De vuelta en su habitación, Jayde contempló el cálido resplandor de la lámpara de Totoro sobre su mesita de noche. Una sombra de tristeza le veló el rostro. La figura regordeta de Totoro, protegiendo a una niña con un paraguas de hoja, era un eco de los días en que Brendan la cuidaba de la misma forma. Pero ese tiempo era ya solo eso: pasado.
Suspiró y apagó la luz. La habitación se sumió en la más absoluta oscuridad.
"Ya que he decidido irme, es hora de empezar a empacar", se dijo en un murmullo.
Sacó una vieja bolsa de viaje de lo alto del armario y abrió la gran vitrina que ocupaba toda una pared. Tras las puertas de cristal, en los estantes, se apilaban todos sus recuerdos: los amuletos de la suerte que Brendan le había traído del templo; el perfume Mar de Coral que él mismo había creado para ella durante un viaje a Francia.
Uno a uno, fue sacándolos y guardándolos en la bolsa. Esta se llenaba poco a poco, pero su corazón, en cambio, se vaciaba, dejando un hueco desolado por el que soplaba un viento helado.
Reprimiendo la tristeza, abrió el cajón inferior de la vitrina. Dentro yacía un diario de páginas amarillentas. Escritas a lápiz con una caligrafía infantil, sus páginas relataban los recuerdos de su turbulenta niñez.
*La nueva maestra es simpática, pero los niños dicen que soy gafe. Dicen que tengo padre y madre, pero que nadie me quiere.*
Recordó la vez que Brendan encontró el diario. Había leído esa misma página y le había acariciado la cabeza con ternura. "No seas tonta, pequeña. No eres gafe", le había dicho. "Para mí, eres una estrella, la que más brilla".
Después de aquel día, nadie en la escuela volvió a meterse con ella. Más tarde supo que Brendan había ido al colegio y, discretamente, había advertido a aquellos niños. Protegió su infancia a su manera, en silencio.
Al pasar las páginas del diario, la caligrafía a lápiz se volvía más pulcra. Cada una de ellas hablaba de Brendan.
Pasó las hojas una por una, con la vista anegada en lágrimas. La última página contenía una nota de él, escrita cuando ella elegía sus asignaturas para el bachillerato.
*Pequeña, ya elijas letras o ciencias, recuerda estudiar en la universidad de aquí, en la ciudad. Cuando te gradúes, podrás trabajar en el Grupo Maynard. Te protegí de niña y seguiré cuidando de ti cuando seas mayor.*
Una lágrima silenciosa cayó sobre el diario, emborronando la tinta.
Jayde se recompuso, ahogando el nudo que le oprimía la garganta. Empezó a arrancar las páginas del diario. Rompió también las cartas. Con cada trozo de papel, un recuerdo de ella y Brendan parecía desvanecerse para siempre.
Arrojó todos los fragmentos en la bolsa y cerró la cremallera.
Un rato después, oyó un revuelo en la planta baja. Salió de su cuarto y vio a Chloie Ellis en el salón, abrazada a Brendan. A su lado reposaba una maleta.
El corazón de Jayde se encogió. Se quedó inmóvil en el rellano de la escalera.
Al verla, Chloie le dedicó una sonrisa y la saludó con la mano. "¡Jayde! Voy a quedarme aquí unos días. ¡Te he traído un regalo!".
Chloie abrió la elegante caja que sostenía en las manos. "A ver si te gusta".
Dentro había un reloj de pulsera rosa con correa metálica. Era precioso, de un discreto aire británico.
Jayde frunció el ceño. No alargó la mano para cogerlo. Era alérgica al metal desde niña. Cuando tenía nueve años, una niñera le había dado una cuchara de metal para comer. El contacto le provocó un leve sarpullido, pero Brendan despidió a la mujer de inmediato. Desde entonces, él había sustituido cualquier objeto metálico que pudiera rozarle la piel. No permitía que ningún alérgeno se le acercara.
La voz de Brendan la sacó de sus pensamientos. "Date prisa y acéptalo. No le hagas ese feo a tu cuñada".
Sus palabras la hirieron como un latigazo. Lo miró fijamente al rostro, a su expresión indiferente, y sintió que la invadía una oleada de desolación. No solo le había retirado su favoritismo; la había olvidado por completo.
Jayde respiró hondo. Tomó la caja y se abrochó el reloj en la muñeca.
"Gracias, cuñada. Y... gracias a ti, Brendan".
Gracias por hacer todavía más fácil mi decisión de marcharme.