Quince Años, Luego Una Foto
img img Quince Años, Luego Una Foto img Capítulo 5
5
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
Capítulo 17 img
Capítulo 18 img
Capítulo 19 img
Capítulo 20 img
Capítulo 21 img
img
  /  1
img

Capítulo 5

-Una agencia de viajes -dije, guardando el celular de nuevo en mi bolso-. Confirmando un fin de semana de spa que reservé para mi mamá.

La mentira salió con facilidad. Me estaba volviendo buena en eso.

Se lo creyó, su expresión suavizándose en una de preocupación exagerada. Me atrajo en un abrazo, su barbilla descansando sobre mi cabeza. -Qué dulce de tu parte, Eli. Eres la mejor hija. La mejor esposa.

Su contacto me erizó la piel. Sentí que la familiar oleada de náuseas volvía a subir.

-Creo que voy a vomitar -dije, apartándolo.

-Son esos malditos ostiones -bramó-. Voy a llamar a ese restaurante y a arrancarles la cabeza. Nadie enferma a mi esposa.

-¡Damián, basta! -espeté, mi voz más aguda de lo que pretendía. El veneno repentino en mi tono me sorprendió incluso a mí.

Parecía desconcertado, sus ojos abiertos de par en par por la confusión. -¿Eli? ¿Qué pasa? -Intentó tocar mi brazo y yo retrocedí.

-No lo hagas -dije. Respiré hondo, controlando la ira-. Lo siento. Es solo que... me duele la cabeza. No quiero que hagas una escena.

-Ok, nena. Ok -dijo, su voz suave y tranquilizadora-. Lo que tú quieras.

El cielo fuera de la enorme ventana se había vuelto de un púrpura amoratado. Se avecinaba una tormenta. Coincidía con la tempestad en mi alma.

Fui al baño privado contiguo a su oficina y me miré en el espejo. Me veía pálida, mis ojos sombreados por un dolor que él era demasiado ciego para ver.

Apareció en el reflejo detrás de mí, su expresión de una preocupación perfecta y ensayada.

¿Era siquiera capaz de una emoción genuina? ¿O era todo solo una actuación, un papel que interpretaba para conseguir lo que quería?

La sociedad perdonaba a hombres como Damián. Eran poderosos, carismáticos. Cometían errores, claro. Un pequeño desliz. Una aventura. El mundo movería el dedo, y luego lo recibiría de nuevo con los brazos abiertos. Se esperaba que la esposa estuviera a su lado, un accesorio silencioso y sonriente. Perdonar y olvidar.

No esta esposa. Ya no. No aceptaría un amor fracturado, un compromiso que era una mentira. Merecía más. Merecía algo completo.

O no tendría nada en absoluto.

-Vamos a que te vea un doctor -dijo, su mano en mi espalda-. Conozco a uno. El mejor de la ciudad. Te verá de inmediato.

Fuimos a una clínica privada que atendía a los ultrarricos. El doctor, un hombre de pelo plateado y sonrisa amable, me hizo algunas pruebas.

-No es intoxicación alimentaria -dijo, mirándome por encima de sus gafas-. Es estrés. Una reacción psicosomática severa a la angustia emocional.

Damián estaba en la sala de espera. El doctor lo llamó.

-¿Está bien? -preguntó Damián, todo esposo ansioso.

-Físicamente, está bien -dijo el doctor-. Pero su cuerpo está reaccionando a algo que le está causando un gran dolor emocional. ¿Ha sucedido algo recientemente? ¿Una pérdida? ¿Un shock?

Damián me miró, una pregunta en sus ojos. -¿Eli? ¿Hay algo que no me estás diciendo?

Solo negué con la cabeza.

-Sea lo que sea, puedo arreglarlo -dijo Damián, volviéndose hacia el doctor, su voz llena de su arrogancia habitual-. Solo dígame a quién llamar, a quién demandar, a quién despedir.

Casi me río. No puedes despedir a una amante que lleva a tu hijo, Damián. No puedes demandar a tus propias mentiras.

La única persona que podía arreglar esto era yo. Y mi solución era desaparecer.

Iba a perseguir mi propio sueño. Mi fotografía. La carrera que había puesto en pausa por él, por su ascenso. Encontraría mi propia paz, mi propio futuro.

-Voy a tomarme el resto de la semana libre -anunció de camino a casa-. Solo nos relajaremos. Quizás vayamos a la casa de la playa.

-¿Y tu gran presentación? -pregunté.

-Haré que Jimena se encargue -dijo, sin rastro de ironía.

Su segundo celular sonó. El que estaba en su bolsillo. Miró la pantalla, su mandíbula se tensó.

-Ignóralo -dije.

-Es del trabajo -dijo.

-Lo prometiste -dije, mi voz tranquila-. Prometiste que serías todo mío.

Vi el destello de molestia, la lucha. Quería tomar la llamada.

-Que esperen -dije, un desafío en mi voz.

Me miró, luego de nuevo al celular que sonaba. Finalmente, con un suspiro, lo silenció.

Pero un momento después, sonó de nuevo.

Pude oír un sonido débil y metálico del auricular. Una mujer llorando.

Vio la expresión en mi cara y rápidamente bajó el volumen. -Es solo Jimena -dijo, su voz un poco demasiado casual-. Su mamá está enferma.

-Oh, pobrecita -dije, mi voz goteando falsa simpatía-. Deberías ir con ella. Claramente te necesita.

Parecía aliviado. -¿Estás segura? Puedo volver en una hora.

-Tómate tu tiempo -dije-. La familia es importante.

Me dio un beso rápido y agradecido y salió del coche. Lo vi trotar al otro lado de la calle, no hacia la oficina, sino hacia el lujoso edificio de condominios donde ahora sabía que ella vivía.

El mensaje de Jimena llegó un momento después. Una foto de ella, con aspecto lloroso, sosteniendo una prueba de embarazo positiva.

El pie de foto decía: "Ahora es todo mío. Perdiste".

            
            

COPYRIGHT(©) 2022