El Precio De Confianza
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Capítulo 3

"Sofi, mi amor, por favor, entra en el coche," dijo Máximo, su voz suave y tranquilizadora. "Estás pálida. Necesitas descansar."

Intentó tomar mi brazo, pero lo aparté.

"No me toques."

Su sonrisa flaqueó por un segundo. "Vamos, no te pongas así. Sé que es un shock, pero todo tiene una explicación. La productora realmente tenía problemas, y el dinero nos ayudó a lanzar un nuevo espectáculo. Un espectáculo que tú protagonizarás, por supuesto."

Mentiras. Más mentiras.

De repente, un perro callejero, flaco y asustado, se cruzó en la calle. Máximo, que iba al volante, frenó bruscamente.

La puerta del copiloto, que Isa no había cerrado bien, se abrió de golpe y chocó con toda su fuerza contra mi pierna.

Grité, un dolor agudo y punzante me recorrió desde la rodilla hasta el tobillo. Me derrumbé en el suelo, agarrándome la pierna. La sangre empezó a manchar mis pantalones.

Pero Máximo no me miró. Ni siquiera se giró.

Sus ojos estaban fijos en el perro.

Se bajó del coche lentamente, ignorando mis gritos. Se arrodilló junto al animal y empezó a acariciarlo.

"Pobrecito," le dijo a Isa, que se había bajado a su lado. "Se parece tanto a Rocky, el perro que tenía de niño."

Yo estaba en el suelo, sangrando, con un dolor atroz, y él estaba preocupado por un perro callejero.

Valeria finalmente reaccionó y me ayudó a levantarme. Me llevaron al hospital más cercano.

En la sala de emergencias, el médico dijo que necesitaba puntos. "Serán unos 25 puntos. Le pondremos anestesia local."

Valeria, que estaba a mi lado, puso una cara de pena. "Doctor, lo siento... no tenemos dinero para la anestesia. Todo está invertido en el nuevo proyecto de mi hermano."

Miré su collar de esmeraldas. Miré su bolso de diseñador.

¿No tenían dinero? La anestesia costaba 1500 pesos. Una miseria.

El médico me miró con compasión. "Lo siento, señorita."

Soporté los 25 puntos de sutura sin anestesia. Cada pinchazo de la aguja era una tortura. El dolor era tan intenso que me desmayé.

Cuando desperté, estaba sola en la camilla. Mi pierna vendada palpitaba de dolor.

Cogí mi teléfono. Lo primero que vi fue una nueva publicación en el Instagram de Isa.

Era un video.

Máximo estaba en una boutique exclusiva para mascotas, comprándole al perro callejero un collar de diamantes.

Luego, otra foto. Valeria, en una tienda de diseño, eligiendo una cama de lujo para el mismo perro.

El pie de foto de Isa decía: "Mi Máximo tiene el corazón más grande. Bienvenido a la familia, Rocky II ❤️".

Las lágrimas que había contenido durante tanto tiempo finalmente cayeron. Rodaron por mis mejillas, calientes y amargas.

No era por el dolor físico. Era por la humillación. Por la crueldad.

Un perro callejero valía más para ellos que yo.

            
            

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