/0/17550/coverbig.jpg?v=f72572d8c6defb8a4e5bc6fee90f947e)
Pasaron seis meses.
Mi vida dio un giro inesperado. Me ascendieron a jefe de cocina en el restaurante, un puesto que venía con un aumento de sueldo considerable. Por primera vez, sentí que podía ofrecerle a Luciana la vida que se merecía.
Una noche, mientras celebrábamos mi ascenso, Luciana me tomó de la mano, sus ojos brillando de una manera que no había visto en mucho tiempo.
"Max, tengo que decirte algo", dijo, su voz temblorosa de emoción. "Estoy embarazada."
La alegría me inundó como una ola, borrando todos los malos recuerdos. La levanté en brazos, dándole vueltas en medio de la sala mientras reíamos. Íbamos a ser padres. Mi sueño se estaba haciendo realidad.
Pero la felicidad duró poco.
A las pocas semanas, el comportamiento de Luciana cambió. Se volvió distante, irritable. Se mudó a la habitación de invitados, alegando que mis ronquidos la despertaban y que necesitaba descansar por el bebé.
Lo más extraño era que cerraba la puerta con llave por la noche.
Intenté hablar con ella, pero siempre tenía una excusa: el trabajo, las hormonas, el cansancio.
Un día, ella se fue a un "viaje de trabajo" de tres días. La casa se sentía vacía y silenciosa. Mientras limpiaba la habitación de invitados, algo debajo de la cama llamó mi atención.
Era un encendedor de puros, uno muy caro, de plata, con unas iniciales grabadas: I.C.
No eran mis iniciales. No fumaba puros.
Una sensación de inquietud se apoderó de mí. ¿De quién era? ¿Por qué estaba escondido debajo de su cama?
El fin de semana, fui a visitar a mi mejor amigo, Iván Chavez. Éramos como hermanos, crecimos en el mismo barrio, compartiendo sueños y secretos. Él era un músico con mucho talento pero poca suerte, y yo siempre intentaba ayudarlo.
Su apartamento era pequeño y modesto. Mientras me servía una cerveza, vi algo en su desordenado escritorio.
Era una caja de regalo vacía. La caja de un encendedor de lujo, idéntica a la marca del que había encontrado.
Mi sangre se heló.
"Bonita caja", dije, intentando sonar casual. "¿Un regalo?"
Iván se encogió de hombros, sonriendo con su carisma habitual. "Ah, eso. Un pequeño capricho que me di. Un hombre tiene que tener sus lujos, ¿no crees?"
No podía ser. Era imposible. Iván era mi mejor amigo. Conocía a Luciana desde que éramos novios. Él no me haría algo así.
Pero la duda ya estaba plantada, una semilla venenosa que comenzó a crecer en mi mente.