Luego, la interferencia se volvió más activa. Si yo hacía una transmisión sobre tamales, ella, media hora después, comenzaba la suya hablando de una "técnica secreta" para la masa que, casualmente, yo había mencionado de pasada. Sus miles de seguidores la alababan por su "innovación", mientras que los míos, una pequeña comunidad, empezaban a dudar.
"Oye, Sofía, eso que dices ya lo explicó BellaCuisine".
"¿No será que le copias las ideas a tu prima famosa?".
La duda es una semilla fácil de plantar. La gente, en su mayoría, no investiga, solo sigue a la multitud. Isabella tenía la multitud más grande, la voz más fuerte. La opinión pública, cegada por su carisma y su producción impecable, se inclinó hacia ella sin dudarlo. Yo era la copia barata, la aficionada. Ella era el estándar de oro.
La escalada fue rápida y brutal. Un día, Isabella publicó un video en sus redes sociales. Aparecía con los ojos llorosos, la voz quebrada.
"Me duele mucho tener que decir esto", comenzaba, con una actuación digna de un premio. "Mi prima, Sofía, a quien quiero mucho, está pasando por un momento difícil. Y en su desesperación, ha empezado a... tomar mis ideas, mis recetas, y presentarlas como suyas. He intentado hablar con ella en privado, pero no me escucha. Les pido que no la ataquen, solo que entiendan mi dolor".
Fue una obra maestra de la manipulación. Se pintó a sí misma como la víctima comprensiva y a mí como una ladrona inestable y digna de lástima.
El infierno se desató. Mi pequeño canal se llenó de odio. Cientos, luego miles de comentarios. "Ratera". "Farsante". "Sinvergüenza". "Aprovéchate de tu familia". Cada palabra era un golpe. Dejaron de ser solo texto en una pantalla; se sentían como piedras. Mi vida digital fue aniquilada en menos de veinticuatro horas. Tuve que cerrar todas mis cuentas.
Pero no se detuvo ahí. La violencia digital se derramó en mi vida real. La gente me reconocía en el supermercado, en la calle. Me susurraban al pasar. "Mira, es la prima ladrona". Una vez, una mujer me tiró su café encima, gritando que yo era una vergüenza para las mujeres trabajadoras. Llegaba a casa temblando, con el olor a café rancio y humillación pegado a la piel.
Mi familia, en lugar de defenderme, se tragó el cuento de Isabella. "Sofía, ¿por qué le haces esto?", me preguntó mi tía, la madre de Isabella. "Ella solo quiere ayudarte". Mis propios padres me miraban con decepción. "Quizás deberías pedirle disculpas, hija. Para terminar con esto".
Y ahora, en esta nueva vida, aquí estaba ella otra vez. "BellaCuisine". Su aparición en mi chat no era una coincidencia. Era el primer movimiento en el mismo tablero de ajedrez.
Mi corazón latía con furia. Esta vez no sería la víctima ingenua. Esta vez conocía sus movimientos antes de que los hiciera.
"Hola, prima", respondí en el chat, manteniendo la calma. "Qué sorpresa verte por aquí. Justo estaba compartiendo un consejo".
Isabella respondió al instante.
"Sí, vi. Muy... inspirador. Pero ten cuidado, primita. A veces, la gente puede malinterpretar las buenas intenciones".
Era una amenaza velada, una advertencia. "Sé lo que haces, y puedo destruirte de nuevo".
El miedo intentó apoderarse de mí, ese viejo y familiar terror de ser aplastada por su popularidad y su falta de escrúpulos. Pero algo era diferente ahora. El recuerdo de mi padre muriendo, de mi madre culpándome, del frío del apartamento vacío... ese dolor se había transformado en acero.
No iba a dejar que repitiera la historia. No iba a permitir que destruyera a mi familia otra vez.
Terminé la transmisión abruptamente. Necesitaba pensar, necesitaba un plan. Sabía que su primer gran ataque sería en la televisión nacional. Tenía que anticiparme. Pero ¿cómo?
Mientras pensaba, un pensamiento extraño y perturbador cruzó mi mente, una pregunta que nunca pude responder en mi vida pasada. ¿Cómo sabía ella siempre lo que yo iba a hacer? No era solo que me copiara después. A veces, parecía saber mis ideas antes de que yo las dijera en voz alta.
Era una sensación inquietante, como si tuviera un espía dentro de mi propia cabeza.