El tercer día, mi teléfono explotó con mensajes. Audios. Videos. La voz de Franco, lisonjera, llena de adoración, dirigiéndose a Rubí. "Eres la mujer más hermosa. La única que me entiende. Mi alma gemela."
Busqué las cartas. Cientos de ellas. Cada una, una declaración de amor ardiente, una promesa de devoción eterna. "Mi Victoria, eres el aire que respiro. La luz de mi vida."
Las acaricié por última vez, mis dedos rozando las palabras que una vez me hicieron creer en el amor. Luego, las arrojé al fuego. Las llamas consumieron sus mentiras.
Estaba a punto de irme. Mi maleta, pequeña y discreta, estaba junto a la puerta. De repente, la puerta del dormitorio se abrió. Franco. Estaba de pie junto a mi cama, su teléfono en la mano, su rostro sombrío.
"¿Qué cancelaste?" preguntó, su voz baja y peligrosa.
Mi corazón dio un vuelco. Mi teléfono. Había recibido la confirmación de la eliminación de mi identidad digital.
"Nada," respondí, tratando de mantener la calma. "Solo una cuenta de redes sociales. Creo que me la habían hackeado."
Él me miró, sus ojos escudriñando los míos. Pareció satisfecho con mi respuesta. Se acercó y me abrazó. "Menos mal. No quiero que nada te moleste."
"¿Qué quieres para cenar, mi amor?" preguntó, su voz suave. "Te traje tu comida favorita."
"Tacos al pastor," respondí, mi voz monótona.
Él me miró con asombro. "¿Cómo lo supiste?"
Sonreí. Siempre lo mismo. Siempre trataba de apaciguarme con comida. Recordé las veces en que me había enojado con él, y él siempre regresaba con mi plato favorito, su rostro lleno de promesas que nunca cumpliría. Lo había perdonado tantas veces. Por amor. Por la creencia de que cambiaría.
Pero el amor, cuando se rompe, no se puede arreglar. Pensé. Y una vez que dejas de amar, ninguna cantidad de arrepentimiento puede traerlo de vuelta.
"Un buen esposo siempre sabe lo que le gusta a su esposa," dije, mi voz teñida de una amarga ironía.
Él frunció el ceño. "Hay cosas que no puedo ocultarte, ¿verdad, Victoria?"
"No, Franco," respondí, mi sonrisa se borró. "Hay cosas que no puedes."
Me fui a duchar. Cuando salí, él ya se había ido. "Una emergencia," decía una nota en la mesita de noche.
Salí de la mansión, mis pies siguiendo sus pasos. En la calle, Rubí lo esperaba. Mi sangre hirvió. ¿Cómo se atreve a venir aquí?
Franco corrió hacia ella, su rostro lleno de furia. "¿Qué haces aquí? ¡Te dije que no te acercaras a mi casa!"
Rubí, llorando, se agarró a su brazo. "No puedo, Franco. No puedo vivir sin ti. No puedo vivir sin nuestro bebé." Ella tomó su mano y la puso sobre su vientre.
Él se la quitó bruscamente. "Te enviaré a mi asistente. Ella te llevará a casa." Su voz era fría, despiadada. "Y no te preocupes, iré a verte a ti y al bebé en unos días."
Rubí, desesperada, lo besó. Un beso largo, profundo. Franco al principio se resistió, pero luego cedió. Sus manos se deslizaron por su espalda, sus cuerpos se unieron en un abrazo lujurioso.
Mi corazón se rompió en mil pedazos. Me di la vuelta antes de que él pudiera verme. No quería que él viera mi dolor.
Él regresó, su rostro lleno de preocupación. "Mi amor, tengo que irme. Un asunto urgente en la oficina."
Lo miré. Solo una mirada. Mis ojos vacíos, sin brillo. Él se estremeció.
"Está bien, Franco," dije, mi voz tan suave como la seda. "Ve. Soluciona tus problemas."
Él me acarició el cabello, su toque era una tortura. Luego, se fue. El sonido de su coche alejándose llenó el silencio de la noche.
Mi sonrisa se desvaneció. Las lágrimas brotaron de mis ojos, silenciosas, amargas. Tiré la comida que él me había traído a la basura.
Saqué mi maleta. Caminé hasta la puerta. Mi último vistazo a la mansión. Era una jaula dorada. Ya no.
Saqué mi teléfono. Le envié un mensaje a Franco. "Abre tu regalo de aniversario."
Él respondió de inmediato. "Lo haremos juntos, mi amor."
Me reí. Una risa fría, sin alegría. No, Franco. Lo harás solo.
Le reenvié todos los mensajes de Rubí. Cada foto. Cada audio. Cada prueba de su traición.
Luego, saqué la tarjeta SIM de mi teléfono. La partí en dos. Y caminé hacia la salida. La luz de la mañana, brillante y nueva, me recibió. Estaba desapareciendo. Por completo. Para siempre.