La cruel obsesión del multimillonario
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7
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Capítulo 7

-¡Oh, no! -gritó Karla, llevándose la mano al cuello-. ¡Mi relicario! ¡Desapareció!

Ricardo pareció molesto.

-Es una porquería, Karla. Te compraré cien más.

-¡Pero fue un regalo de mi abuela! -se lamentó, las lágrimas brotando de nuevo en sus ojos-. ¡Es lo único que me queda de ella!

Alina sabía a ciencia cierta que la abuela de Karla estaba viva y coleando en Florida. El relicario era una baratija barata que Ricardo le había comprado en un puesto callejero unas semanas atrás.

-Debió haberse caído cuando caí en la piscina -dijo Karla, mirando significativamente a Alina-. Por favor, Ricardo, tenemos que encontrarlo.

Ricardo suspiró, su paciencia agotándose. Se volvió hacia uno de los empleados del club.

-Vacíen la piscina. Encuentren el relicario.

-Señor, eso llevará horas -dijo el empleado.

La mirada de Ricardo se posó en Alina. Una sonrisa lenta y cruel se extendió por su rostro.

-Hay una forma más rápida.

Miró a Alina, sus ojos brillando.

-Tú. Métete en la piscina y encuéntralo.

Un murmullo recorrió a la multitud restante. Era finales de octubre. El aire de la noche era frío, y el agua de la piscina sin calefacción estaría helada. Alina ya estaba pálida y débil, su simple suéter ofrecía poca protección.

-Encuentra el relicario -dijo Ricardo, su voz sin dejar lugar a discusión-, y estaremos a mano por esta noche. No castigaré más a David.

La amenaza era clara. La seguridad de su hermano a cambio de su humillación.

Alina lo miró, sus ojos vacíos. Sabía lo que pasaría si se negaba. Sabía los sonidos que oiría por teléfono.

-No me siento bien -intentó una última vez, su voz apenas un susurro.

Ricardo se acercó.

-Karla está fría y mojada por tu culpa. Tú eres la que está vestida para nadar. Es lo justo.

Karla hizo un show de protesta.

-Oh, Ricardo, no, no puedes pedirle que haga eso. Se enfermará.

-Es más dura de lo que parece -dijo Ricardo, sus ojos nunca apartándose de los de Alina.

Karla sonrió, un destello de pura victoria.

Alina cerró los ojos. Respiró hondo, y cuando los abrió de nuevo, no quedaba nada dentro. Ni miedo, ni ira, ni amor. Solo un vasto y frío vacío.

Caminó hasta el borde de la piscina y, sin un momento de vacilación, se deslizó en el agua.

El frío fue un shock, un asalto brutal y físico. Le robó el aliento y hizo que sus músculos se agarrotaran. Pero lo superó. Sumergió la cabeza, sus ojos ardiendo por el cloro, y comenzó a buscar en el fondo de la piscina un relicario que sabía que no estaba allí.

Salió a tomar aire, jadeando, su cuerpo temblando incontrolablemente. Vio a Ricardo de pie en el borde, observándola, con los brazos cruzados sobre el pecho. Algunos de los espectadores susurraban, sus rostros una mezcla de lástima y curiosidad morbosa.

-Quizás esté junto al filtro -sugirió una mujer, su voz llena de simpatía.

Ricardo no se movió. Solo la observaba sufrir.

Después de lo que pareció una eternidad, finalmente pareció aburrirse del juego. Le arrojó una toalla a los pies.

-Sal -dijo, su voz plana-. Probablemente no esté ahí de todos modos.

Se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás, con Karla aferrada a su brazo como un trofeo.

La multitud se dispersó, dejando a Alina sola en el agua helada, temblando y rota. Se miró las manos, azules y entumecidas por el frío, y supo que este era el final. No solo había roto su espíritu. Había matado hasta el último ápice de amor que sentía por él.

            
            

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