"¡Bueno, una menos! ¡Noventa y nueve por delante!", exclamó con una alegría forzada, "¡Pero para hacerlo más divertido, por qué no dejamos que nuestros invitados participen! ¡Cualquiera que elija una hierba que Sofía identifique erróneamente, recibirá una caja de mi mejor tequila!".
La oferta de alcohol rompió la tensión para algunos, y una oleada de murmullos codiciosos recorrió a un grupo de hombres de negocios cerca del escenario, el juego se había vuelto más cruel, ahora no solo era mi humillación, sino un deporte para ellos.
Fue entonces cuando Camila se deslizó hacia el centro, su vestido de seda brillando bajo las luces, su rostro era una máscara de dulce inocencia.
"Oh, Sofía, cariño", dijo, su voz goteaba una falsa compasión que me revolvía el estómago, "no te pongas así, es solo un juego, míralo por el lado bueno, si de verdad tienes un don, esta es tu oportunidad para demostrarlo a todo el mundo".
Se volvió hacia los invitados, abriendo los brazos como si fuera una santa.
"Todos sabemos lo mucho que Sofía quiere a mi hermano, ella solo hizo lo que creía correcto, quizás sus métodos son... extraños para nosotros, pero su corazón es bueno, estoy segura".
Un murmullo de aprobación recorrió a la multitud, cayeron en su trampa tan fácilmente, la vieron como la pacificadora, la voz de la razón, mientras yo era la histérica, la extraña.
"¡Qué mujer tan noble!", escuché decir a una señora enjoyada.
"Siempre tan diplomática, esa Camila", comentó otro.
La rabia, caliente y pura, finalmente estalló dentro de mí, ahogando el dolor y el miedo.
"¡Tú!", grité, señalando a Camila con un dedo tembloroso, "¡Deja de fingir, bruja mentirosa! ¡Fuiste tú! ¡Tú le envenenaste la mente a Alejandro!".
Me abalancé sobre ella, queriendo arrancar esa máscara de falsa bondad de su rostro, pero Alejandro se interpuso, empujándome hacia atrás con tanta fuerza que casi caigo.
"¡No te atrevas a tocar a mi hermana!", rugió, su rostro rojo de ira.
Camila se encogió detrás de él, fingiendo estar aterrorizada, una lágrima falsa rodando por su mejilla perfectamente maquillada.
"Está bien, Alejandro", susurró ella, lo suficientemente alto para que todos la oyeran, "está alterada, no sabe lo que dice, la perdono".
Su magnanimidad era más insultante que cualquier golpe.
"Elige otra", me ordenó Alejandro, su voz era hielo puro, "ahora".
La multitud me miraba, sus ojos eran un muro de juicio, me sentía como un animal en una jaula, rodeada de depredadores.
Con el corazón hecho pedazos, volví a la mesa, las lágrimas cegándome, traté de buscar esa conexión de nuevo, pero el dolor era una estática que interfería con todo, solo había frío.
Mi mano se movió al azar, sin sentir nada, sin esperanza.
Agarré una maceta.
"Esta", dije, mi voz muerta.
La multitud se inclinó hacia adelante, conteniendo la respiración.
"¿Estás segura?", se burló un socio de Alejandro, ya saboreando su tequila.
Asentí, sin fuerzas para hablar.
Alejandro hizo otra seña al guardia.
Esta vez, el hombre no la arrojó al fuego, la colocó en el suelo y, con un movimiento brutal, la pisó con su pesada bota.
El barro se rompió, la tierra se derramó.
Y lo que quedó expuesto en el suelo hizo que varias personas gritaran.
Entre las raíces destrozadas y la tierra húmeda, había algo pequeño, del tamaño de una nuez, de un color rojizo y carnoso.
Y por un segundo, antes de que la bota del guardia lo aplastara por completo, todos vimos cómo pulsaba.
Como un pequeño y diminuto corazón.