El Paradero de Un Fantasma
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Capítulo 2

Justo cuando Ricardo levantaba el pie para volver a golpear a mi madre, la puerta se abrió de nuevo.

Mi hermano, Javier, entró como una tromba. Su rostro estaba demacrado, pero sus ojos ardían con una furia protectora. Al ver a mamá en el suelo, llorando de dolor, se lanzó hacia adelante.

"¡Suéltala, hijo de puta!"

Javier empujó a Ricardo con toda su fuerza, interponiéndose entre él y nuestra madre. Su brazo izquierdo colgaba inerte a su costado, la manga de su camisa vacía se balanceaba tristemente. Un recuerdo permanente de la crueldad de Ricardo.

Ricardo apenas se tambaleó, recompuso su traje y miró a Javier con desdén.

"Vaya, vaya. Miren quién llegó. El perro guardián. Justo a tiempo para unirte a la fiesta."

"¿Qué le hiciste a mi madre? ¡Lárgate de mi casa ahora mismo!" Javier lo encaró, su cuerpo temblando de ira.

Ricardo soltó otra de sus risas frías y crueles.

"¿Tu casa? Esta pocilga... Me voy cuando encuentre a tu hermana. Dejó plantada a Daniela, y eso no se lo voy a perdonar. Díganme dónde se esconde y tal vez me olvide de que me rompiste la nariz hace tres años."

Javier apretó la mandíbula. "Sofía está muerta. ¿No lo entiendes? ¡Tú la mataste!"

"Mentiras," escupió Ricardo, su rostro una máscara de incredulidad. "Siempre la misma táctica. La víctima, el drama. Creen que no sé que me envió un acuerdo de ruptura firmado solo para llamar mi atención. Patético."

"No fue para llamar tu atención," dijo Javier con voz rota. "Fue porque te comprometiste con tu hermana medio mes después de que Sofía casi muere por donarle un riñón. La dejaste pudrirse sola en ese centro de recuperación."

Ricardo se encogió de hombros. "Daniela me necesitaba. Sofía debería haber entendido su lugar. Ahora, dejen de mentir. Tengo el certificado de defunción aquí," dijo, aunque no mostró nada. "Sé que es falso. Díganme dónde está."

Javier, desesperado, buscó en un cajón y sacó un papel amarillento. El verdadero certificado de defunción.

"Aquí está. Míralo. ¡Míralo y lárgate!"

Ricardo ni siquiera lo miró. Su arrogancia era un muro impenetrable.

"No voy a caer en sus trucos baratos."

Viendo que la razón no funcionaba, viendo a nuestra madre temblando en el suelo, Javier hizo lo impensable. Su rostro se descompuso en una mueca de absoluta desesperación y se arrodilló.

El golpe sordo de sus rodillas contra la madera me partió el alma.

"Señor Ricardo, por favor," suplicó, las palabras saliendo con dificultad, cargadas de humillación. "Se lo ruego. Déjenos en paz. Sofía de verdad murió. Murió sola, en ese lugar... su cuerpo no resistió después de la cirugía."

Recordó en voz alta, como si el dolor de las palabras pudiera convencerlo.

"Hace tres años, usted me rompió el brazo porque intenté impedir que se la llevaran. Me dijo que si volvía a interponerme, me rompería el otro. Por favor... ya no nos queda nada. Déjenos llorar a mi hermana en paz."

La imagen de mi hermano, mi valiente y protector Javier, arrodillado ante el monstruo que nos había destruido, fue demasiado. Un sollozo mudo se escapó de mi pecho etéreo. Quería cubrirle los oídos a mi madre para que no escuchara la rendición en la voz de su hijo.

Pero a Ricardo no le conmovió la súplica. La humillación de Javier pareció avivar su crueldad.

Con una sonrisa torcida, levantó su brillante zapato y lo estrelló contra el hombro de Javier, derribándolo.

"No me interesa tu estúpida historia. Levántate y dime dónde está Sofía."

Javier cayó de lado, su rostro golpeando el suelo. Un hilo de sangre comenzó a brotar de su labio partido.

Ricardo se inclinó sobre él, su voz un susurro venenoso.

"¿Recuerdas cómo gritabas cuando te rompí el brazo? Puedo hacer que grites de nuevo. Solo dime dónde está."

El miedo y el odio se mezclaron en los ojos de Javier mientras miraba al hombre que se cernía sobre él, un demonio vestido de seda que había venido a reclamar un alma que ya no existía.

            
            

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