De Heredera a Desesperada
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Capítulo 3

El rostro de Ximena se contrajo de rabia. Las palabras de Sofía habían dado en el blanco.

-¡Zorra! -chilló Ximena, su compostura cuidadosamente construida desmoronándose-. ¡Te crees mucho mejor que yo!

Sofía vio la locura en los ojos de Ximena y decidió alejarse. La confrontación no tenía sentido.

Pero Ximena no había terminado. Se abalanzó, sus manos arañando el rostro de Sofía.

Sofía la esquivó fácilmente. Ximena, impulsada por su propio ímpetu, tropezó hacia adelante, su tacón de aguja enganchándose en el dobladillo de su vestido. Soltó un grito de sorpresa al tropezar y caer con fuerza sobre el suelo de piedra.

El estruendo resonó desde el balcón y, de repente, todos los ojos estaban sobre ellas.

Damián apareció en un instante. Pasó corriendo junto a Sofía sin mirarla y se arrodilló junto a Ximena, recogiéndola en sus brazos.

-¡Ximena! ¿Estás herida? -preguntó, su voz densa de pánico y preocupación.

Ximena rompió a llorar, una actuación magistral de inocencia agraviada.

-¡Me empujó, Damián! ¡Me llamó parásito y luego me empujó!

La cabeza de Damián se levantó de golpe, sus ojos fijos en Sofía con una furia gélida.

-Tráiganla aquí -le ladró a uno de sus guardias de seguridad.

El guardia escoltó a Sofía de vuelta al salón de baile, donde ahora era el centro de un círculo silencioso y juzgador.

-¿Qué te pasa? -gruñó Damián, su rostro sombrío-. ¿No puedes dejarla en paz por una noche? ¿Tienes que ser tan mezquina, tan celosa?

La multitud murmuró, sus miradas cambiando de la lástima al desprecio. Creyeron la mentira.

Sofía mantuvo la cabeza en alto, su voz firme.

-No la empujé. Ella me atacó y se cayó.

-Me insultó, Damián. Me llamó de todo -declaró Sofía, manteniendo un tono uniforme.

-Luego intentó golpearme -continuó Sofía-, y se tropezó con sus propios pies.

Ximena sollozó más fuerte en los brazos de Damián.

-Yo no... no intenté golpearla. Debió haberme puesto el pie -susurró, torciendo la verdad con facilidad practicada-. Damián, por favor, no te enojes con ella. Estoy segura de que no fue su intención.

Su falsa súplica de misericordia solo solidificó la convicción de Damián. Vio a Sofía como la agresora, la prometida celosa que arremetía.

-Discúlpate con ella -ordenó Damián, su voz baja y peligrosa-. Ahora mismo. O te juro, Sofía, que te haré arrepentirte.

La exigencia era tan absurda, tan completamente desconectada de la realidad, que Sofía casi se rio. ¿Disculparse? ¿Con la mujer que había orquestado su golpiza?

-No -dijo, su voz resonando con finalidad-. No me disculparé por algo que no hice.

El rostro de Damián se endureció en una máscara de pura rabia.

-Bien -siseó. La agarró del brazo y la arrastró de vuelta hacia el balcón, empujándola hacia el borde-. Tienes dos opciones. Te disculpas, o haré que mis hombres te arrojen.

El aire nocturno era frío contra su piel. Abajo, las calles de la ciudad eran una caída vertiginosa. Una ola de miedo la invadió.

-Damián, no puedes estar hablando en serio -susurró, su voz temblando-. Hizo que me golpearan en nuestra propia casa y no hiciste nada. ¿Y ahora, por esto, me matarías?

Su comparación, el crudo contraste entre su reacción a las lágrimas de cocodrilo de Ximena y su desdén por su agresión física real, pareció quedar suspendido en el aire.

Justo en ese momento, Ximena soltó un suave gemido y se desvaneció en sus brazos, sus ojos cerrándose. Se había desmayado.

Toda la atención de Damián volvió a ella. Su rabia hacia Sofía fue reemplazada instantáneamente por una preocupación frenética por su amante.

-¡Ximena! ¡Ximena, despierta!

La levantó en brazos, su rostro una máscara de terror. Mientras se giraba para llevarla corriendo a un médico, lanzó una última mirada venenosa a Sofía.

-Tírenla -ordenó a sus guardias.

El mundo se inclinó. La mente de Sofía no podía procesar las palabras. No podía ser en serio. No podía.

Pero los guardias se movieron hacia ella, sus rostros impasibles. La agarraron de los brazos.

Y entonces estaba cayendo.

El impacto fue una explosión de dolor al rojo vivo. Aterrizó en el techo de tejas de la terraza de abajo, solo un piso más abajo, pero fue suficiente. Escuchó un crujido espantoso cuando su pierna se hizo añicos.

Su visión se nubló. El dolor era un fuego que lo consumía todo. Lo último que vio antes de desmayarse fue la imagen de Damián, acunando a Ximena en sus brazos, desapareciendo en la noche sin una sola mirada hacia atrás.

Se despertó en una cama de hospital. El mundo era una neblina blanca y el olor estéril a antiséptico.

Dos enfermeras susurraban junto a la puerta.

-Esa es ella, la prometida de Damián Valdés.

-Lo sé. Él ha estado aquí toda la noche, en la habitación del fondo. No se aparta de su lado.

-Debe amarla de verdad.

Sofía cerró los ojos, una risa amarga y silenciosa atrapada en su garganta.

Estaban hablando de Ximena.

En ese momento, por fin lo entendió. No es que Damián fuera incapaz de amar. Era perfectamente capaz de ello. Simplemente no la amaba a ella. Por la que amaba, movería montañas, perdonaría cualquier pecado y destruiría a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Y por la que no, la dejaría rota y sangrando en un frío techo de piedra sin pensarlo dos veces.

            
            

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