"¡Ya eres mayor de edad! Brindemos por el fin de la niñez y por nuestra primera copa como adultas".
Jayde vaciló un instante. Dicen que el alcohol ahoga las penas y, en ese momento, ella anhelaba desconectar. Aquella copa era una despedida, un último brindis con sus amigos.
Tras la primera copa, se sintió ligeramente mareada y salió al pasillo a tomar aire. Al pasar junto a otro salón privado, cuya puerta estaba entornada, vio a Brendan. Se encontraba en el centro de un grupo de hombres y mujeres, rodeado de risas y animada conversación.
El corazón le dio un vuelco. Se obligó a apartar la mirada, pero la conversación que llegaba desde el interior la hizo detenerse.
"Brendan, estás a punto de comprometerte con Chloie, ¿no es así? ¿Y qué hay de tu hermana, Jayde Rosario? Antes eran inseparables".
"Ya es mayor de edad. Ha dejado de ser mi responsabilidad".
Su voz, tan nítida y familiar, la despejó un poco. Permaneció inmóvil en el umbral, con la mirada clavada en el suelo durante un largo rato.
Después de lo que le pareció una eternidad, murmuró para sí y reanudó la marcha por el pasillo.
"Sí, ya soy mayor de edad. Soy sensata. Y desde ahora, en mi mundo ya no habrá un lugar para ti".
Jayde caminó hasta la ventana del fondo del pasillo en busca de aire. Luego entró al baño y se mojó la cara con agua fría. Al salir, se topó de frente con Brendan. Él también parecía haber bebido.
Sus miradas se encontraron por un instante.
Jayde estaba a punto de decir algo cuando la voz de Chloie Ellis sonó a espaldas de Brendan.
"Brendan", lo llamó con una voz melosa y se arrojó a sus brazos. "He bebido demasiado, apenas me sostengo en pie".
Brendan le depositó un beso en la frente, con la voz cargada de ternura. "Entonces te llevo yo".
Dicho esto, la tomó en brazos y se marchó, ignorando por completo la presencia de Jayde.
La intimidad de la escena la dejó paralizada durante un largo rato.
"Jayde, ¿estás llorando?", le preguntó su amiga, Brielle Steele, sacándola de su ensimismamiento.
Jayde se quedó helada y esbozó una sonrisa forzada. "Solo es una pestaña. No es nada".
Brielle asintió y luego señaló en la dirección por la que Brendan se había marchado. "¿Ese es tu hermano? Vaya, así que tiene novia. Todas pensábamos que nunca estaría con nadie, que se quedaría siempre a tu lado. Te mimaba tanto...".
Al oírla, Jayde sintió una punzada de amargura. "Cada uno tiene su vida. No vamos a estar juntos para siempre".
El rostro de Brielle reflejó un atisbo de decepción. "La verdad, todas creíamos que era tu novio. Hacían una pareja preciosa. Qué lástima que sea tu hermano...".
A Jayde se le encogió el corazón. Antes, a ella también le parecía una lástima, pero ahora comprendía que los lazos entre las personas no son más que un capricho del destino. Habían sido hermanos; a partir de ese instante, no serían nada.
La fiesta terminó a la una de la madrugada. Jayde se despidió de sus amigos y, al salir del bar, vio a Brendan y a Chloie de pie junto a la puerta giratoria, como si la estuvieran esperando.
"Ya eres mayor de edad y sigues en la calle pasada la medianoche. Te estás volviendo cada vez más irresponsable. ¿Y si te pasara algo?".
Su reprimenda la dejó helada.
Chloie le lanzó una mirada de suave reproche a Brendan. "Ahora la proteges tú y en el futuro lo hará su novio. ¿Qué podría pasarle?".
"Vámonos a casa", dijo Chloie, tomando a Brendan de la mano para empezar a caminar. Luego le hizo un gesto a Jayde para que los siguiera.
Jayde los siguió con la vista clavada en el suelo. No fue hasta que salieron a la calle que se percató de que volvía a lloviznar.
Brendan abrió el paraguas y caminó junto a Chloie, sin mirar atrás. Inclinaba el paraguas por completo sobre ella para protegerla de la lluvia, mientras su propia camisa se empapaba por un lado.
Jayde los observaba, absorta. De pronto, recordó las veces que Brendan había sostenido el paraguas para ella, inclinándolo siempre para cubrirla.
"Jayde es mi rosa delicada", solía decir él. "Y a las rosas no se las puede mojar. Yo te protegeré siempre".
Una ráfaga de viento arrastró la llovizna, y las gotas heladas le salpicaron el vestido blanco, provocándole un escalofrío que la recorrió por completo.
Jayde volvió en sí y comenzó a caminar, sola, bajo la lluvia.
A las rosas no se las puede mojar, pero yo seré mi propio girasol. Siempre mirando al sol, siempre radiante.