Me Abandona Cuando tenga Segunda Oportunidad
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Capítulo 3

Una tarde, saliendo del comedor de la fábrica, sentí un golpe y un líquido frío empapando mi blusa.

"¡Ay, perdón! ¡Qué torpe soy!"

Era María. Sostenía un vaso de refresco vacío, con una expresión de genuina mortificación en su rostro. La mancha oscura y pegajosa se extendía por mi ropa.

"No te preocupes" , dije, aunque la incomodidad de la situación era palpable.

"No, no, de verdad, lo siento mucho. Mira cómo te dejé. Ven, ven conmigo."

Antes de que pudiera negarme, me tomó del brazo y me llevó a los vestidores de su área, una zona a la que las empleadas de oficina rara vez entrábamos. Abrió su casillero y sacó una blusa limpia y doblada.

"Toma, por favor. Póntela. Es nueva, ni siquiera la he usado. No puedo dejar que te vayas así."

Dudé un segundo, pero la mancha en mi blusa era enorme y no tenía otra opción. Me cambié rápidamente mientras ella esperaba afuera. La blusa me quedaba un poco grande, pero estaba limpia.

"Muchas gracias" , le dije al salir.

"No hay de qué. La culpa fue mía." Me sonrió, una sonrisa tan radiante como la que le había dado a Ricardo.

Me despedí y caminé hacia la salida, sintiéndome extraña con la ropa de otra persona. Justo cuando estaba por cruzar la puerta principal, una voz me detuvo en seco.

"Sofía."

Era Ricardo. Era la primera vez que me dirigía la palabra desde su regreso. Mi corazón, traidor, dio un pequeño salto. Me di la vuelta lentamente, arreglándome instintivamente el cabello, un gesto estúpido y automático.

Él me miró de arriba abajo, y su expresión se endureció. Sus ojos se clavaron en la blusa que llevaba puesta.

"¿Qué haces con la ropa de María?" preguntó, su tono no era de curiosidad, sino de acusación.

"Ella me la prestó. Tuve un accidente con un refresco."

Ricardo soltó una risa seca, sin humor.

"Un accidente. Claro. ¿O es que no soportas verla feliz y tienes que encontrar la manera de fastidiarla?"

Me quedé sin palabras. La injusticia de su acusación me dejó sin aliento.

"No sé de qué hablas."

"¡No te hagas la tonta!" Se acercó un paso, su voz bajó a un siseo venenoso. "Te conozco, Sofía. Conozco tu carácter. Siempre has sido así, celosa y manipuladora. No puedes soportar que yo esté con alguien como María."

Cada palabra era un golpe. ¿Así me veía él? ¿Así me había visto siempre? La imagen que yo tenía de mí misma, la de una mujer leal y enamorada, se desmoronó. A sus ojos, yo era la villana.

"Eso no es verdad" , susurré, mi voz temblando de ira y dolor.

Justo en ese momento, María apareció, corriendo hacia nosotros.

"¡Ricardo, amor! Te estaba buscando. Ah, Sofía, qué bien te queda la blusa."

Ricardo se giró hacia ella y su rostro se transformó. La dureza se desvaneció, reemplazada por una sonrisa cariñosa.

"Hola, mi vida. Justo le preguntaba a Sofía por tu blusa."

"¡Ah, sí! Fui una tonta y le tiré mi refresco encima. Menos mal que tenía esta de repuesto."

La mirada de Ricardo pasó de María a mí. Había una fracción de segundo de sorpresa, seguida de una vergüenza mal disimulada. Se aclaró la garganta.

"Ah, bueno. Ya veo. No hay problema entonces." Soltó una risita forzada. "No me importa que le prestes tus cosas, mi amor. Eres demasiado buena."

La escena era tan ridícula, tan patética, que sentí una oleada de náuseas. La facilidad con la que me condenó, la rapidez con la que cambió de parecer solo por la palabra de ella. Para él, yo era culpable hasta que se demostrara lo contrario, mientras que María era la encarnación de la inocencia.

No dije nada más. No valía la pena. La tristeza en mi pecho era inmensa, un vacío frío y desolador. Él no solo no me amaba, sino que me despreciaba.

Me di la vuelta y me alejé, escuchando sus risas y sus murmullos amorosos a mis espaldas. No miré atrás. Sabía que si lo hacía, me rompería de nuevo.

Esa noche, no lloré. El dolor se había convertido en una roca dura en mi interior.

Unas semanas después, Ricardo y María anunciaron oficialmente su compromiso en una fiesta para los directivos de la fábrica. Las fotos circularon por todas partes: ellos dos sonriendo, el anillo brillando, la promesa de un futuro perfecto.

La gente hablaba de ello, pero yo ya no escuchaba. El ruido externo se había vuelto irrelevante.

En mi habitación, saqué mis viejos libros de la universidad de la otra vida, los desempolvé y comencé a estudiar. Tenía un plan. En mi vida anterior, había abandonado mi sueño de crear mi propia empresa de software para apoyar la carrera de Ricardo, para cuidar de su padre enfermo, para ser la "buena esposa".

Ya no.

Esta vida era mía. Iba a construir mi imperio, no por venganza, sino por mí. Para demostrarme a mí misma, y al universo, que Sofía no necesitaba a Ricardo para ser alguien.

Iba a recuperar todo lo que había perdido, empezando por mi propio futuro.

            
            

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