Llegué al tronco. Allí estaba, desgastado por el tiempo pero aún visible: *J + E*.
Lo habíamos tallado cuando teníamos doce años. Cuando él me protegía de los matones en lugar de alentarlos.
Saqué una pequeña navaja de mis jeans. Mi mano temblaba.
Clavé la hoja en la madera. Necesitaba rasparlo. Necesitaba borrar la mentira.
-¿Vandalismo ahora, Eliana?
La voz me hizo saltar. La navaja resbaló, cortándome el pulgar.
Javi estaba en el borde del claro. Catalina estaba aferrada a su brazo, luciendo aburrida.
-Solo estoy limpiando un error -dije, chupando mi pulgar sangrante.
Javi se acercó, su sombra cayendo sobre mí. Miró la talla, luego a mí. Por un segundo, vi un destello de vacilación en sus ojos avellana.
-Es solo un árbol -dijo Catalina, interponiéndose entre nosotros. Pasó una uña manicurada sobre la corteza-. Son tonterías supersticiosas. Solo los lobos débiles creen en estas cosas de cuentos de hadas.
-Es historia -dije-. Algo que no entenderías.
Los ojos de Catalina se entrecerraron. Le susurró algo al oído a Javi.
La mandíbula de Javi se tensó. Me quitó la navaja de la mano.
-Tienes razón -le dijo a Catalina-. Es hora de una actualización.
No raspó las letras. Las tachó con cortes violentos.
*Zas.* A través de la J.
*Zas.* A través de la E.
Mi corazón martilleaba contra mis costillas. Profanar un Árbol de la Luna era mala suerte. Tachar las iniciales de un compañero era una maldición.
Luego, comenzó a tallar nuevas letras sobre la ruina de nuestros nombres.
*C. M.*
Catalina Mendoza.
-Ahí -dijo Javi, clavando la navaja en la madera con un golpe final y violento-. Ahora es exacto.
Miré la savia fresca y llorosa del árbol. Se sentía como si hubiera tallado esas letras en mi piel.
-No tienes idea de lo que acabas de hacer -susurré-. La Diosa observa.
-A la Diosa no le importa una rechazada -se burló Catalina.
Me arrebató las llaves del auto del bolsillo antes de que pudiera reaccionar.
-¡Oye! -grité.
-Ups -se rió ella, echando el brazo hacia atrás. Lanzó las llaves hacia el estanque al pie de la colina-. Ve por ellas.
-Ya basta, Cat -dijo Javi, pero no se movió para detenerla.
No pensé. Corrí. Ese auto era mi única salida de aquí. Mi boleto a la Ciudad de México.
Bajé a trompicones por la orilla hacia el agua oscura. Las llaves habían caído cerca de los juncos. Me metí al agua.
El agua estaba helada. Busqué a tientas en el lodo, mis dedos rozando el limo.
-¡Las encontré! -jadeé, agarrando el metal.
Entonces, mis piernas se agarrotaron.
No fue un calambre. Fue fuego. Una sensación de ardor estalló en toda mi piel, paralizando instantáneamente mis músculos.
Mi garganta se cerró. Mis extremidades se entumecieron.
*Acónito.*
Alguien había plantado Acónito en los juncos. Era la única planta que podía paralizar el sistema nervioso de un lobo al instante. Para un humano, era tóxico. Para nosotros, era agonía.
-Ayuda -traté de gritar, pero solo salió un gorgoteo.
Me deslicé bajo la superficie. Mis ojos estaban abiertos, ardiendo. A través del agua distorsionada, vi a Javi de pie en la orilla.
Estaba mirando las ondas. Frunció el ceño, dando un paso adelante.
-¿Eliana? -llamó.
De repente, Catalina soltó un chillido, agarrándose el pecho. -¡Javi! ¡Mi corazón! ¡No puedo respirar!
Javi se congeló. Miró al agua, luego a Catalina colapsando en la hierba.
-¡Deja de jugar, Eliana! -le gritó al estanque, su voz amortiguada por el agua-. ¡Me voy!
Creía que estaba fingiendo. Otra vez.
Me dio la espalda.
Vi su silueta borrosa levantar a Catalina y alejarse mientras la oscuridad me llevaba.