Me levanté de la cama, mis piernas temblaban un poco. Caminé hacia el espejo del armario. Ahí estaba yo, un año más joven. Las ojeras de la desesperación no estaban, la tristeza profunda en mi mirada había desaparecido. Era yo, la Sofía que todavía tenía esperanza, la que todavía creía en la bondad de su familia.
"¡Sofía, el desayuno!", gritó mi mamá desde la cocina.
Su voz. Escuchar su voz, no llena de acusaciones y dolor, sino de una normalidad cotidiana, casi me hace llorar. Bajé las escaleras lentamente, asimilando cada detalle. El olor de la casa, el cuadro chueco en el pasillo, el sonido de las noticias en la radio de la cocina.
Mi padre estaba sentado a la mesa, leyendo el periódico y sorbiendo su café. Me miró por encima de las gafas.
"Buenos días, m'ija. ¿Dormiste bien?"
No pude hablar. Solo asentí, con un nudo en la garganta. Me senté y mi madre me sirvió un plato de chilaquiles rojos, mis favoritos. Comí en silencio, el sabor familiar era un ancla a esta nueva realidad. Estaban vivos. Estábamos juntos. Y yo tenía la oportunidad de evitar la catástrofe.
Después del desayuno, subí a mi cuarto y encendí mi vieja laptop. En mi vida pasada, en esta época, había comenzado a hacer pequeñas transmisiones en vivo. Cocinaba recetas sencillas y charlaba con la gente. Era mi pequeño escape, mi forma de compartir mi pasión. Decidí que debía seguir haciéndolo, pero con más cuidado.
Configuré la cámara y comencé la transmisión. Al principio, solo había un par de espectadores. Preparé una salsa macha, explicando el proceso con la voz un poco temblorosa.
De repente, un comentario apareció en el chat. Un usuario llamado "CorazónRoto88".
"Hola, Sofía. Sé que esto no tiene mucho que ver, pero te sigo desde hace tiempo y pareces una persona sabia. Mi negocio está fracasando, mi esposa me dejó... Siento que todo se desmorona. Cualquier platillo que intento hacer me sabe a cenizas".
Su mensaje era tan crudo, tan lleno de dolor. Sentí una punzada de empatía. Sabía exactamente cómo se sentía.
Inmediatamente, otros comentarios aparecieron, burlándose.
"Jaja, ¿le pides consejos a ella? Si apenas tiene 10 viewers".
"Amigo, busca un psicólogo, no una cocinera de internet".
"Seguro te va a decir que le eches más sal a la vida, jajaja".
La crueldad de los extraños no me afectó. Ignoré las burlas y me concentré en el mensaje de "CorazónRoto88". Cerré los ojos por un momento y me enfoqué, no solo en sus palabras, sino en la emoción detrás de ellas. En mi vida pasada, había aprendido que la comida y las emociones están conectadas de una forma casi mágica. El "sabor a cenizas" no era una exageración. Era un síntoma.
"CorazónRoto88", dije a la cámara, mi voz ahora firme. "El sabor a cenizas no está en tu comida, está en tu espíritu. Lo que cocinas no sabe a nada porque has perdido la alegría. No es un problema de ingredientes, es un problema del corazón. Estás de luto por la vida que creías tener".
Hubo un silencio en el chat.
"Prepara un caldo de pollo", continué. "Pero no uno cualquiera. Usa pollo de verdad, no cubos de concentrado. Añade hierbabuena fresca, mucho cilantro y un chorrito de jugo de limón al final. Y mientras lo haces, no pienses en tus problemas. Piensa en tu recuerdo más feliz, el más simple. Un día de sol en el parque, una risa con un amigo. Deja que ese sentimiento se cocine junto con el caldo. La comida no puede resolver tus problemas, pero puede recordarte que todavía eres capaz de sentir algo bueno, aunque sea por un momento".
Mientras decía esto, un recuerdo helado me atravesó. Recordé a "CorazónRoto88" de mi vida pasada. Unas semanas después de ese comentario, leí una noticia local sobre un hombre que se había quitado la vida en su pequeño restaurante en bancarrota. Su nombre coincidía. En mi vida anterior, yo estaba tan abrumada por mis propios problemas que nunca le respondí. Mi silencio fue una pequeña pieza en su tragedia.
La culpa y la determinación se mezclaron dentro de mí. "No esta vez", me susurré. "Esta vez será diferente".
El usuario "CorazónRoto88" escribió: "Gracias. Lo intentaré".
Sentí una pequeña chispa de esperanza. Quizás podía usar este don, esta segunda oportunidad, para algo más que solo salvarme a mí misma.
Y entonces, un nuevo usuario se unió al chat. Mi sangre se heló al leer el nombre.
"BellaCuisine".
El nombre de usuario de Isabella.
El chat se llenó de repente con sus seguidores.
"¡Bella, qué haces aquí!"
"¡Vinimos a ver a la verdadera reina de la cocina!"
Y luego, un mensaje de ella, tan inocente y tan venenoso.
"Primita, ¡qué lindo que juegues a la cocinera! Te veo. Con mucho cariño".
La pesadilla estaba a punto de comenzar de nuevo.