La Curandera Humillada, Venganza
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Capítulo 4

Un grito ahogado recorrió a la multitud, esta vez no era de burla, sino de genuino horror, la mujer enjoyada que antes había elogiado a Camila se llevó una mano a la boca, sus ojos desorbitados fijos en la mancha oscura en el suelo.

La atmósfera festiva se había evaporado por completo, reemplazada por un silencio espeso y macabro.

El socio de Alejandro que se había burlado de mí retrocedió un paso, su rostro pálido, el deseo por el tequila olvidado.

"¿Qué... qué demonios fue eso?", murmuró alguien en la parte de atrás.

Camila, viendo que la situación se le escapaba de las manos, actuó rápidamente, se acercó a un hombre regordete y sudoroso que era conocido por ser su cómplice en negocios turbios.

Le susurró algo al oído.

El hombre asintió y luego gritó, su voz temblorosa pero fuerte: "¡Es un truco! ¡Un engaño!".

Se abrió paso entre la gente, señalándome.

"¡Yo la vi! ¡La vi antes de la fiesta, escondiendo cosas raras en las macetas!", mintió descaradamente, "¡Intentaba engañar a Alejandro para quedarse con su fortuna! ¡Quizás incluso intentó envenenarlo y por eso fingió curarlo!".

Las palabras eran tan absurdas, tan viles, que por un momento no pude procesarlas.

Miré a Alejandro, esperando, rezando para que viera a través de la mentira, que recordara la verdad.

Pero él no me miró a mí, miró a Camila.

Ella le dirigió una mirada cargada de significado, una mezcla de "te lo dije" y "pobre de ti, tan engañado".

Y él le creyó.

Vi la duda en sus ojos ser reemplazada por una certeza fría y furiosa, asintió lentamente, una aprobación silenciosa a la calumnia de su cómplice.

Todo mi cuerpo se enfrió.

La traición final.

La fuerza abandonó mis piernas y me derrumbé sobre mis rodillas, el mundo se balanceaba a mi alrededor, sentía náuseas, un dolor sordo se extendió por mi pecho, haciendo difícil respirar.

Mi sacrificio.

Mi amor.

Mi vida.

Todo había sido reducido a un "truco" para robarle.

Camila se acercó a mí, su sonrisa ahora era abiertamente triunfante, en su mano sostenía algo, la pequeña manta de lana que yo misma había tejido para cubrir a Alejandro durante las noches frías cuando la fiebre lo consumía.

La arrojó a mis pies, en el polvo.

"Pobre Sofía", dijo, su voz resonando en el silencio mortal, "tan desesperada por ser alguien, por tener algo, ¿verdad que sí?".

Me miró fijamente, sus ojos eran dos chips de hielo.

"Dilo", ordenó en voz baja, para que solo yo la oyera, "admite que eres una fraude, admítelo y Alejandro te dejará ir, si no, él mismo te entregará a la policía por intento de asesinato, ¿quieres pasar el resto de tu vida en la cárcel?".

La amenaza me golpeó como un puñetazo en el estómago.

Miré a Alejandro, su rostro era una máscara de odio.

Miré a la multitud, sus caras eran una mezcla de miedo, asco y condena.

Estaba sola.

Completamente sola.

Levanté la vista hacia Camila, las lágrimas corrían silenciosamente por mis mejillas.

"Yo...", mi voz se rompió, "yo... soy una fraude".

Las palabras sabían a ceniza en mi boca.

Cada sílaba era una cuchillada a mi espíritu, a la memoria de mis ancestros.

Tan pronto como las palabras salieron de mi boca, el hechizo de horror que mantenía a la multitud en silencio se rompió.

"¡Lo sabía!", gritó el cómplice de Camila.

"¡Desvergonzada!", exclamó la mujer de las joyas.

"¡A la cárcel con ella!", gritó otro.

El ruido se convirtió en un rugido, una ola de odio dirigida directamente a mí, me encogí en el suelo, cubriéndome la cabeza con los brazos, deseando que la tierra se abriera y me tragara.

                         

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