"No" , susurré, retrocediendo.
"No te estoy preguntando" , dijo Roy. Llamó a sus guardaespaldas. "Llévenla a la suite 1208 del Hotel Grand Miramar" .
Me arrastraron fuera del restaurante. Luché, grité, pero nadie intervino. En el hotel, me empujaron dentro de una habitación oscura. La puerta se cerró detrás de mí, dejándome en la oscuridad.
Un hombre corpulento y con olor a alcohol rancio salió del baño. Sonrió, mostrando unos dientes amarillentos.
"Así que tú eres el postre" , dijo, acercándose.
El terror me dio fuerzas. Agarré una lámpara de la mesita de noche y la estrellé contra su cabeza. Cayó al suelo, aturdido. Corrí hacia la puerta, pero estaba cerrada con llave.
Golpeé la puerta, gritando pidiendo ayuda. Justo cuando el hombre empezaba a levantarse, la puerta se abrió de golpe. Eran los guardaespaldas de Roy.
"El jefe dijo que nos aseguráramos de que no te fueras" , dijo uno de ellos, sin emoción.
"¡Llamen a la policía!" , supliqué. "¡Este hombre intentó...!" .
"No habrá policía" , me interrumpió el otro. "El señor Castillo sabía que esto pasaría. Fueron sus órdenes" .
La verdad me golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago. Roy no solo lo había permitido. Lo había planeado. Quería romperme por completo.
Me sacaron de la habitación y me dejaron en el pasillo. Me derrumbé en el suelo, sollozando, rota.
En ese momento, tomé una decisión. No volvería a mi apartamento. No volvería a mi vida en Guadalajara. Volvería a casa. A Oaxaca. Al único lugar donde alguna vez me sentí segura.
Fui directamente al aeropuerto. Con el poco dinero que tenía, compré un boleto de autobús para el próximo viaje a Oaxaca. Apagué mi teléfono.
En el pequeño baño del terminal, me miré al espejo. La mujer que me devolvía la mirada estaba pálida, con los ojos hinchados y una mancha de vino en la blusa. Pero en sus ojos había una nueva luz. Una luz de determinación.
Tiré mi viejo teléfono a la basura. Corté todos los lazos. Desaparecí.