Capítulo 5 Qué buena niña

Después de salir del baño, Sarah se sentó frente al espejo de su tocador. Con una mano, revisaba su teléfono en busca de notificaciones y, con la otra, se secaba el cabello con una toalla. Así, se dio cuenta de que tenía registrada una llamada perdida, pero se trataba de un número desconocido que la había llamado mientras estaba en la ducha.

Asumiendo que alguien debió haberla llamado por accidente, ella no le dio mucha importancia y dejó su celular sobre la mesa del tocador.

Pero, cuando estaba usando el secador de cabello, su teléfono de pronto volvió a sonar. De inmediato, ella apagó el secador y contestó la llamada: "¿Aló?".

"¡Hola!", respondió una voz masculina al otro lado de la línea. La mujer pensó que esa voz le sonaba familiar, pero no pudo reconocer de quién era. Entonces, esperó a que la otra persona continuara hablando, pero solo hubo un silencio incómodo. Acabó por perder la paciencia y el tono de su voz adquirió una sensación molesta. "Disculpe, ¿puedo saber quién habla?", preguntó.

"Señorita Swain, soy yo, James Holland. Nos reunimos hace poco esta tarde", respondió el hombre. Él no se enojó cuando notó que ella no podía recordarlo, por el contrario, sonaba bastante tranquilo y sereno.

Boquiabierta y con los ojos muy abiertos, Sarah miró la pantalla de su celular sin poder creerlo. "¡Ah, es usted, señor Holland! Lo siento, no reconocí su voz por teléfono. ¿Qué se le ofrece?", dijo ella.

Su manera tan abrupta y directa de responder hizo que el hombre se echara a reír. En realidad, él la apreciaba y admiraba por eso. "Bueno, me preguntaba si estaría disponible mañana. Me gustaría invitarla a cenar para disculparme por lo de hoy", le propuso él.

"¿Mañana? Lo siento, pero me temo que mañana tengo que trabajar horas extras. ¿Quizás podríamos posponerlo para otro día?", respondió la mujer. De hecho, ella no estaba mintiendo sobre no tener tiempo al día siguiente. Después de todo, el trabajo de arquitecta le exigía mucho en términos de tiempo y energía.

James no se sintió decepcionado ante su negativa, ya que estaba decidido a seguir enamorándola poco a poco. De todas las citas a ciegas que su madre le había organizado, Sarah era la primera mujer con la que se sentía completamente fascinado. "¿A qué hora saldrás del trabajo mañana? Si te parece bien, puedo recogerte", continuó él.

"No, gracias, señor Holland. Puedo ir a casa por mi propia cuenta", se negó ella cortésmente.

"Pero, señorita Swain, no es seguro para una mujer salir tan tarde por la noche", insistió él.

Ella se sintió incapaz de rechazarlo ante tan audaz persistencia. Sin embargo, recordó que era una mujer de veintisiete años, no una damisela indefensa en apuros que necesitaba ser rescatada. Desde hacía muchos años, ella ya se había acostumbrado a regresar sola a su casa todos los días que salía tarde del trabajo, y siempre se las ingeniaba para llegar sana y salva. "Señor Holland, realmente no es necesario. Además, no quisiera molestarlo", continuó ella.

"No sería ninguna molestia, señorita Swain. Entonces, ¿tenemos un trato? Le llamaré mañana antes de venir a recogerla, ¿está bien? Bueno, no la molesto más, ya debería irse a descansar. Dormir tan tarde no es muy bueno para la piel", dijo él de una manera muy afectuosa.

La joven estaba un poco fastidiada por su comportamiento atrevido, pues él prácticamente había decidido por ella, pero pensó que no sería bueno continuar rechazándolo, así que terminó por aceptar su propuesta. "Está bien", contestó.

"¡Qué buena niña! Me alegra escucharlo. ¡Buenas noches!", se despidió él.

"Buenas noches", respondió ella. Tras colgar el teléfono, pensó que era extraño que una mujer madura e independiente como ella fuera llamada "buena niña".

Sarah negó con la cabeza, descartando todos sus pensamientos sobre ese asunto, y continuó secándose el cabello.

Afortunadamente, una buena noche de sueño reparador fue todo lo que necesitó para olvidar la conversación de anoche. Al día siguiente, por la tarde, mientras estaba ocupada en el trabajo, ella recibió una llamada de James. Entonces, una furia se apoderó de ella y lanzó su teléfono sin pensarlo dos veces.

Por suerte, en lugar de caer el suelo, el celular aterrizó en las manos de la persona que acababa de entrar por la puerta.

Vestido con un traje muy elegante, el hombre se quedó quieto donde estaba parado. Con una pizca de asombro en sus ojos, él miró hacia arriba y dijo: "¡Guau! ¿Por qué estás de mal humor? ¿Qué te hice para que me arrojaras tu teléfono?".