Quince Años, Luego Una Foto
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Capítulo 4

A la mañana siguiente, manejé con él a su oficina. Era parte de mi pequeño juego. El último que jugaría.

-Me sentaré atrás -le dije cuando me hizo un gesto para que me subiera al asiento del copiloto de su Tesla.

-¿Por qué? ¿Todavía te sientes mal?

-El movimiento -mentí suavemente-. Es mejor para mí aquí atrás.

Se encogió de hombros, aceptándolo. Estaba demasiado absorto en sí mismo como para cuestionar algo por mucho tiempo.

Llegamos a la reluciente torre de cristal de Industrias Ferrer. En el momento en que salió del coche, fue rodeado. Empleados, ejecutivos, todos compitiendo por un momento de su atención.

-¡Señor Ferrer, buenos días!

-Señor, ya llegaron los números del mercado asiático. ¡Son increíbles!

Una mujer joven, una de sus vicepresidentas, se apresuró a acercarse. -¡Elena! Te ves deslumbrante, como siempre. Ese color te queda divino.

Era aduladora, sus ojos moviéndose entre Damián y yo, calculando.

Damián se rio, pasando un brazo por mis hombros. -Ella siempre está deslumbrante. Soy el hombre más afortunado del mundo.

Otro ejecutivo intervino: -En serio, ustedes dos son el ejemplo a seguir. Mi esposa siempre me pregunta por qué no puedo ser más como tú, Damián.

Todos rieron. Era un coro de aduladores.

Damián se deleitaba con ello. -Solo trátala como a una reina, Roberto. Ese es el secreto.

Me condujeron a su oficina de la esquina, un vasto espacio con ventanales del piso al techo con vistas a la ciudad. Una botella de champaña se enfriaba en una cubitera. Un plato de pasteles y fruta descansaba en la mesa de centro.

-Les dije que trajeran todos tus favoritos -dijo, señalando la comida-. Ponte cómoda. Tengo que apagar algunos incendios, y luego soy todo tuyo.

Me preparó una tablet, con mis series favoritas listas para ver. Un patético intento de apaciguarme, de mantenerme ocupada mientras él se ocupaba de sus verdaderos asuntos.

-Entonces, ¿quién es tu emergencia de hoy? -pregunté, con voz ligera-. ¿Jimena?

Se estremeció, solo por un segundo. -¿Qué? No. Es... es un asunto legal. Cosas aburridas.

Me besó la frente. -Vuelvo pronto.

Se fue, cerrando la pesada puerta de cristal detrás de él.

Había dejado su celular personal en el escritorio. El que usaba para mí, para la familia. El cebo.

Esperé cinco minutos completos antes de levantarme. Tomé el celular y caminé hacia la puerta. Podía oír voces desde el pasillo.

Dos ejecutivos junior, chismeando junto al dispensador de agua.

-¿Oíste? Jimena está embarazada -dijo uno.

-No manches. ¿Del jefe? -susurró el otro.

-¿De quién más? Ha estado presumiéndolo toda la mañana. Dijo que va a dejar a la esposa y casarse con ella.

-Wow. El "Hombre de Hielo" por fin embarazó a alguien.

Hombre de Hielo. Ese era su apodo. Era porque nunca se acostaba con nadie de la oficina. Una regla que obviamente había roto. Por ella.

-Le compró un depa en la ciudad, ¿sabes? -dijo el primero-. Y un coche nuevo. Ya la hizo.

-Pobre Elena. No tiene ni idea.

Sentí un pavor helado filtrarse en mis huesos, una comprensión de que esto era mucho peor de lo que había imaginado. El departamento secreto. El embarazo. Todo encajó. Las náuseas matutinas que había estado fingiendo para él eran una parodia enferma de lo que realmente estaba sucediendo.

Damián apareció al final del pasillo. Vio a los dos hombres chismeando y su rostro se ensombreció.

-Vuelvan al trabajo -espetó.

Se escabulleron como ratas asustadas.

Uno de ellos, el más atrevido, miró hacia atrás. -Felicidades por el bebé, jefe.

El rostro de Damián se puso blanco de furia. -¿Qué dijiste?

-Nada, señor. Disculpe, señor.

-Si oigo una palabra más de esto, ambos están despedidos. ¿Entendido?

Me deslicé de nuevo en la oficina antes de que pudiera verme. Coloqué su celular de nuevo en el escritorio, exactamente donde lo había dejado.

Entró un momento después, forzando una sonrisa. -Disculpa por eso. Drama de oficina.

Se acercó y me rodeó con sus brazos. Tuve que luchar contra el impulso de retroceder.

-¿Dónde estabas hace un momento? -pregunté, mi voz firme.

Buscó su celular, sus ojos escaneando el escritorio. Lo vio y se relajó.

-Solo hablando con el departamento legal -dijo.

Justo en ese momento, mi nuevo celular, el de prepago barato que había comprado en efectivo, sonó en mi bolso.

-Disculpa -dije, sacándolo.

-¿Hablo con Esperanza Solís? -preguntó una voz de mujer.

-Sí, soy yo -dije, mi corazón dando un pequeño salto.

-Hablamos de Aeroméxico, para confirmar su vuelo a Lisboa mañana a las 9 a.m. Como viaja con un pasaporte nuevo, por favor asegúrese de traer su documentación oficial de cambio de nombre al aeropuerto.

-La tengo aquí mismo -dije-. ¿Solo el pasaporte y la orden judicial? ¿Nada más?

-Es correcto, señorita Solís.

-Gracias.

Colgué.

Damián me estaba observando, con el ceño fruncido. -¿Quién era?

            
            

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