La Traición del Corazón Roto
img img La Traición del Corazón Roto img Capítulo 4
5
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

Sofía se puso de pie, su rostro endureciéndose. La falsa tristeza se evaporó, reemplazada por la impaciencia que le había visto en la fiesta.

"No sé qué bicho te picó, Ricardo, pero no es momento para tus dramas. Nuestro hijo acaba de morir, ¿y así es como actúas? ¿Rechazándome?".

Su intento de culparme, de voltear la situación, era tan predecible que casi me hizo reír. Una risa amarga y sin alegría.

"Estoy cansado, Sofía", dije, mi voz apenas un susurro. "Estoy cansado de todo".

No tenía la energía para confrontarla con la verdad que había escuchado. No todavía. Revelar mi conocimiento sería desperdiciar mi única arma. Por ahora, solo quería que se fuera, que dejara de contaminar el aire que respiraba.

"No quiero hablar. No quiero que me toques. Solo quiero estar solo", le dije, dándole la espalda y caminando hacia nuestra habitación.

La escuché bufar detrás de mí.

"Bien. Como quieras. Quédate revolcándote en tu miseria. Cuando decidas actuar como un adulto, avísame. Tenemos un funeral que planear".

Escuché sus pasos furiosos alejándose, luego el portazo de la puerta principal.

Se había ido.

Un silencio bendito llenó la casa. Por primera vez en horas, sentí que podía respirar. Me dejé caer en la cama, el colchón hundiéndose bajo mi peso. La ausencia de su presencia fue un alivio tan profundo que me sentí culpable. Mi hijo estaba muerto, y yo me sentía aliviado. Era una emoción retorcida, pero era real. El alivio de no tener que seguir fingiendo, de no tener que soportar su presencia hipócrita un segundo más.

Cerré los ojos, pero la paz duró poco. La casa estaba llena de Miguel. Su olor, sus cosas, sus sueños. Me levanté y caminé hacia su habitación, un santuario que ahora se sentía como una herida abierta.

Todo estaba como lo había dejado esa mañana. Su cama sin hacer, sus libros de texto apilados en el escritorio, un cómic a medio leer en la mesita de noche. Mi mirada se posó en un par de tenis nuevos, todavía en su caja, en un rincón. Eran de una marca cara, una que sabía que no podíamos permitirnos.

Sofía entró de nuevo en la casa, esta vez sin hacer ruido. No la escuché hasta que estuvo en el umbral de la habitación de Miguel.

"Tenemos que empezar a sacar sus cosas", dijo con una frialdad práctica que me heló la sangre. "No tiene caso guardar todo esto".

Señaló la caja de tenis.

"Mira eso, por ejemplo. ¿En qué estaba pensando? Gastando el poco dinero que teníamos en lujos inútiles. Siempre fue tan irresponsable con el dinero, igual que tú".

La miré, incrédulo.

"¿Tú crees que Miguel se compró esos tenis?", pregunté, mi voz temblando de una ira contenida.

"¿Pues quién más?", respondió ella con desdén. "Yo no fui. Siempre le dije que ahorrara, que no malgastara".

Me agaché y abrí la caja. Dentro, junto a los tenis, había una pequeña nota escrita con mi torpe letra.

"Para el mejor hijo del mundo. Para que corras hacia tus sueños sin que te duelan los pies. Con amor, Papá".

Se los había comprado yo, en secreto, pagándolos en cuotas durante meses. Era su regalo de cumpleaños adelantado. Miguel ni siquiera sabía que los tenía.

Sostuve la nota para que ella la viera.

Su rostro palideció. Miró la nota, luego a mí, y por primera vez, vi un destello de genuina confusión en sus ojos. No entendía. No podía entenderlo, porque nunca había estado realmente allí. Nunca había prestado atención. Para ella, Miguel era solo una parte del decorado de su vida, una fuente de ingresos extra, un peón en su juego con Mateo.

No dije nada. Solo la miré, dejando que el peso de su ignorancia, de su desconexión total con la vida y los sueños de su propio hijo, la aplastara.

                         

COPYRIGHT(©) 2022