Mi Amor Ciego Me Duele
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Capítulo 2

A la mañana siguiente, Patrick buscó a Scarlett. La encontró en el jardín, hablando por teléfono con Máximo. Su risa era suave.

Cuando terminó la llamada, Patrick se acercó.

"Señora, deseo solicitar mi renuncia".

Scarlett se giró, su expresión se endureció.

"¿Renunciar? ¿A dónde crees que puedes ir, Patrick? Te encontré, te crie. Me perteneces".

"Quiero ser libre", dijo él, con la voz firme.

"¿Libre?", se burló ella. "¿Sabes lo que le pasa a los que nos abandonan? El Camino de Vidrios Rotos. Nadie ha sobrevivido con los pies intactos. No podrás volver a caminar, mucho menos a bailar tango".

"Acepto el castigo", respondió Patrick sin dudar.

Scarlett lo miró, incrédula. Él ya había calculado el momento. Pediría someterse al castigo el día de la boda de ella. En medio de la celebración, nadie notaría a un simple guardaespaldas arrastrándose hacia la libertad. Su dolor sería invisible.

En ese momento, Máximo llegó al jardín. Scarlett corrió a sus brazos, besándolo con una pasión que a Patrick le dolía ver. La ternura que ella le mostraba a Máximo era algo que él solo había soñado.

"Cariño, te ves pálido", le dijo Scarlett a Máximo.

"Es solo un pequeño resfriado", respondió él, pero sus ojos se posaron en Patrick con una fría hostilidad.

Más tarde, cuando Scarlett se fue a preparar el té, Máximo se acercó a Patrick.

"Así que tú eres el perro faldero de Scarlett".

La voz de Máximo era suave pero llena de veneno.

"He oído que eres un gran bailarín. Arrodíllate".

Patrick no se movió.

"¿No me oyes? Dije, arrodíllate".

Máximo pateó la parte trasera de las rodillas de Patrick, pero él se mantuvo firme. Máximo sonrió cruelmente, tomó un atizador de la chimenea cercana y lo metió en las brasas. Cuando estuvo al rojo vivo, lo sacó.

"Arrodíllate sobre las brasas, perro".

Patrick apretó los puños, pero la obediencia estaba grabada en él. Lentamente, se arrodilló sobre las brasas calientes. El olor a carne quemada llenó el aire. El dolor era insoportable, pero no emitió ningún sonido.

Justo entonces, Scarlett regresó.

"¡Máximo, cariño! ¿Qué está pasando?"

Máximo soltó el atizador y corrió hacia ella, fingiendo tropezar.

"¡Ay! ¡Patrick me empujó! Quería atacarme".

Scarlett miró las rodillas ensangrentadas y quemadas de Patrick, y luego la cara asustada de Máximo. No dudó.

"¡Patrick! ¡Cómo te atreves!"

Corrió al lado de Máximo, lo abrazó y lo consoló.

"No te preocupes, mi amor. Yo me encargaré de él".

Patrick se levantó lentamente, el dolor en sus rodillas era agudo. Se retiró a su pequeña habitación en el ala de servicio. No había medicinas, ni vendas. Tenía prohibido salir de la mansión sin permiso. La infección no tardó en aparecer. La fiebre lo consumía.

Esa noche, mientras yacía temblando en su cama, la puerta se abrió silenciosamente. Era Scarlett. Entró sin hacer ruido, llevaba un botiquín. En silencio, limpió sus heridas y aplicó un ungüento. Sus manos eran suaves, pero su rostro era inescrutable.

Patrick fingió estar dormido. Sintió una extraña mezcla de confusión y una diminuta chispa de esperanza. ¿Quizás ella se preocupaba, aunque fuera un poco?

Cuando terminó, Scarlett se levantó y se fue tan silenciosamente como había llegado. La esperanza murió tan rápido como nació.

            
            

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