Deslicé el dedo por la pantalla, repasando las últimas semanas de nuestra conversación.
"Mateo, la nueva barrica llegó hoy. ¡Huele a gloria!"
"Abuelo te manda saludos."
"Soñé que volvíamos a la costa, ¿te acuerdas de ese viaje?"
"Te amo."
Mis mensajes, pequeñas ventanas a mi vida, a mi amor por él. Su única respuesta, de hacía tres días:
"Ok."
La frustración se mezcló con una resignación amarga. ¿Cuándo me había acostumbrado a esto?
Recordé la primera vez que sentí que algo andaba mal. Una "reunión de negocios" que se extendió hasta el amanecer.
Lo esperé despierta, con el corazón encogido de ansiedad. Cuando finalmente llegó, oliendo a perfume caro y a excusas, y le pregunté dónde había estado, su reacción fue furia.
"¿Qué te pasa, Sofía? ¿Ahora me controlas? No tienes idea de la presión que manejo. ¡Mi mundo no es tu tranquila bodeguita!"
Sus palabras me dolieron, pero me las tragué. Me convencí de que tenía razón, de que yo era la provinciana que no entendía su vida sofisticada en la gran corporación.
Empezó a criticar mi vida, mi pasión.
"Deberías aspirar a más, Sofi. Mendoza es linda, pero es pequeña. En Buenos Aires está el verdadero mundo."
"¿Todavía te ensucias las manos con la tierra? Deberías contratar más gente para eso."
Cada comentario era una pequeña grieta en nuestra base. Cuando intentaba hablar de la distancia que sentía crecer entre nosotros, de mis miedos, él me acusaba de ser dramática.
"Estás creando problemas donde no los hay."
"¿No puedes simplemente estar feliz? Siempre tienes que analizar todo."
Me sentía sola, incluso a su lado.
Me levanté del sofá y caminé hacia la estantería. Allí estaba la cajita de olivo. La tomé en mis manos, su superficie lisa y cálida. La abrí. El papelito seguía dentro. "Mi futuro todo".
Un nudo se formó en mi garganta. Por un instante, me permití recordar al chico que escribió esas palabras. El chico que me amaba. Me aferré a ese recuerdo, un intento desesperado de negar la evidencia en mi teléfono.
Quizás era un malentendido. Quizás había una explicación.
El sonido de la llave en la cerradura me sacó de mi trance.
La puerta se abrió.
Mateo estaba en casa.
La tensión llenó la habitación al instante. La confrontación era inevitable.