", comentó la chica, con un brillo astuto en los ojos.
"¿Quién te dijo eso?", inquirió Julian, entrecerrando los ojos.