Me Abandona Cuando tenga Segunda Oportunidad
img img Me Abandona Cuando tenga Segunda Oportunidad img Capítulo 1
2
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 1

Renací a los dieciocho años, en un sofocante verano de los noventa en la Ciudad de México. El aire olía a asfalto caliente y al humo de los camiones que pasaban por la avenida. Mi mente, sin embargo, era la de una ingeniera de software de treinta y tantos años, llena de códigos, algoritmos y el amargo recuerdo de una vida que se apagó en una fría cama de hospital.

Lo más increíble no fue solo mi regreso, sino descubrir que no estaba sola. Ricardo, mi prometido de toda la vida, el hombre por el que había sacrificado todo, también había renacido.

Al principio, mi corazón se llenó de una esperanza ingenua. Pensé que el destino nos había dado una segunda oportunidad, una forma de corregir los errores del pasado y vivir el amor que la enfermedad nos arrebató. Pero esa esperanza se hizo añicos de la forma más brutal y pública posible.

Hoy era el día. Ricardo volvía de la universidad. El hijo del obrero de la fábrica, el que en nuestra vida pasada apenas terminó la preparatoria, ahora era el primer universitario de toda la colonia, un orgullo para todos.

Mi madre me miró mientras yo no dejaba de ver el reloj en la pared de la cocina.

"Sofía, deja de dar vueltas que me mareas. Ya llegará."

"Lo sé, mamá. Es que... es un día importante."

Mi madre suspiró, secándose las manos en el delantal.

"Para ti, todos los días que tienen que ver con Ricardo son importantes."

No pude evitar sonreír. En nuestra vida anterior, mi madre siempre tuvo sus reservas sobre él. Lo veía como un hombre que se aprovechaba de mi bondad. Pero yo estaba ciega. Para mí, Ricardo era perfecto.

Recuerdo cómo todos en el trabajo lo elogiaban. "Sofía, qué suerte tienes" , me decían mis compañeras. "Ricardo es tan atento, tan trabajador, siempre pensando en ti." Y yo me lo creía. Creía que sus sacrificios, como trabajar horas extra, eran para nuestro futuro.

La memoria más vívida que traje conmigo de esa otra vida fue la de mis últimos momentos. Estaba conectada a máquinas, el cáncer me había consumido. Ricardo sostenía mi mano, sus ojos llenos de lágrimas.

"Sofía, espérame" , me susurró. "No importa a dónde vayas, te encontraré. En la próxima vida, te buscaré y haré todo bien. Te lo juro."

Esa promesa fue el ancla de mi nueva existencia. Por eso, cuando lo vi en esta vida, a los pocos días de mi propio renacimiento, supe que era él. Tenía la misma mirada, el mismo lunar junto al ojo. Y sus acciones lo confirmaron.

El Ricardo de mi vida pasada era un conformista, pero este nuevo Ricardo era ambicioso. Estudió día y noche, sacó las mejores calificaciones y consiguió una beca para la UNAM. Todo era diferente, todo era mejor. Y yo sabía por qué. Él, al igual que yo, recordaba el futuro. Recordaba la tecnología, las oportunidades, el internet que estaba a punto de explotar.

Estaba segura de que lo hacía por nosotros. Para darnos la vida que nunca tuvimos.

La espera se hacía eterna. Me asomaba por la ventana cada cinco minutos. Quería que su regreso fuera como en nuestra vida anterior, cuando volvió de un viaje de trabajo y me propuso matrimonio en la sala de nuestra pequeña casa, solo nosotros dos. Un momento íntimo, nuestro.

De repente, la calle se llenó de ruido. Un coche lujoso, que no pertenecía a nuestro barrio, se detuvo frente a la fábrica de textiles de al lado. La gente empezó a salir de sus casas, a arremolinarse.

"¡Ya llegó Ricardo!" gritó alguien.

Mi corazón dio un vuelco. Salí corriendo de la casa, con mi madre pisándome los talones.

Ricardo bajó del coche. Se veía diferente. Más alto, más seguro. Llevaba un traje caro y un reloj que brillaba bajo el sol. La multitud lo aclamaba, los padres de la colonia lo felicitaban. Era el héroe local.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Era él. Mi Ricardo. Se veía tan guapo, tan exitoso. Me abrí paso entre la gente, con una sonrisa tonta en la cara, esperando que sus ojos se encontraran con los míos. Estaba segura de que en cuanto me viera, vendría hacia mí.

Se acercó. Mi corazón latía desbocado. Preparé mi mejor sonrisa.

Pero pasó de largo.

Ni siquiera me miró.

Se detuvo justo frente a María, la hija del dueño de la fábrica, la chica más popular, la que todos llamaban la "Reina de Belleza" .

Y entonces, frente a todos, Ricardo se arrodilló. Sacó una pequeña caja de terciopelo de su bolsillo y la abrió, revelando un anillo de diamantes que deslumbró a toda la calle.

"María" , dijo con una voz fuerte y clara que todos escucharon. "¿Quieres casarte conmigo?"

El mundo se detuvo. El ruido de la multitud se convirtió en un zumbido sordo en mis oídos. Vi a María cubrirse la boca, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad. Vi a la gente aplaudir y gritar de emoción.

Y lo vi a él, a Ricardo, mirando a María con una devoción que yo creí que me pertenecía.

En ese instante, entendí. Su ambición, su éxito, su nueva vida... no eran para mí. Nunca lo fueron. Siempre fueron para ella.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022