-Yo también tengo una para ti -dije, pensando en la caja de terciopelo gris que estaba arriba.
Su sonrisa se ensanchó. -¿Ah, sí? ¿Ya es mi cumpleaños?
La pregunta era una broma amarga. Mi propio cumpleaños había sido la semana pasada. Lo había olvidado. Me mandó un mensaje desde una junta en Tokio. "Feliz cumple, nena. Súper ocupado. Celebramos cuando regrese". Nunca lo volvió a mencionar.
-No -dije. -Solo porque sí.
Se acercó, intentando besarme. Giré la cabeza y sus labios se encontraron con mi mejilla.
-Ok -dijo, retrocediendo, luciendo un poco herido-. Te veo en la mañana.
Me quedé acostada en la cama esa noche, mirando el techo, escuchando su respiración constante a mi lado. Esto era una actuación ahora. El último acto de una obra de larga duración. Y yo me sabía mis líneas.
A la noche siguiente, era todo encanto, abriéndome la puerta del coche, su mano en la parte baja de mi espalda.
Habló sin parar durante todo el camino al restaurante, sobre un nuevo trato, un miembro difícil de la junta, el fracaso de una empresa rival. Yo hacía los ruidos correctos, asintiendo y sonriendo en los lugares adecuados.
Mientras entraba en la fila del valet parking, algo en el piso del lado del pasajero llamó mi atención. Un solo cabello largo y rubio.
El cabello de Jimena.
Lo miré, luego aparté la vista. No lo recogí. No lo señalé.
Ya no tenía sentido pelear. No se discute con un fantasma. Y él ya era un fantasma para mí.
El restaurante era donde me había propuesto matrimonio. Ubicado en lo alto de un edificio con vistas a la ciudad, un lugar exclusivo y romántico. Se suponía que era nuestro lugar.
Esta noche, sería el lugar donde todo terminaría.
Mientras entrábamos, una mujer en una mesa cercana jadeó. -¡Dios mío, es Damián Ferrer!
Él le dedicó un gesto amable, el rey de la tecnología en su elemento.
Acababa de llamar al trabajo, una "emergencia rápida". Estaba a unos metros de distancia, de espaldas a mí, su voz baja y urgente.
-Lo siento, nena, tengo que salir un momento -dijo, volviéndose hacia mí, su rostro una máscara de arrepentimiento-. Surgió algo en la oficina. Un servidor en el cuadrante cuatro se cayó. Es un desastre.
-Ve -dije.
-Seré súper rápido. Veinte minutos, máximo. No te muevas, ¿de acuerdo? Pídenos una botella de las buenas. -Me guiñó un ojo.
Una mujer en la mesa de al lado suspiró soñadoramente. -Es tan dedicado. Y tan enamorado de su esposa.
Yo sabía a dónde iba. No estaba hablando con su jefe de ingeniería. Estaba hablando con Jimena. El "servidor" era el departamento de ella. La "emergencia" era ella.
Regresé al coche. Le dije al valet que había olvidado mi chal.
Su segundo celular, el que él creía que yo no conocía, estaba en la guantera. Estaba desbloqueado.
Los mensajes estaban ahí mismo.
Jimena: "Oí que estás en una cita con la vieja. Qué aburrido".
Damián: "Tengo que mantener las apariencias. Llego en 10. Ponte esa cosa roja que me gusta".
Jimena: "Apúrate. Te tengo una sorpresa".
Luego una foto. Jimena, haciendo un puchero a la cámara, vistiendo un teddy de encaje rojo. En el buró detrás de ella había una pequeña caja azul de Berger Joyeros.
Se me revolvió el estómago. Sentí una necesidad violenta y visceral de vomitar. Los ostiones perfectamente cocidos que acababa de comer amenazaban con reaparecer.
Regresó veinticinco minutos después, luciendo satisfecho. -¿Ves? Te dije que sería rápido. Todo arreglado.
Forcé una sonrisa, los músculos de mi cara protestando.
-¿Estás bien? -preguntó, al ver mi rostro pálido-. Te ves un poco verde.
-Solo... los ostiones -logré decir-. Quizás estaban un poco malos.
-Eso es todo -dijo, su rostro oscureciéndose-. Voy a hablar con el gerente. Este lugar se ha venido abajo.
-No, Damián, no lo hagas -dije-. Está bien.
Me miró, con el ceño fruncido. -¿Sabes? Estaba pensando en lo que dijiste. Sobre mi cumpleaños. Sé que olvidé el tuyo. Soy un imbécil. Lo siento mucho, Eli.
La disculpa, tan tardía, tan hueca, quedó suspendida en el aire entre nosotros.
-Voy a compensártelo -dijo, su voz seria-. Te lo prometo.
Pensé en el teddy de encaje rojo. La caja de Berger. El servidor en el cuadrante cuatro.
Sentí que el vómito subía por mi garganta. Me levanté de un salto de mi silla y corrí hacia el baño, apenas llegando al cubículo antes de vomitar.